Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

viernes, 19 de marzo de 2010

Hasta la vista, Victoriosa!

Me di cuenta de que de verdad me marchaba cuando vi entrar en mi casa a aquel grupo de desconocidos en uniforme azul y logotipo estampado en el pecho.

Uno detrás de otro los vi pasar, arrastrando cajas, rollos de papel blanco, plástico de burbuja y muchos, muchos metros de cinta selladora.

Por dónde quiere que empecemos madam? La pregunta me sonó a pistoletazo de salida y no acerté a darles más que un par de instrucciones obvias. Ya sabía lo que se avecinaba, en cuestión de horas no quedaría rastro visible de los últimos dos años de mi vida. Suspiré concentrándome en una última e intensa mirada a mi alrededor.

Sin mediar más palabra se pusieron manos a la obra, abriendo uno y otro armario, recogiendo y embalando todo a velocidad de vértigo, mientras yo me movía a su ritmo, buscando nuevas posiciones desde las que controlar que las cosas más importantes se empaquetaran bien y no se hicieran añicos al primer empujón.

Descubrí que cuando estaba presente, aquellos muchachos, que me miraban de reojo, se afanaban de lo lindo en hacer de su trabajo un arte, pero si me despistaba, aunque fuera un minuto, se apresuraban en envolver rápidamente y de cualquier manera lo que tuvieran entre manos como si estuvieran ocultando algo, que de ningún modo podía ser descubierto.

Los dos primeros días transcurrieron con una relativa calma, había suficientes muebles como para dar trabajo a aquella insaciable tropa y mantenerla tranquila. Pero el último día fue agotador, había que asegurarse de que todo estaba listado en las cajas y que nada se quedaba en tierra, con lo cual les tuve todo el día febriles pisándome los talones con un "y esto también, madam?

Y así llegó el día en el que desaparecieron el salón y los dormitorios, las alfombras, la terraza y las plantas, de pronto no había nada que comer, ni beber y tampoco toallas en el lavabo.

No sé por qué no sentí nada cuando vi las enormes pilas de cajas que llenaban todas las habitaciones. Supongo que a fuerza de cambios y de tener que afrontar nuevos y desconocidos retos, he aprendido a controlar la tremenda emoción que puede ocasionarte un cambio de entorno.

Salí a la terraza y miré de nuevo el Nilo y lo sentí como la primera vez que lo vi, como si su ritmo pausado se hubiera llevado parte de mi historia.

Y esto fue lo último que quise quedarme bien grabado en mi mente.

Bajé a la calle como cada día, acompañada de un intenso olor a comino que se escapaba por las puertas. Mohamed, mi querido bauab, se levantó enderezando su espalda a duras penas y me abrazó, sin ocultar las lágrimas ni la pena del momento. Uno detrás se otro se fueron despidiendo los coleguitas con los que compartía banco, té y charla todos los días, aquellos que siempre me daban al unísono los buenos días. Y este fue el final.

Ahora os escribo desde Colonia, ciudad alegre de fríos inviernos y talante mediterráneo, atravesada también por un poético río, el Rin, que parece dar continuidad a mi vida junto al otro que tan cerca tuve, el Nilo.

Y recuerdo El Cairo y lo hago a través de mis cuadernos, como vosotros. Supongo que cuando pase el tiempo, seguiré viniendo para recordar con cierta nostalgia aquello que viví y que me impresionó profundamente. Pero lo mejor de todo es que me encontraré con vosotros, los que tuvisteis el interés de seguirme y de hablarme y también sentiré la huella que dejaron todos los que pasaron tantas veces en silencio. Los cuadernos son por eso, de todos.

Y como esto no quiere ser una despedida, nos veremos pronto, muy pronto, con otras historias, esta vez algo más frías, sin olor a comino, pero efervescentes, con espuma de cerveza y con un delicioso gusto a codillo y mostaza. Así que, hasta muy pronto!