Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

sábado, 23 de mayo de 2009

Apuntes de Beirut y una cena de perros.

Recorrí gran parte de la ciudad en coche, atravesando la invisible "linea verde" que separó durante la guerra civil los barrios cristianos y musulmanes y que fue símbolo del odio que incapacitó a los libaneses de diferentes credos para convivir en paz.

Muchos de los edificios estaban restaurados o habían sido levantados de los
escombros y a pesar de haberlo hecho respetando su arquitectura original, me parecieron de cartón piedra, fríos, sin carácter. Entre ellos, solares vacíos cubiertos de hierros retorcidos y cascotes, vestigios de tantos años de guerra.

A pesar de esta prueba irrefutable de la dolorosa historia de Líbano, uno tiene la impresión de estar en una alegre ciudad mediterránea, llena de restaurantes y terrazas al aire libre y con una de las zonas comerciales más caras y exclusivas del mundo.

Esa noche estaba invitada a cenar en Junie, así que dejé Beirut y continué por una carretera que atraviesa varias localidades superpobladas. La zona es montañosa y está saturada de edificios construidos en las laderas, que a pesar de todo, dan a la región un aspecto muy interesante, no así los cientos de vallas publicitarias que delimitan la carretera y que distraen enormemente la conducción.

Llegué a mi destino de noche, una villa situada en una loma que domina la bahía de Junie con sus miles de luces parpadeantes. Atravesé los jardines hasta llegar a la entrada y en la oscuridad, sólo pude distinguir el agua brillante de la piscina que
parecía un mirador acuático sobre la ciudad. No me percaté de las dimensiones del lugar hasta que me condujeron a un ascensor para subir al salón.

La bienvenida me la dio un enorme y peludo perro que sin mediar gesto alguno, se metió mi mano en la boca y la relamió como si se tratara de limpiar un hueso. Me quedé muda y sólo acerté a balbucear un deslavado buenas noches, mientras intentaba sacudirme al perrote, que por cierto, se llamaba Robert. De las fauces del animal, pasé a la mano de mis anfitriones, que me parecieron muy educados, ya que me la estrecharon sin hacer ningún mohín o comentario impropio cuando comprobaron que la tenía pegajosa y resbaladiza.


A continuación, nos sentamos en una enorme mesa árabe, de esas que te quedan por las rodillas. En un momento llegó el aperitivo, verduras de todo tipo, aceitunas, salsas y varios cuencos de frutos secos. Con todo aquello me sirvieron un Campari con naranja tan fuerte, que pensé que podría empezar a decir tonterías en unos pocos minutos o incluso caer desmayada.

En un visto y no visto apareció otro perro pequeño, que de un hábil salto se colocó en mis rodillas dispuesto a pasar allí la velada, hecho que provocó mi aceptación inmediata en la familia.

Mientras
hablábamos de lo divino y de lo humano, el otro perrote chupón, que estaba muy pendiente de todo lo que ocurría en la mesa, realizó un movimiento rápido y calculado y metió su cabeza en el cuenco de los cacahuetes , ventilándose la mitad. Esto, no ocasionó ninguna vergüenza a mis anfitriones, quienes lo tomaron de manera natural, retirando el cuenco del alcance del animal. Así que la charla siguió, mientras unos comíamos del cuenco "bueno" y otros rebañaban lo que el perro no se había podido llevar.

Decidí ir al baño a quitarme las babas de Robert y a desternillarme de la risa por semejante situación. El lugar era enorme, pude contar sólo allí, cinco alfombras persas, sí, como lo oís. En el conjunto de los salones habría unas cuarenta.


Más tarde se ofreció una variada cena libanesa. Como plato principal, se sirvió un pescado al horno que mediría unos 60 cm y que estaba cubierto por una sospechosa mezcla de color marrón cubierta de almendras. Aquello debió ser el colmo de la tentación para el bueno de Robert, así que nada más que aquella bandeja aterrizó en la mesa, metió de nuevo su hocico, mordió la cabeza del pescado y con un movimiento rápido tiró y se llevó un pedazo enorme con raspa incluida.

Estaba claro que aquello no iba a arruinar la noche, incluso cuando el perro decidió quedarse junto a la mesa,
rumiando el preciado botín encima de la alfombra, no me pareció que a nadie le diera un ataque de nervios. Por supuesto, no hace falta que os diga que el resto del pescado nos lo comimos nosotros.

La velada siguió su curso, escuchando buena música y recordando la guerra del Líbano a través del álbum fotográfico de la familia. Cuando vi como habían si
do sus vidas, documentadas en aquellas fotos, las bombas, los escombros, las interminables noches durmiendo en el sótano, el miedo a morir durante tantos años, comprendí esa manera tan distendida de comportarse, de entender el mundo y las cosas que realmente importan.

Todavía hoy, sigo riéndome.

martes, 19 de mayo de 2009

El aniversario. Desde "mi tintorería cairota", hasta hoy...

Hoy hace un año que escribí mi primer post, "Mi tintorería cairota".

Acababa de llegar a El Cairo, dejando atrás ocho intensos años de vida en México que me habían convertido en mexicana de corazón y costumbres. Cambiar el entorno y la perspectiva de las cosas no fue nada fácil, pero la experiencia valió la pena y hoy, después de muchas vivencias, sigo convencida de que ésta, es una de las ciudades más apasionantes del mundo.

Vaya época! todavía recuerdo la impresión que me produjo el primer encuentro, aquel intenso calor en los callejones, los olores de las especias y los cientos de personajes exóticos y anónimos con quién compartía las malogradas aceras.

Como no había encontrado casa, lo escribí desde el hotel, sin planes concretos de futuro, así que hoy cuando miro atrás y leo como fueron mis comienzos, no puedo más que sonreírme y recordar con ternura aquel espontáneo caos en que se convirtió mi vida cotidiana y en el que todavía me veo inmersa.

Por eso, a aquellos pocos que lo leyeron entonces y a aquellos otros que se fueron incorporando con el tiempo, en total más de 25.000 lectores, os invito a releerlo, para celebrar el tiempo pasado, vuestra compañía y la agradable sensación de seguir juntos.

domingo, 10 de mayo de 2009

La DGT cairota


Aquel día me tocaba solicitar el carné de conducir. Me lo habían pintado mal, colas interminables, horas de aburrida espera y una burocracia difícil de sortear.

Con aquella perspectiva, llegué a la Dirección General de Tráfico de El Cairo una mañana en la que el sol, después del tibio invierno, apretaba riguroso. Ya en la calle contigua había un auténtico hormiguero, cientos de personas, sobre todo hombres jóvenes que esperaban su turno entre un arsenal de motos y coches aparcados de cualquier manera. Pasar entre ellos me produjo vértigo, sobre todo porque me sentí blanco de aquellos ávidos ojos .

Entre ellos había muchos lisiados. Ojos a la virulé, cejas cortadas, cabezas vendadas, brazos en cabestrillo o patas chulas eran algunos de los desperfectos con los que cargaba el personal, que por otro lado no parecía muy afectado por semejantes desgracias. Me sorprendió sobremanera aquella fauna, que me pareció más propia de un hospital, pero enseguida me enteré de que en el primer piso había un juzgado que se ocupaba de los accidentes de tráfico y repartía fortuna o cárcel según conviniera.

Con paso rápido, entré en las oficinas por una verja a medio abrir. Aquel lugar me pareció caótico, como si el paso de un ciclón hubiera desbaratado las instalaciones y sólo quedaran escombros, muros y ladrillos desperdigados aquí y allá. Unos obreros estaban liados a martillazos con un muro, abriendo a ojo de buen cubero, puerta y ventanas, todo ello sin ninguna protección.

Me senté junto a una tropa de muchachos que esperaban con desgana su turno para conseguir el carné de conducir camiones. La sala, al aire libre, no podía ser más ruinosa, con un tejado de uralita lleno de cables viejos que colgaban peligrosamente encima de nuestras cabezas, tubos de conducción rotos y arena por todas partes.

Al frente, teníamos una sala enorme de oración, identificable por las decenas de zapatos alineados fuera . En la puerta, sentados en el suelo, dos o tres limpiabotas hacían su agosto con la nutrida clientela.

Un pequeño local con mostrador al patio ofrecía café, té y algo de comida. Junto a su estrecha puerta había un largo pasillo mojado que conducía a los baños. El olor a pescado atrasado, irrespirable, llegaba a todos los rincones y parecía no afectar a los que bebían alegremente en la barra. Mucho no se podía hacer, si te movías a la esquina opuesta, te topabas con un olor a gas que apestaba y había riesgo de caer como un pajarillo.

Así transcurría la mañana, de mostrador en mostrador, con la promesa de Mahmoud, que era quién debía arreglar mis asuntos, de que la cosa no llevaría nada más que 3 o 4 horas. Cuando ya había perdido la esperanza de conseguir el ansiado carné egipcio, le vi hacerme señas para que me acercara.

Por fin las fotos, me dijo acompañándome a un despacho con un improvisado estudio fotográfico. Me senté en una silla coja que por poco me tira al suelo. Los cables colgaban en absoluta anarquía por detrás del ordenador y madejas de pelusas y polvo se enredaban en ellos. Entre aquel maremagnum descubrí tirados, los zapatos que se había quitado la funcionaria y sus regordetes pies descalzos.

La vi preparada para disparar la foto. Al verme pasmada y perdida en aquel curioso paisaje alzó la mano y gritó enérgica levantando el brazo, smile madam, please, smile, smile! En un par de minutos más, una mano ensortijada salió por una pequeña ventanilla y me extendió una licencia árabe que no pude entender pero que me llenó de regocijo.

No sin cierto pesar, me despedí de aquella curiosa y pintoresca oficina.

lunes, 4 de mayo de 2009

A vueltas con la arena

Hoy tenemos un tiempo tremendo.

El viento resopla caliente, espesa el cielo y revuelve la arena, forma remolinos y ventiscas, despeina, azota faldas y levanta galabeyas, pica las aguas del Nilo y tumba antenas.

La fina arena y el polvo ciegan. Con tal desmesura, se entienden mejor los vestidos beduinos. Los largos mantos protectores, los turbantes, las cabezas y caras cubiertas.

Los pájaros vuelan en grupos, envueltos en una especie de vapor blanco, se adentran en él y se pierden de vista en pocos metros. Los barcos se mueven perezosos, arrastrando la popa con galbana, en un paisaje irreal que parece un sueño.

Estamos en el desierto y esto es lo que toca. Las arenas se levantan y recuperan territorio. Sólo queda esperar. Después de la tormenta llega la calma.

*la primera foto muestra un día normal a las 2 de la tarde. La segunda, corresponde al día de hoy a la misma hora.