Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

domingo, 20 de diciembre de 2009

Un carné por puntos, pero de sutura.

Hoy he llegado a casa y me he encontrado a Heba con un ojo morado.

Ayer, en una llamada telefónica ya me había puesto en antecedentes de algún penoso suceso ocurrido el día anterior, pero como no entró en detalles, no le dí demasiada importancia.

Sin embargo hoy, al verla con ese ojo a la virulé, me he temido lo peor y le he pedido que me contara con detalle el percance. Sin hacerse de rogar y entre llanto y mocos me ha desmenuzado los pormenores de una historia que no podía ser más cairota, por lo surrealista, digo.

Para poneros en situación os diré que hace algunas semanas, la buena de Heba, andaba dando volatines de alegría ante la posibilidad de adquirir un coche a través de un préstamo que le iba a dar su tía. Tal era su alegría que se olvidó literalmente, de planchar, lavar y de hacer cuanta tarea doméstica le encomendé.

Conducir no sabía, me dijo, pero estaba dispuesta a aprender todos los misterios que encerrara el caos circulatorio de esta ciudad adalid del "mira-como-hago-lo-que-me-da-la-gana".

Pues bien, el otro día, para ir calentando motores, se había montado en el coche de su tía
con la intención de aprender el funcionamiento de pedales y volante y se había hecho acompañar además, por su prima, su hermana y su hijo de 2 años, .

Mucho público y muy delicado, me pareció para la primera sesión, pero no me pareció momento de andarme con ironías.

Me cuenta que se sentó al volante y comenzó a identificar todos los artilugios de arranque, hasta que por casualidad puso el motor en marcha, con tan mala pata que alguna de las marchas ya estaba puesta y el coche comenzó a circular ante el estupor de todos los pasajeros. Su tía, la experta, le gritó que pisara el pedal del medio para frenar, pero la pobre Heba, horrorizada, no encontró el freno, pero sí el acelerador y lo pisó con tal saña que el coche salió disparado por la avenida metiéndose en el carril contrario y chocando violentamente contra tres coches a los que desguazó.

Que no se llevara a ningún transeúnte por delante, fue la parte buena del asunto, porque me cuenta que la gente gritaba alarmada, mientras saltaban a los lados al ver un coche avanzando sin control.

El resultado fue un ojo digno de un combate de boxeo, cortes en la pierna y unos destrozos económicos a los que no podrá hacer frente, puesto que como tantos y tantos conductores no tenía seguro, todo un drama, me diréis. De la cárcel, me cuenta, se salvó de chiripa, porque fue su tía, que sí tiene el carné, la que se culpó del incidente.

Debo reconocer que la historia me puso los pelos de punta y me recordó otros muchos incidentes que acabaron peor y se llevaron por delante a unos cuantos inocentes.

Y como todo lo que le pasa a un buen creyente, sea ésto bueno o malo, es obra de Alá, nadie se pregunta por responsabilidades terrenales, así que espero que el mismo Dios que reparte suerte, nos proteja de semejantes imprudencias.

jueves, 17 de diciembre de 2009

La Maison Thomas y su idiosincrasia

Descubrí la Maison Thomas* recién llegada a la ciudad, cuando todavía no habíamos encontrado casa y teníamos que buscar cada día nuevos restaurantes que no maltrataran exageradamente nuestros estómagos, poco acostumbrados al cardamomo y al comino.

Desde fuera me recordó a uno de esos cafés antiguos, algo afrancesados que tiene Bilbao, de puertas negras con cristaleras talladas, letreros de bronce y servicio de chaleco negro y delantal blanco.

La primera vez que entré fue más con el pretexto de usar su cuarto de baño que de comer, por eso, en cuanto me trajeron la carta, pedí sin pensarlo una ensalada y pregunté dónde estaba el aseo.

La pregunta con la que me contestó el camarero de ojos adormecidos, me dejó sin palabras,
-Para que lo quiere, madam?
-Cómo que para que lo quiero? le miré extrañada.
-Madam, dijo abriendo los ojos a duras penas, si lo que quiere usted es lavarse las manos, pase por favor a nuestra cocina, pero si va a hacer otras cosas, ahí enfrente señaló, en la esquina, está la librería Diwan, ellos sí tienen baño, puede ir yendo mientras le preparo su comida.

Aquella soltura desbarató mis planes, cancelando de inmediato cualquier necesidad fisiológica que pudiera tener y me aportó mucha información sobre lo que me esperaba a partir de aquel momento en tan curiosa y extravagante ciudad.

Hoy he vuelto y me parece que nada cambia en este lugar que sobrevive a los años y a los cambios con cierta lozanía. Allí estaba el mismo personal de ritmo cadencioso, la cocina abierta con las caras de siempre que miran sin interés mientras cortan, asan y aderezan y la típica clientela cosmopolita de visita en la ciudad. Es sin duda un lugar especial y muy recomendable para hacer una comida rápida, aunque debas prescindir del alcohol y del "excusado".


* lo encontraréis en la 26th of July st., Zamalek.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Nubes en el cielo, vacas en la acera.

Toc, toc...aquí estoy, de vuelta en El Cairo y parece que todo sigue igual, sólo el cielo se ha vuelto plomizo y anda revoltoso, con ganas de descargar la mancha de nubes negras que acarrea. Algo inusual por estas tierras.

En mi primer paseo matutino he llegado hasta la embajada de Argelia y me he encontrado con que el despliegue policial que dejé a mi partida a Europa seguía por la zona, aunque esta vez, más recatado, sin los feroces aditamentos antidisturbios que utilizaron para disuadir a la peña futbolística cuando se puso revoltosa.

Los policías estaban repartidos en grupos a lo largo de la calle, pero en lugar de tener una actitud de alerta, se encontraban cómodamente despatarrados en sillas de plástico negro, junto a una mesa en la que no faltaban ni el té ni los cigarrillos. Algunos charlaban acaloradamente y otros miraban sus mensajes de teléfono, pero lo que se dice, vigilar, vigilar, ninguno lo hacía, así que me pareció más una medida disuasoria que otra cosa.

Los soldados rasos se apelotonaban aburridos en los furgones, prensando sus caras en las rejas, observando cada falda que pasaba, larga o corta. Cuando alguno daba la voz, un tropel de cabezas asomaba por la puerta para valorar el "material", con una codicia descarada.

Avancé con la melodía de las suras coránicas que salían de algún teléfono móvil y que se mezclaban con las de la radio, puesta a todo volumen, del vendedor de bombillas de la esquina.

A punto estaba de llegar a mi café favorito cuando un olor putrefacto me hizo cambiar el rumbo de un brinco y taparme la nariz con la misma aprensión que si me hubieran lanzado una bomba química.

No podía explicarme de donde procedía semejante fetidez, pero no tuve que buscar largo rato. Allí mismo, a un par de metros, en la acera, me encontré con un enjambre de moscas hambrientas revoloteando sobre la piel abierta y cubierta de sal de una vaca recién desollada que alguien pretendía curtir. La imagen me resulto ilusoria, aquel enorme pellejo putrefacto tendido en mitad de un paseo, entre los árboles, junto al muro de una escuela y cerca del domicilio de varios embajadores...se me tuvo que quitar el susto para que mi cerebro consiguiera entender aquel hallazgo.

Así que ya veis, cuando uno cree que ya ha visto de todo, El Cairo le pone a prueba y siempre pierdes, o ganas, depende de como lo mires, porque material para relativizar el mundo tendrás de sobra y no sabrás lo que es aburrimiento.