Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

lunes, 30 de junio de 2008

La final desde Amman


Lo del fútbol lo debo llevar en la sangre. Mi padre, que fue directivo del equipo de mi ciudad durante muchos años, me llevaba todos los domingos al estadio a ver el partido. No voy a decir ahora que semejante plan me pareciera bonito, no, pero algo se me debió pegar.

La afición por aquella época era grande, me encantaba fisgonear a escondidas la caja de Montecristos donde él guardaba unas fotos con Santiago Bernabeu, y otras de sus viajes a Alemania y Francia para ver a la selección. La cosa era tan seria que mi hermano, por ejemplo, salió en todos los periódicos como el socio más joven porque a mi padre, no se le ocurrió otra cosa que correr al club que estaba a la vuelta de la clínica e inscribirle con unos pocos minutos de vida.

Y bueno, un@ de mis herman@s
, no se perdía nunca un partido del Athletic y cada vez que marcaba, le daba por celebrarlo con un lingotazo. Recuerdo los aprietos que nos pasamos una vez cuando llegó a casa después de una goleada, no había manera de esconder la fechoría... En fin, estaréis conmigo en que lo del fútbol va escrito en algún gen.

Pero bueno, eso es parte de una historia de fútbol, y la de ayer, fue otra.

Todavía estaba en Amman, así que ayer me tocó ver el partido entre montones de gente que vitoreaban a un equipo y a otro. Esta experiencia, nunca la vives en casa, donde todos miran poseídos a la misma portería y saltan al unísono cuando hay gol.

Tuve el placer de sentarme entre 3 alemanes, el mío, y dos hombres de negocios de paso en la ciudad. Uno de ellos, el pobre, se secaba el sudor y se levantaba enfervorecido a cada rato gritando FAAAALTA. Se rompía las vestiduras con el árbitro y con todo el que le parecía y cada vez que su equipo se acercaba a la portería votaba en la silla y gritaba gooooollll, para luego sentarse desconsolado y mirarme desconfiado con el rabillo del ojo.

Por otros frentes, había saltos y vítores hacia el equipo de Luis Aragonés, pero no me preguntéis en qué idioma se hacían, a veces, me parecía que jaleaban y entonaban con un cierto acentillo desconocido, pero estos jordanos, se las sabían todas, sobre todo el oé, oeoeoé, oé, oé...que retumbaba en el bar como música de fondo.

Lo importante, ganamos, hubo abrazos, saltos y más abrazos. A mi familia y amigos alemanes, les mando un abrazo, yo se que no me tomarán a mal este derroche de euforía ante la victoria.

Nos vemos.

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