Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

miércoles, 24 de diciembre de 2008

FELIZ NAVIDAD


Desde Colonia, con un invernal cielo plomizo y unas calles rebosantes de vida, os deseo queridos amigos, unos días llenos de paz, júbilo e ilusiones; de deliciosos banquetes, de espumosos brindis y de encuentros inolvidables; días de promesas y planes, de buenas nuevas y de alegrías.

Y entre tanto festejo y celebración portaos bien, que ya sabéis que los Reyes Magos todo lo ven y a los niños malos les traen carbón.

Abrazos.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Mi vida a través de las ventanas


Las ventanas siempre han sido importantes en mi vida de expatriada. El recuerdo de aquellos paisajes que me ofrecieron y que me acompañaron tanto tiempo, me arraigaron a todos los lugares que habité.

Todas las casas en las que viví tuvieron grandes ventanales. Recuerdo, desde el antiguo salón, los días de lluvia, nieve y frío en Alemania. La transformación de los árboles, la caída de las hojas y las crujientes alfombras amarillas, naranjas y marrones que lo cubrían todo, la helada y la esperanza de la floración. Recuerdo cada invierno y la llegada de los primeros copos de nieve y las ventiscas que me sacaban de casa entusiasmada, algo heredé de mi padre, que sentía fascinación por el mal tiempo. Gorbea, mi pastora vasca, corría por el monte como si tuviera que vigilar aquellos parajes. Retozaba y escarbaba hundida hasta la cabeza en aquella espuma helada. Llegábamos a casa patinando, no podía tenerse en pie. Enormes bolas de hielo se le formaban en las patas y liberarla de aquello era una pesadilla.

Años más tarde, las ventanas me mostraron palmeras y buganvilias, jazmines y aves del paraíso; limoneros, mangos e incluso café que yo misma planté. Días eternos de sol y tardes de rayos, truenos y lluvias torrenciales que corrían desenfrenadas calle abajo. Recuerdo el Popocatepetl, esperándome cada día, casi podía tocarlo con mi mano, siempre humeante, unas veces nevado y otras pelado, como si la temperatura interior no dejara crecer nada en la superficie. Y aquellas explosiones, recuerdo la puerta de casa retumbando como si un ejército desbocado quisiera entrar en mi cocina.

Y ahora, veo el Nilo. Lo veo por todas las ventanas, cuando leo, escribo o duermo. De día y de noche, iluminado por los altos edificios de su ribera. De día atravesado por barquitos de pescadores, barcazas de transporte, algún esquiador acuático y unas cuantas piragüistas de pelo cubierto. De noche, la cara más kitsch. Las barquitas de colorines, vestiditas de feria y las luces de neón que iluminan los sueños.

Y mañana, desde otros ventanales, veré de nuevo los días de nieve y frío y en un suspiro, disfrutaré de las verdes montañas y de los cielos grises del primer lugar que habité.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Eid Al Adha. Ritual del sacrificio de Abraham.

Esta semana, El Cairo ha cumplido con una de las tradiciones más importantes para el mundo musulmán, la celebración del Eid Al Adha, fiesta llena de ritual y simbolismo religioso que sigue en importancia al Ramadán y que consiste en el sacrificio de un carnero o una vaca en conmemoración del día en que el bueno de Abraham estuvo a punto de sacrificar a su propio hijo.

Aunque os resulte insólito, el lugar preferido para el ritual suele ser la calle, en las transitadas aceras, delante de comercios y viviendas. Para los más tímidos, la bañera de casa es una buena opción, me dicen. La repartición se hace así, un tercio de la carne se regala a los amigos, otro tercio a los más pobres y el último se reserva para el consumo familiar. El sacrificio, me cuenta Mansour, otorga además, el perdón de los pecados a los miembros masculinos de la familia.

Los días previos a la fiesta, anduve con cierta aprensión observando los preparativos que se hacían alegremente en la mayoría de los barrios. Los carniceros, ampliaban sus negocios sacando toldos que cubrían las aceras e iluminaban la calle, asegurándose de que su particular exposición no pasara desapercibida a nadie. Por encima de nuestras cabezas, colgaban los pobres animales que ya habían pasado a mejor vida, desollados, tatuados y listos para el despiece. Caminar en esos días por ciertas calles se convirtió en un juego de concentración para conseguir esquivar los traseros de los animales y no cabecear por distracción contra ellos.

Y así, en cada esquina, iba recopilando nuevas experiencias. En la puerta de uno de los restaurantes más chics de la ciudad, en plena avenida 26 de julio, unos vendedores habían improvisado un establo al aire libre y allí estaban los animales vivos, despeinados y con cara de susto, esperando al piadoso comprador que emularía con ellos al bíblico Abraham. Miré como sin querer ver, con los ojos entrecerrados y les vi ojos de martir. Conté las horas que les quedaban, pobres, pensé y ellos sin saberlo.

En mi barrio, también se veía el trajín. Una tarde, le pillé al bauab del edificio contiguo transportando a un carnero de tremenda ornamenta dentro del carrito del supermercado, ya sabéis, ese en el que normalmente llevamos el pan y la leche. Así, corrió serpenteando por la carretera con el asustado animal pegando brincos hasta que se perdió de mi vista. Otros, menos organizados intentaban arrastrar al bicho sin cuerda ni atadura alguna. Le agarraban de las patas delanteras y así a la brava pretendían hacerle andar. Puse el grito en el cielo y me tapé los ojos, cosa que sólo consiguió despertar la hilaridad de aquellos improvisados matarifes.

Y llegó el día en cuestión y como ya me habían prevenido de que durante las primeras horas, la mayoría de las aceras de El Cairo se convertirían en altares de sacrificio, decidí quedarme atrincherada en casa para esquivar el espectáculo que habría de convertirme en vegetariana para el resto de mis días.

A primerísimas horas de la mañana, cuando todavía me cobijaba el calor de la cama, me despertaron, como si de una inmensa colmena se tratara, millones de voces de El Cairo unidas en la misma plegaria, el balido de los corderos, las oraciones de los muhecines, los sonidos de cada casa, las voces de cada hombre, de cada mujer, de cada niño. Y toda esa fascinante música, unida a un inmenso y extraño silencio provocado por la total ausencia de coches.

Rondando el mediodía, cuando ya creí pasado el peligro, oí el estruendo de un chorro de agua a presión en el patio de nuestro edificio y con curiosidad insana, me asomé a ver qué pasaba. Y allí estaba el bueno de Mohamned, mi bauab, otra vez arremangado hasta el muslo y enseñando sus patitas con sus chancletas de goma. Me temí lo peor cuando le vi de esa guisa, poniendo orden y limpieza en el lugar donde se había dado matarile a algún pobre animal. De él sólo quedaba la despeluchada piel, blanca y negra que arrastraban entre dos hasta los contenedores de basura. El agua hacía el resto y mezclaba y diluía los fluidos en el asfalto.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Habitantes de El Cairo. Gente extraordinaria.

Esta vez , no soy yo la protagonista del suceso que relato, le ocurrió a P. y quien le conozca sabrá que sólo a él le pueden pasar estas maravillosas historias. Me cuenta así:

"Estaba en una de esas concurridas calles del casco antiguo intentando coger un taxi. Ya sabes que es cuestión de segundos que alguien pare a tu lado, me dice. Al primero que baja la velocidad, le grito al modo cairota "Zamalek" y ante mi sorpresa pisa el acelerador y sigue su camino. Me quedo perplejo, pero en cuestión de segundos, tenía al siguiente al lado. Esta vez lo hice a mi manera, así que me subí sin preguntar y cuando estaba cómodamente sentado dije de nuevo, "Zamalek" y como siempre funcionó, el taxista arrancó sin más preámbulos.

Después de un rato, miro al conductor y veo que me observa curioso. En seguida me dice, usted sabe que esto no es un taxi, no? y al ver mi cara de sorpresa añade tranquilizador, "don´t worry sir, no problem".

En ese momento me doy cuenta de que con las prisas me he debido subir en un coche particular, seguramente engañado por su aspecto exterior, bastante deteriorado. Me río a carcajadas de mí mismo y de semejante situación y le pido abochornado que disculpe y que pare.

Me mira muy tranquilo y me dice, no hombre, no, le llevo a donde quiera. Vaya situación, no sé qué hacer, pero me insiste tanto, que me quedo. Entonces, de manera espontánea entramos en conversación y me doy cuenta de que mi improvisado conductor es un hombre pobre pero culto, me dice que es profesor de inglés y eso se nota inmediatamente porque habla el idioma muchísimo mejor que los taxistas que frecuento. En el trayecto tenemos tiempo de hablar de política, de la pobreza en esta enorme ciudad de 22 millones de habitantes y de las enormes dificultades existentes para cambiar las cosas.

A esas horas encontramos muchísimo tráfico, una cosa de locos. A pesar de las enormes colas, va aprovechando cada hueco y adelanta un coche detrás del otro y yo, sacando la mano, le ayudo para que le dejen de nuevo incorporarse a la larga caravana. "Mi profesor de inglés" se dobla de la risa y dándose palmadas en la pierna me suelta, "usted conoce ya nuestro sistema" y suelta una sonora carcajada.

Entonces, como volviendo a la realidad de este mundo, me dice serio, por qué a los europeos no les gustan los niños? me deja perplejo y le digo, de verdad crees eso? pues claro, vosotros apenas tenéis hijos, míranos a nosotros, aunque pobres, nuestras familias son grandes y los chiquillos corren por todas partes... y de nuevo nos enzarzamos en una discusión sobre el sentido de la vida, la pobreza y riqueza en el mundo.

El tiempo pasa volando y sin darme cuenta estoy en la puerta de casa. No se qué hacer, no se si puedo ofrecerle dinero sin ofenderle. Al final, le agradezco tremendamente el favor, le estrecho su mano y le deslizo con mi mejor intención un billete, le va a hacer falta. Me mira agradecido y sigue su camino. Entonces, me doy cuenta de que no le he pedido el número de teléfono...quizá quiera trabajar ocasionalmente de chófer...pero para cuando me doy la vuelta y miro, es demasiado tarde, él ya se ha perdido en el tremendo tráfico de El Cairo".

lunes, 1 de diciembre de 2008

Mercados de Doha. El Waqif, blanco y negro con mucho color.

A primera vista, Doha me pareció una hermana de Dubai sólo que más joven y manejable. Una ciudad planeada y levantada en unos pocos años, siguiendo un minucioso plan de crecimiento. Algo así como una magnífica casa nueva, amueblada de un tirón y carente de objetos que puedan contar la historia de sus habitantes.

El Museo de Arte Islámico, obra de Ieoh Ming Pei, no estaba abierto al público. Según lo expertos, cuenta con una colección de arte importantísima atesorada por la familia real qatarí en las grandes casas de subastas internacionales. Para la próxima, visita obligada.

Tomé otro rumbo y decidí echar un vistazo al centro de la ciudad y ver de cerca todos esos deslumbrantes rascacielos que recortan el horizonte y llenan la noche de brillantes parpadeos. Después, una vuelta por la Corniche, siete kilómetros de paseo junto al mar, especialmente concurrido por las noches. Y para terminar, una visita a El Waqif, el zoco original de Doha, que ha sido reconstruido según el aspecto que tenía a principios del siglo XX, cuando era lugar de encuentro de beduinos comerciantes. Y de todos ellos, este fue el lugar que me entusiasmó.

El Waqif ha sido reconstruido y ampliado recientemente, para dar cabida a cientos de comerciantes. Personalmente prefiero los lugares viejos, exóticos, llenos de colores y delicados olores a incienso y cardamomo, pero este, a mi parecer, olía todavía a nuevo. Sin embargo, me fascinó encontrar en aquellas estrechas calles un auténtico ambiente qatarí, ver a su gente, a menudo oculta a nuestros ojos, desenvolviéndose en su quehacer cotidiano, en las tiendas, las plazas, o paseando entre el gentío y las terrazas.

Me asombró cruzarme con tantos hombres y mujeres de porte orgulloso, envueltos en sus elegantes trajes tradicionales, blancos o negros. Era la primera vez que les veía fuera de la privacidad de los hoteles y sentí que me encontraba en un entorno sumamente exótico que me recordó los relatos del antiguo Oriente.

Entre restaurantes, galerías de arte y terrazas había comercios que ofrecían brillantes tejidos, pequeñas sastrerías donde encargar una camisa típica o un traje a medida, tiendas de halcones adiestrados para la cetrería, barreños de exóticas especias, talleres de instrumentos musicales, alfombras, oro y artesanías. Las mujeres beduinas sentadas en el suelo, vestidas de negro y cubiertas con una máscara de bronce, ofrecían comida, pequeñas alfombras artesanales o tatuajes de henna y las menos, se prestaban resignadas a hacerse una foto con algún turista, por suerte escasos.

Para acabar el día, me incliné por un té con menta fresca, en una terraza bien concurrida. El lugar debía ser muy popular porque en pocos minutos se habían ocupado casi todas las mesas. Los asientos preferidos eran unos enormes sillones acojinados que se podían compartir y que estaban ocupados en su mayoría por amigos de cierta edad que charlaban animadamente.

Al frente había un grupo de músicos, sentados en enormes cojines orientales, tocando folclore de la región, mientras los espectadores les jaleaban con palmas. Desde mi silla observé al resto de los clientes, todos tocados y vestidos de blanco inmaculado y es entonces cuanto tuve la sospecha de que estaba sola entre montones de hombres. Buscando alrededor, descubrí que las mujeres estaban sentadas en otra zona destinada a las familias y las más jóvenes, subidas en la terraza del tejado fumando shisha. La idea me puso algo nerviosa, me disgusta saltarme las reglas de otras culturas, pero vi que nadie me miraba, la cuestión parecía no interesarles en absoluto, estaban a lo suyo, felices, así que me relajé y uní a la fiesta haciendo sonar mis palmas al ritmo de los instrumentos.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Desayuno en Qatar

Estoy esperando a que me traigan el café. Los de la mesa de al lado, en este momento ausentes, deben ser árabes. Lo supongo porque del buffet han elegido varios platos con pepinillos, cebolletas, apio y zanahorias en vinagre. Tomate, queso, alcaparras y aceitunas, montones de aceitunas verdes y negras para desayunar. Sí, deben ser árabes porque también tienen dos cuencos con foul (alubias).

De la observación paso al juego cuando descubro alborozada que efectivamente no me he equivocado. Esos señores de perilla azabache, con elaborados tocados palestinos y que acaban de regresar a su mesa, no pueden ser suecos.

Voy a por el siguiente, un grupo sentado frente a la ventana que me lo pone bastante fácil. Tienen hot dogs falsos de ternera con ketchup, cereales, huevos y montones de deliciosas cochinadas tipo donuts, una engordadera, vamos. Aunque esta comida podría delatar la procedencia de los comensales, son sus dimensiones y maneras, las más acusatorias. Pero como yo no estoy aquí para herir sensibilidades, diré sin más que son sujetos que vienen del frío. Se mueven con la soltura del conquistador, levantando el aire entre las mesas. De dos palmadas ordenan más café con un desparpajo que contrasta con la candidez e inseguridad que siente el servicio, la mayoría asiático.

Con disimulada atención me dedico de nuevo al grupo de qataríes, me parece mucho más exótico. Todos ellos conversan recatadamente y refuerzan lo que dicen con un cierto juego de manos. A pesar de la distancia que los separa en la mesa, no levantan la voz, no se les oye. En algún momento, semejante sigilo me lleva a pensar que quizá uno de ellos, el de mímica más fuerte sea sordomudo, pero parece que no. En contraposición, el grupo de los donuts está empeñado en que todos conozcamos sus alegrías y miserias y garantizan el éxito de sus objetivos utilizando todos los decibelios a su alcance.

Me acabo mi café y salgo. Así, desde la distancia y sin hacer grandes análisis me pregunto cómo van a llegar a entenderse estos dos pueblos, tan diferentes en sus maneras, cómo combinar cebolletas en vinagre con crema de cacahuete?

viernes, 21 de noviembre de 2008

El Festival Internacional de Cine de El Cairo. Una historia que va de flashes y olvidos

Hace un par de días comenzó el festival internacional de cine de El Cairo con España como invitado de honor.

No se si lo sabéis, pero Egipto tiene una industria cinematográfica importantísima, que exporta a todo el Medio Oriente no sólo películas, sino también telenovelas de éxito y que mantiene a todo el mundo árabe, literalmente, pegado a la pantalla. Todas estas historias de diversión o pasión, de ahora te quiero, ahora te odio, me caso contigo o te abandono y los litros de lágrimas vertidas, han conseguido lo que el profesor más hábil jamás hubiera soñado y es que en el resto de los países vecinos, desde la abuela analfabeta hasta la nieta, más leída, hayan aprendido a través de estas historias el idioma coloquial árabe-egipcio.

Pues bien, el día de la inauguración del festival me tocó currar y tuve que dejarme caer por allí. Desde una posición privilegiada, pude contemplar a todo el repertorio de estrellas nacionales e internacionales que fueron paseándose por el magnífico Cairo Opera House. Entre otros estaban Susan Sarandon, de marrón y tambaleándose en unas plataformas imposibles, Goldie Hawn, como una quinceañera de sonrisa traviesa (que alguien me diga qué edad tiene esta mujer, plis), Julia Ormond, muy mona y divertida y haciendo de maestro de ceremonias, como no, el fantástico Omar Sharif.

El inicio del espectáculo se retrasó un buen rato y conservar mi estratégico sitio y otros más que tenía en "custodia" me costó lo mío, porque cada vez que me levantaba, alguna voluptuosa actriz egipcia se empeñaba en ocuparlo. Me vino muy bien no saber quién era quién, ni conocer la importancia de todas aquellas mujeres de melenas rizadas, para poder decir sin escrúpulos ni vergüenzas que hicieran el favor de buscarse otro sitio que no estuviera reservado. Pero claro, la misión era imposible y sino me creéis, imaginaros que tenéis que arrancar de vuestro asiento a la Carmen Maura egipcia, por ejemplo.

Fue una noche de maquillaje y pelucas, sedas, lentejuelas y algunos litros de silicona bien y mal repartida. El evento discurrió en medio de la improvisación, unos entraban al escenario y otros salían sin saber muy bien qué hacer o dónde colocarse, mientras Mr. Sharif, que tiene un talento increíble para restar importancia al desorden, hizo que aquella gala fuera uno de los espectáculos más divertidos a los que he acudido.

Después de un par de horas, cuando ya se habían repartido montones de estatuillas, la diversión llegó a su fin y se acabó la fiesta. Nada raro, por otro lado, si omito un "pequeño" detalle y es que en medio de aquel barullo, se había clausurado la gala sin presentar a los actores españoles invitados que esperaban su entrada triunfal tras bambalinas.

Os digo una cosa, estas situaciones ponen los ánimos bastante caldeados, pero en este caso, se tomó todo con mucha diplomacia y buen humor. Se improvisaron palabras de última hora y se sacó a todo el grupo a saludar. Se oyeron aplausos, alguna ovación para contrarrestar y la cuestión no pasó a mayores.

Al final de la noche, me reafirmé en el convencimiento de que se es mucho más feliz cuándo se acepta sin grandes aspavientos, que las cosas pueden no funcionar como uno quiere, cuando comprendes que lo que es importante para ti, no vale nada para otros, entonces libre de carga, disfrutas de lo que ves y recibes. Y aquella noche, fue así para muchos.

Nota: las fotos están sacadas del daylife.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Entre nubes blancas llego a Omar Sharif

Cada vez estoy más convencida de que es inútil enfrentarse a algo, cuando la batalla está perdida de antemano. Por eso, he aprendido a cambiar confrontación por adaptación, en este peculiar país que me ha acogido lleno de jolgorio y desvarío.

Para meteros en harina, explicaré lo siguiente. En El Cairo cada piso tiene dos puertas, la principal y otra situada en la cocina. Por esta puerta, que da a una estrecha escalera interior y que desemboca en el cuartito del bauab, los vecinos sacan las basuras que cada mañana recoge el basurero sin ser visto. Tengo que deciros que este lugar no brilla precisamente por su limpieza. En todos los edificios, por muy "representativos" que sean, ese lugar puede ser una auténtica caja de sorpresas. Yo abro y cierro esa puerta cada noche, con el mismo recelo que si se tratara del acceso a un gran agujero negro.

Bueno, ya introducidos, la historia sigue así.

Hoy escucho unos golpecitos misteriosos en la puerta de marras. Vaya, vaya, pienso, debe ser
Mohamed, el bauab que necesita algo...Entro en la cocina y abro la puerta del "más allá". Allí delante, bien tieso, me lo encuentro, con la galabeya anudada en la cadera y con las patitas medio al aire. Me mira y me dice con gestos, no abra esta puerta hasta mañana y se agarra la nariz con cara de asco...

Intento descifrar el por qué de este misterioso comunicado, pero no han pasado ni siquiera unas décimas de segundo cuando veo una enorme nube blanca que corre escaleras abajo y un tufo ácido se me cuela rápido por la nariz. Mohamed, que se ríe de todo, suelta una cadena de carcajadas y yo, haciendo gala de mis malos modales, le doy con la puerta en los morros y corro, ya sin tiempo para otra cosa, a cerrar, por lo menos, la puerta que lleva al resto de la casa. Manda huevos, están fumigando sin avisar.

Me atrinchero en la habitación más alejada, pero el insecticida se cuela por todas las rendijas y me obliga a abrir puertas y ventanas. En unos pocos minutos, no hay quién pare. El olor llega a todas las esquinas y empiezo a pensar en salir corriendo, pero por dónde?. Lanzo nosecuantos juramentos y mentalmente busco al culpable de semejante iniciativa entre los vecinos más antipáticos. Juro venganza.

Me tomo un minuto para pensar y aplico la premisa de evitar rabietas, en esta ciudad especialmente, no arreglan nada. Así que me siento en la terraza a esperar a que la guerra química pase. Y mientras espero, miro el Nilo, lleno de pequeños barquitos que lo cruzan y empiezo a repasar mi vida en El Cairo, llena de episodios como este y que por alguna razón que todavía no conozco, acabaron siempre produciéndome risa.

Por la noche bajo a la calle y me encuentro a Mohamed, como siempre sentado en su banco con sus coleguitas. Le miro y esta vez, soy yo quién se agarra la nariz con cara de asco y sacudo la cabeza en señal de desaprobación. Mi cara le hace retorcerse de la risa y no consigue articular palabra. Qué poco fuste tienen, pero cuánta alegría, además contagiosa.

Sigo derechita saltando agujeros y esquivando obstáculos. Rápido me meto en el bar al lado de casa y me siento en la barra, codo con codo con el actor
Omar Sharif (Doctor Zhivago, Lawrence de Arabia...). Os digo que este hombre, que será muy mayor sigue siendo guapísimo, tiene un estilo fantástico y un pelo blanco espectacular...ha tenido que ser un cañón, vamos.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Sobre los tejados del barrio judío.

Seguimos en la ciudad antigua de Jerusalén. El barrio árabe se transforma en judío en sólo un par de metros. El cambio es sorprendente. Es como saltar de un mundo a otro sin que nada lo advierta. Ya no hay calles llenas de tiendas, ni vendedores zalameros, el bullicio del mercado oriental desaparece como en un sueño.

El ambiente es tranquilo, las calles limpias. Hay varios museos, escuelas de tora, sinagogas y una antigua calzada romana que atraviesa parte del barrio con gran encanto.

Me cruzo con hombres de rostros graves, barbas largas y patillas con tirabuzones, pantalones hasta la espinilla y abrigos negros. La mayoría lleva un
kipá de terciopelo y encima un sombrero de ala que debe ser, por lo menos, 2 tallas menos porque deja a la vista toda la frente. Un comerciante me señala con el dedo hacia arriba. Sube esas escaleras y tendrás las mejores vistas de la ciudad, me dice, luego vienes y visitas mi tienda.

Las escaleras que me indica no prometen nada sorprendente, pero me equivoco. De un brinco, me coloco encima de los tejados de Jerusalén, con vistas magníficas y descubro una singular ciudad paralela.

Veo gente transitando de un lado a otro, por unas improvisadas "calles" que discurren sobre los tejados. Es como si se tratara de un microcosmos vecinal. Camino por aquel mundo sorprendente y me asomo a muchos barandales. Desde uno de ellos descubro, por casualidad, el muro de las lamentaciones. Hay hombres y mujeres rezando, separados por un muro de ladrillo. Qué imagen tan común en las mezquitas, veo que semejante costumbre segregacionista debe tener más que ver con hombres que con dioses.

Me siento en un saliente a contemplar la cúpula dorada de la mezquita de Al Aqsa, más dorada que nunca por la luz del atardecer. Los gatos, haraganeando, están en su ambiente. Cuando más apacible se muestra todo, veo que se acerca un hombre judío con una pistola en la mano. Leches! eso no es lo que uno espera encontrar ahí arriba, no?

El tipo en cuestión, se acerca vigilante. El estómago me da un vuelco, me quedo helada. Intento levantarme sin llamar mucho la atención, arrgggg quiero volver a la calle. Le agarro a P. y me acerco a las mismas escaleras estrechas por las que subí. Cuando me dispongo a bajar, de cabeza si hace falta, una veintena de soldados armados hasta los dientes, quieren subir y me tengo que hacer a un lado, las armas me convencen.

No sé si alegrarme o directamente desmayarme. El tipo del "kit" pistola-kipá, da media vuelta y receloso, se va en dirección contraria y yo, libre ya el camino, vuelo escaleras abajo y me adentro en otra realidad. De lo que pasó arriba, sé tan poco como vosotros.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Color, bullicio y pólvora. El barrio musulmán de Jerusalén.


Entro a la vieja Jerusalén por la puerta de Damasco, la zona palestina de la ciudad amurallada. El gentío es impresionante, no cabe un alfiler. Atravieso la puerta a trompicones, entre puestos de calzado, telas, dulces, y carnes recién asadas. El olorcillo rico me envuelve, pero lamentablemente me lo llevo pegado en la ropa durante toda la mañana.

Las calles, estrechas, están llenas de pequeños bazares. El ambiente es como el de cualquier mercado árabe, bullicioso y colorido, con notas musicales que cambian de tienda en tienda y montones de niños corriendo y alborotando. Los vendedores, sentados a las puertas de sus negocios charlan animadamente, pero sin perder el hilo del negocio. Según paso, se levantan y me tientan con toda clase de mercancías, el regateo está servido.

En esta zona, hay muchos militares. Chicos jovencísimos portando armas que realmente impresionan y que me parecen totalmente innecesarias. Todos están en grupos y veo a unos, especialmente jóvenes, que se dejan fotografiar por unos turistas.

W. que ha vivido los últimos tres años en la ciudad, me dice que hay mucha crispación en el ambiente por tantas heridas abiertas. Y lo creo, cada uno apartado en su gheto, no se cruzan, no se miran, unas veces se ignoran, otras se matan.

Sigo por la vía dolorosa, el lugar por donde, según el relato bíblico, Jesús arrastró la cruz. La estrecha calle empedrada está igualmente abarrotada de pequeños comercios. Por si estos no fueran suficientemente bulliciosos, tenemos, además, hordas de turistas con guía incluido que dan a grandes voces las explicaciones, mon dieu! Si desde luego alguno quiere concentrarse y ponerse en situación histórica, lo tiene crudo.

Entro en una tienda y quiero comprarme un pastelito árabe de hojaldre, pero sólo quiero uno porque son muy dulces y luego me sientan fatal. El pequeño hombrecillo me deja escoger y además me regala 4 bolitas de dulce de miel frito. Salgo entusiasmada con mi regalito y pienso que los comerciantes árabes tienen una gracia especial.

Bajo unas escaleras y después de pasar un arco, las calles cambian y el ambiente también. Entonces sé que me encuentro en el barrio judío.

martes, 4 de noviembre de 2008

Entre los muros de Jerusalén

Desde la posada de peregrinos San Paulus veo, por primera vez, los muros de Jerusalén.

La posada está situada en la parte palestina de la ciudad y para llegar hasta ella, he tenido que arrastrar mis maletas los últimos 200 metros. El taxista, judío, no ha querido atravesar ese muro invisible que corta la ciudad y divide a sus gentes. Me bajo sin hacer preguntas, pero con el propósito de entender esta guerra agazapada en cada rutina.

Dejo las maletas y de dos en dos subo los escalones que me llevan a la terraza. Desde allí, tengo una vista privilegiada de la ciudad amurallada.

Realmente me impresiona la carga histórica y religiosa del lugar, a pesar de que decidí desprenderme de esta última hace ya algunos años. A vista de pájaro distingo, la iglesia del santo sepulcro, alguna sinagoga desconocida, la famosa cúpula dorada, símbolo de Jerusalén y muchas otras pequeñas cúpulas sin nombre. Abajo, en la calle, hay un mercado oriental en plena ebullición que me devuelve a la realidad. Todos gritan al unísono y lo raro, parece que se entienden. El puesto más codiciado, uno de sujetadores inmensos azules y rosas, donde hay hasta cola, lo juro.

La ciudad, de calles estrechísimas, está repartida entre musulmanes, judíos, cristianos y armenios. Después de visitar algunos lugares emblemáticos, prefiero caminar sin rumbo fijo, perderme por las calles y observar a sus gentes.

Pasar de un barrio a otro es cambiar de mundo y de realidad en segundos. El decorado se transforma, los edificios, las tiendas, la indumentaria de sus habitantes, los colores y olores, la extrema limpieza o su tajante ausencia.

A pesar de todo, veo que comparten algo, montones de turistas en trance y grupos de militares armados, dispuestos a meterle un tiro al que alborote.

Luego, más...

viernes, 31 de octubre de 2008

En el mercado del Carmel en Tel Aviv


Siempre que puedo, visito los mercados de los pueblos y las ciudades, porque entre líneas te cuentan historias de sus gentes. Esta mañana he paseado por uno lleno de color, el mercado del Carmel en Tel Aviv.

En sus puestos he encontrado, las granadas más grandes y rojas que he visto en mi vida y las berenjenas más pequeñas. También unas manzanas verdes llenas de "defectos" pero tan aromáticas como las que crecían en los árboles de mis veranos infantiles.

Puestos de zumos. Naranja, pomelo, manzana, apio y uno de granada realmente delicioso. Especias de todos los colores y olores, mezclas picantes que cortaban el aire, aceitunas verdes, negras, marrones; unas tersas, otras arrugadas, machacadas, escurridizas y brillantes, perfectamente colocadas en cuencos de metal.

Venta de panes, bollos, quesos, carnes, bragas, calcetines, colonias y cremas. "Cuatro por cien" me dice el de los calzoncillos, enseñándome la masa de pan con queso que da vueltas en su boca. Algo se le escapa entre los dientes y aterriza en la "A" falsa de Armani.

Veo rasgos que no puedo identificar, a veces me parece que estoy en el sur de Francia, otras veces en cualquier lugar de Alemania, Rusia o España. Esta gente lleva la historia de los últimos 2000 años escrita en la cara.

Me vuelvo y veo varias cabezas cubiertas con el kipá. Son las que me recuerdan donde estoy, Israel.

jueves, 30 de octubre de 2008

TEL AVIV y los efectos secundarios.


Esto de andar de un lado a otro por el mundo, tiene sus efectos secundarios.

Hoy me he despertado de madrugada, con un brinco me he sentado en la cama y me he preguntado, pero dónde estoy? Como la respuesta no acababa de llegar he zarandeado todavía medio dormida a P. quién a su vez ha pegado un brinco y con cierta incredulidad me ha soltado, cómo que en dónde estamos? no sé!

Como yo seguía insistiendo, ha tenido que abrir los ojos y concentrarse, entonces soltó la respuesta que me tranquilizaría: Tel aviv. Claro! Tel aviv! llegamos anoche! ahhhhhhhh...esto fue suficiente, me escurrí cama abajo y tapándome hasta la nariz me dispuse a seguir durmiendo.

Y esta mañana, con un sol radiante, he salido a ver cómo sería la desconocida ciudad que ya una vez, me había quitado el sueño.

Si me preguntáis qué esperaba encontrarme, os tengo que decir que no lo sabía ni yo. Por un lado, tenía en la cabeza la importante carga bíblica que lleva toda esta zona, el rey David, Galilea, Belén, los corderitos, ya me entendéis y por otro la imagen de un país quizá marcado por su permanente conflicto bélico.

Sin embargo, Tel aviv es una ciudad moderna y llena de vida. Tiene la misma luz y vibrantes colores que muchas otras ciudades en el mediterráneo y es, sin duda, mucho más abierta que sus vecinas árabes. Sólo tienes que echar un vistazo a la playa, llena de sombrillas, tumbonas y bikinis. El panorama es como en cualquier playa del mundo, nada de bañarse vestida con largos hábitos negros o embutida en un neopreno negro a lo Cousteau.

En el malecón hay mucha actividad desde primeras horas de la mañana. Madres paseando con sus hijos, deportistas y jubilados estirando las piernas y montones de terrazas donde ver el mar tomándose una caña. Sí, una caña! aquí opera la misma ley que en el resto del mundo, "No se sirve alcohol a los menores de 18 años" , el resto puede hacer con su hígado lo que quiera y esto, para alguien que vive en el mundo árabe, donde no es fácil que te den un vino, supone una agradable sorpresa.

Continuará...

miércoles, 29 de octubre de 2008

LIVE NEWS: Desde el área de tránsito en Amman, rumbo a Tel Aviv


Esta mañana he salido del Cairo rumbo a Tel Aviv haciendo escala en el aeropuerto de Amman. Y aquí estoy ahora mismito, esperando mi vuelo hacia la Tierra Santa de judíos, cristianos y musulmanes.

Lo primero que he tenido que hacer es buscar una tienda en el duty free donde comprarme un jersey que no pareciera muy folclórico, sin camellos ni esas cosas. La cuestión es que la temperatura a que he estado "sometida" en el avión me había bajado la mía propia hasta los suelos, así que no podía quitarme la tiritona. Yo creo que las aerolíneas, que son muy avispadas, saben que de esta manera nos dejan tan ateridos que no abrimos la boca ni para pedir agua. Así, las azafatas pueden dedicarse a leer el Vogue sin que las molesten, qué lagartas son.

Y aquí estoy, en el World news cafe, junto a un grupo de paquistaníes que se están comiendo unas hamburguesas en el chiringuito de al lado. Los pobres parecen estar al límite de sus fuerzas. Mal vestidos, despeinados y cansados. Vaya panorama.

Yo me estoy echando un chocolatito para entrar en calor y en un rato embarcaré rumbo a Tel Aviv. Bueno, ahora os dejo porque ya no tengo batería y ya os contaré como es mi entrada desde Jordania en Israel. Ya me han advertido que si los israelíes me sellan el pasaporte, luego tengo vetada la entrada en la mayoría de los países árabes. Pero yo, que soy precavida, tengo un as en la manga, digo un segundo pasaporte ;-)

domingo, 26 de octubre de 2008

Mohammed, el bauab y sus coleguitas.


Hoy he salido de casa temprano.

El ascensor, como siempre, estaba ocupado. En el edificio somos cuatro gatos, pero hay un trajín de lo lindo día y noche. Esto se debe a que estos cuatro gatos, tienen a su vez otros cuatro que ejercen de chóferes, vigilantes, cocineras y otras profesiones que desconozco, pero que hacen subir la población de esta pequeña escalera hasta límites insospechados.

Hoy me ha tocado compartir espacio con el británico del sexto, la empleada filipina del quinto y con un gato de verdad. En este ascensor de Babel he viajado dando tumbos, hasta la planta baja, donde ya esperaban el empleado sudanés del segundo, la vecina del tercero y el chófer de Hussein. Os dije trajín?

En la puerta, como siempre, estaba sentado Mohammed, el bauab. Verle tan tranquilo allí, me puso de buen humor.

Su trono particular es un modesto banco de madera cubierto con una manta árabe, seguramente heredada de algún inquilino. Este banco está colocado estratégicamente, en la entrada de la casa. El motivo, no perder ripio. Unas veces lo pone a la izquierda y otras a la derecha. Nunca he sabido el motivo de estos cambios y como creo que no tienen nada que ver con el sol, porque hay muchos árboles, tengo que pensar que se deben al aburrimiento o a simples cambios de rutina.

En este curioso avistadero nunca se sienta solo. Cuatro o cinco personas comparten con él, además del asiento, tertulia y té. Uno es el chófer de Hussein, el otro el portero de la casa de al lado, el chico de los recados de una de las vecinas y otros tantos que van turnándose y forman parte de ese microcosmos peculiar y entrañable.

Cuando te ven, se desviven en saludos. Les puedes pedir de todo, siempre ayudan, incluso a veces, si no tengo cambio, me pagan al taxista sin hacer dramas, o le llaman al orden si quiere cobrar más de la cuenta. Esta gente no es rica en dinero, pero sí en una amplia red social de auténticos amigos.

Mohammed viene del sur de Egipto, pero lleva toda la vida trabajando en El Cairo. Ser bauab significa ser el mandamás del edificio y de parte de la calle. Está al servicio de los vecinos y por unas 80 libras mensuales, te paga los recibos de luz y agua, sube a tu casa cuando necesitas cualquier cosa y controla como buen sabueso la entrada de extraños en el edificio. Para todo lo demás recados, están las propinas extras.

Tengo que decir que jamás le he visto trabajar en asuntos que requieran mucho, mucho "movimiento". Eso de que los bauabs tienen ciertas tareas y obligaciones, debe ser en otros barrios o en otros portales, en el nuestro no.

Lo que se supone que debe hacer, se lo ha asignado a otros subalternos que se ha agenciado en el barrio. Así ha conseguido quién le lave los coches y le barra la calle. El, mientras tanto, controla el trabajo desde su banco, con la taza de té en la mano. No tiene un pelo de tonto.

Para las escaleras tiene a un señor entrado en años que limpia y lava como los chorros del oro. Todas las mañanas le encuentro descalzo y con los pantalones remangados hasta las rodillas, echando baldes de agua que corren como una cascada escaleras abajo y que milagrosamente todavía no nos han inundado la casa. Cuando ha acabado la tarea, desenrolla una pequeña alfombrilla y en una esquina del portal, frente al espejo y mirando a Mecca, da las gracias a Alá.

Para acabar la jornada, Mohammed le ofrece un té y los dos se sientan mano a mano en la garita a ver la telenovela de la tarde. Se les oye reír desde fuera, como dos críos y son tan contagiosos que me tengo que reír con ellos.

Qué vida, no?, cualquier día me apunto a la sesión continua.

jueves, 23 de octubre de 2008

Y yo con estos pelos!


Ahora comprendo a Victoria Beckham y su extravagante observación de que en Los Ángeles había sido más difícil encontrar una buena "manicure" que un colegio para sus niños. No es que quiera poner a esta mujer como ejemplo, dios me libre, pero he de reconocer que ahí tuvo un derroche de sabiduría.

Cuando llegué a El Cairo, yo también tuve que buscar un peluquero en quién poder confiar mi más preciado tesoro, mi cabellera. No es que sea la más especial del mundo, no, pero es la mía y no se la confío a cualquiera. Las chicas, entenderéis de lo que hablo, lo sé.

El panorama parecía desolador. Echando un vistazo a las calles, me di cuenta de que una peluquería no debía ser el mejor negocio en un lugar donde la mayoría de las señoras llevan la cabeza tapada. Así que un día, empujada por la necesidad, decidí meterme en una pelu que encontré al lado de casa. A simple vista me pareció moderna y en ausencia de otras alternativas, me lancé.

Aunque los resultados no estuvieron mal, las pasé canutas.

El peluquero, un descerebrado a todas luces, parecía estar clavado con hormigón al suelo. En vez de moverse alrededor de mi cabeza para hacer su trabajo, pretendía que yo hiciera las más absurdas contorsiones. Así, se colocó detrás durante toda la sesión y sin ceder un milímetro de su posición, tiraba firmemente de los mechones de pelo, hasta conseguir que mi cabeza se doblara hacia atrás como un ganso antes de ser degollado. Semejante gimnasia me dejó secuelas que duraron una semana.

Cuando llegó la hora de lavar, me tumbó en un sillón imposible que por poco me hizo perder el conocimiento y para colmo me dio un masaje capilar con tanta presión que pensé que las medidas de mi cabeza no iban a ser nunca las mismas. Salí con la cabeza dormida y con el convencimiento de que la peluquería en Egipto, era otra cosa. Si no me creéis, no tenéis mas que remontaros a la época de los faraones y ver que muchos de ellos eran calvos y los que no, llevaban peluca. Por algo sería.

Así que algunas semanas después, tuve que empezar por el principio y confiando en algunas recomendaciones, aterricé en un salón de lo más "nice", muy del estilo norteamericano con 4 pisos dedicados a tal menester. Vapores, perfumes y flores en cada rincón para recibir a la "crème de la crème" de la sociedad cairota.

Mientras esperaba, me dí cuenta de que muchas de las señoras entraban con la cabeza cubierta con el hiyab y salían igual. No había rastro de rulos bajo los pañuelos ni cosas por el estilo que me hicieran adivinar lo que había ocurrido allí debajo.

Aunque había muchísimo ajetreo, me atendieron rápido. El primer peluquero me dio el color y cuando acabó, me dejó esperando debajo de una infame corriente de aire acondicionado. La presión del aire alborotaba los vapores del tinte y no me dejaba respirar. Por poco no lo cuento.

Desde otra posición más cómoda me tocó esperar los minutos reglamentarios y tuve tiempo de observar el trabajo de alisado de otro peluquero. La clienta, tenía una maraña rizada imposible y el muchacho sudaba la gota gorda para domar aquello. En aquel enjambre trabajaban en perfecta coordinación 3 personas. Uno le daba al cepillo, el otro a la plancha y un tercero, el más bajito, hacía la función de pinza, es decir, iba sujetando los mechones de pelo uno a uno. La operación me dejó estupefacta, con lo fácil que es poner una pinza, pero seguramente la docena sale más cara que una jornada de 8 horas de un pobre aprendiz.

Llegó el turno de mi corte de pelo, y le pregunté al tipo si hablaba inglés, con ojos abiertos y cara de circunstancias me dijo, "yes madame". Le expliqué con calma lo que quería, era facilito, un poco de lo mismo, pero más corto. Me apoyé con gestos para hacer mi relato más gráfico y que no quedara atisbo de duda.

Pronto se puso manos a la obra, primero eligió la navaja y empezó a rebajar por aquí y por allá sin ton ni son. Luego, se lo pensó mejor y cogiendo las tijeras inició una marcha enloquecida destinada a no dejar títere con cabeza. No tuve ninguna duda, aquel tipo o era un orate, o no me había entendido. En vez de arrancarle el artilugio de las manos y darle un cachete, opté por cerrar los ojos y encomendarme a la divina providencia.

Concluida la escabechina, lanzó las tijeras al cesto con aire de artista y se dispuso a secar los pocos pelos que quedaban. Pin, pan, pin, pan, me quemó 3 o 4 veces, le repetí hasta cansarme que el secador estaba muy caliente, y el loco aquel sonreía y seguía, pin pan, pin pan. Decidí reducirle la frase a la mínima expresión y a gritos le dije Hot, Hoooooot, entonces comprendí que aquello de que hablaba inglés debía ser en sueños.

Y ahora todos querréis saber el resultado, no? Pues bien, no tuve que agenciarme un gorrito de lana, no. De manera milagrosa y con un par de coscorrones más, había convertido aquel desbarajuste en algo que no tenía mala pinta, no señor. Pero os digo una cosa, ese elemento no me pone otra vez las manos encima, lo juro!.

domingo, 19 de octubre de 2008

Mi primer encuentro con Rashida.

Abrí la puerta y allí estaba Rashida, escondida tras una sobria abaya negra.

No pude ver más que su carita redonda y sus pies negros como el betún. Calzaba unas pequeñas sandalias de goma que salieron volando con un movimiento hábil de liberación, Zaaaaapa!!! aterrizando a mis pies. Su remango para descalzarse me hizo reír y me resultó tan simpática que crucé los dedos para que fuera una buena ayuda para la casa.

Apenas había traspasado el umbral de la puerta y ya se había arrancado a contar montones de cosas de las cuales no entendí ninguna. Sin parar de hablar se sacudió, sin pudor, aquellos hábitos negros y se descubrió el pelo recogido en un moño despeluchado por el sudor. Debajo llevaba una camiseta blanca bien pegadita a los michelines y unos pantalones capri que se transparentaban dejando a la vista unas enormes bragas rojas.

Se agarró a mi cuello con fuerza y me apretó maternalmente contra su pecho, luego me dio dos, tres, cuatro besos y otras tantas bendiciones en árabe, que de nuevo, no comprendí.

Hasta mi perra la quiso desde el primer momento. Y esto era la prueba de fuego, porque con ella, uno nunca sabe a qué atenerse. Según entró, le olisqueó afanosamente y se rindió a sus pies poniéndose panza arriba. La otra, llena de júbilo ante semejante comportamiento, se olvidó de la impureza de los perros en su religión y le atusó el pelo con garbo y hasta le pegó un buen achuchón.

No tuvimos más remedio que entendernos con gestos. Ya se que os parecerá misión imposible, pero si lo practicáis veréis lo mucho que uno puede llegar a decir sin abrir la boca... Limpia esto, lava aquello, el polvo, la plancha, en fin, repasamos todas las rutinas diarias de la casa, nada interesante para vosotros.

Yo andaba dando saltos de júbilo, sin creerme la suerte. La mujer parecía un tesoro. Sólo me faltó gritar con voz firme pero apagada BIEN! BIEN! BIEEEEEEN!.

Y en ese regocijo estaba , sentada y concentrada escribiendo un post cuando oigo el teléfono y la oigo sollozar...voy corriendo a ver qué pasa, pero claro, una situación como esa, no se descifra haciendo mimo, así que tuve que buscar a Mohammed, el bauab para que me hiciera de traductor. Por él me enteré de que su tío acababa de morir atropellado, dejando huérfanos a 4 niños pequeños. Algo que lamentablemente es frecuente en El Cairo.

Me quedé horrorizada con semejante noticia e intenté consolarla, me temo, sin éxito.

A pesar del berrinche que tenía, la pobre Rashida no quería irse ni a tiros, empeñada como estaba en dejar acabadas todas sus tareas. Moqueando, me señalo compungida las habitaciones. Miré a mi alrededor y me temblaron las piernas. Siguiendo sus peculiares costumbres de aseo, había organizado un zafarrancho de aúpa como ritual previo a la limpieza. Había repartido cubos con agua por toda la casa, trapos limpios y sucios. Parte de los suelos estaban mojados, alfombras colgando por las barandas de la terraza, cacharros fuera del armario, y lo peor de todo, lo había hecho en una horita de nada...en fin, pensé, sería así el fin del mundo?.

Que a la mujer se le ocurriera pensar en la limpieza, me indicó que estaba totalmente trastornada con la noticia y que por supuesto no estaba en sus cabales. Así que con decisión, la convencí para que se vistiera y saliera pitando.

Cuando le entregué su salario completo, más lloros y negativas, no y no madame, no quiero el dinero, no he trabajado nada...Cerró el puño tan fuerte como un niño empecinado y me costó lo mío abrírselo y encajarle el billete.

Pasaron muchos días y no la volví a ver. Se cruzó el Ramadan y las vacaciones posteriores a esta época de ayuno. Pero la semana pasada sonó el timbre y allí estaba, vestida con su abaya negra y transportando, como si nada, una enorme bolsa en la cabeza.

Me saludó con una enorme sonrisa y un abrazo que me dejó sin respiración. Se liberó de sus hábitos y Zaaaapaaaa!!!! las sandalias volaron de nuevo hasta su esquina.

Y ese día, empezó con el mismo zafarrancho de combate, pero tuvo final feliz. Definitivamente es un tesoro.

domingo, 12 de octubre de 2008

Muqattam, sonrisas a pesar de todo.

Las calles del barrio están sin asfaltar, tienen una mezcla de piedras, deshechos, arena y lodo. A pesar de las difíciles condiciones, la gente se mueve con soltura entre los obstáculos, parece que llevan prisa. El panorama, irreal, me causa un gran estupor.

Montañas de desechos se apilan en las sucias fachadas de las viviendas, en los portales, en las destartaladas tiendas y también junto a los cafés, compartiendo las modestas terrazas con los fumadores de shisha. Mas adelante y casi en cada esquina se ven carros tirados por burros que arrastran lángidamente enormes bultos de basura. Los carreteros, sucios, desarrapados van azuzando a los pobres animales desde un trono de trapos, latas, y comida descompuesta. Mi vista no alcanza a ver nada que escape a esta inmundicia.

A pesar de ser domingo, se ve mucha actividad en el barrio. Algunos grupos de mujeres están sentadas en los portales de sus casas, escondidas entre pilas de basura que sólo dejan al descubierto sus cabezas. La escena me produce tal desconcierto y congoja que voy callada todo el trayecto. Ellas, por el contrario, se ríen a carcajadas y charlan distraídas mientras van metiendo sus manos en todas aquellas basuras sin nombre. El olor es terrible y las moscas, que encuentran un hábitat perfecto, lo invaden todo.

En los tejados se acumula el trabajo y las bolsas se lanzan de un lado a otro sin importar a quién encuentran en el camino. Hay chiquillos trabajando con soltura, mujeres, viejos y entre todos ellos, algunos cerdos husmeando ávidos los restos de algún festín que alguien disfrutó al otro lado de la ciudad. Es el momento de separar el tesoro, para todos hay algo. El 80% de lo que encuentran, se recicla para el propio consumo.

Hablamos de Muqattam, el asentamiento copto en las colinas de El Cairo y paradójicamente próximo a lugares emblemáticos, calles históricas e ilustres mezquitas.

El barrio, con una extraordinaria panorámica de la ciudad, da cobijo a una minoría cristiana de medio millón de almas que vive recogiendo y reciclando en sus propias casas los desperdicios de una ciudad de más de 18 millones de habitantes y que genera alrededor de 10.000 toneladas de basura diarias.

Y lo que todavía no me deja dormir, sonreían más que nosotros.

martes, 7 de octubre de 2008

Mi nuevo taxista cairota, bizarro como pocos.


Me he agenciado otro taxista. No es que Emat no sea bueno, no, pero tiene la manía de dejarte plantado cuando menos lo esperas. Unas veces es el coche que no arranca, otras, alguien está enfermo, moribundo o desaparecido y las menos, se le olvida que tenía que recogerte en algún lugar y no aparece.

La última vez y sin previo aviso me quedé tirada en el aeropuerto, con unas cuantas maletas y un calor de mil demonios. Encontrar un taxi que por un precio razonable me llevara a casa fue una ardua tarea que empezó con un regateo a partir de 40 euros hasta llegar a los 10, que es lo que realmente cuesta el viaje. En toda esta negociación me vi obligada a sacar y meter las maletas de dos coches diferentes en un rifirafe absurdo y sin fin.

Así que a pesar del poco fuste que tiene a veces, Emat es insustituible. Es amable y decente con sus precios y si tengo que colgar una lámpara, subir las bolsas de la compra a casa, instalar la tele o estrechar unos pantalones, ahí está él, su mujer, su amigo o su vecino, todos para uno y uno para todos. Ventajas de un país en el que ayudar al prójimo no es algo humillante, sino grato.

Ibrahim, el segundón, es muy responsable y puntual, me cuentan. Habla un inglés de trabalenguas y no le gusta nada que le repitan las instrucciones, enseguida pierde la paciencia y dice gesticulando con la cabeza yes, yes, yes, I know, I know... Tiene un coche de la categoría "ni fu ni fa" que guarda para las grandes ocasiones y para lo demás utiliza una combi "SMP" en buen estado y con mucho espacio para poner dentro cualquier trasto.

A pesar de no ser un chiquillo, conduce como un energúmeno. Apoya el codo en la ventanilla y pegado al claxon va pitando de manera compulsiva y enviando señales de advertencia al resto de conductores. De la velocidad mejor no hablamos, sólo apuntar que muchas veces tengo que cerrar los ojos y apretar las mandíbulas, porque los ruidos que se producen son tales que parece que vas a salir volando, virgensssssita querida.

Hoy le he llamado para ir a comprar plantas a Maadi. Lo primero que me ha dicho con cara de decepción al verme es, ¿dónde está el mister? y me ha dejado desarmada. Creo que no se siente seguro entre mujeres.

Nos ponemos en marcha y después de echarnos unas cuantas carreritas por las calles, de caer y rebotar en miles de agujeros y de intentar atropellar a varios transeúntes, entramos derrapando en el barrio de Maadi.

Busco el vivero de siempre. Allí hay un muchacho encantador que aunque apenas habla inglés, se hace entender a las mil maravillas. Así que, emocionada, me compro arbolillos de flores y florecillas, helechos, un jazmín, en fin, plantas que no esperaba encontrar en este desierto que es Cairo.

Según iba eligiendo, miraba a Ibrahim buscando su aprobación para el transporte de todo aquello y me decía optimista, no problem, no problem. Así que una planta por aquí y una maceta por allá, fui aumentando la cantidad y el peso con el consentimiento del conductor.

Pues bien, llegó la hora de cargar todo aquello y vi que la palabra "problem" no tiene ningún significado por estos mundos de Alá.

Con instrucciones precisas consiguió que uno de los empleados subiera de un salto al techo del taxi y comenzara a organizar el espacio. Uno detrás de otro fueron acomodando encima de una improvisada baca pesadas macetas de barro, árboles y plantas. Primero de pie, luego tumbadas y al final, ni lo uno ni lo otro. Yo desde abajo puse el grito en el cielo pensando en lo que pasaría con todo aquello en un largo trayecto lleno de obstáculos.

Ibrahim no quería ni oir hablar de mis quejas, de mis advertencias, de mis súplicas finalmente. Con gesto seguro y media sonrisa dijo, "no problem madame". Los demás, le corearon divertidos.

Y así nos pusimos en marcha, nosotros dentro y todos aquellos kilos encima de nuestras cabezas, sin atar, rodando de un lado a otro y haciendo en las curvas ruidos indescriptibles..."quitaroooos que vamooooos", me dieron ganas de gritar por la ventanilla, pero me contuve. Los primeros metros puso especial atención y condujo lentamente. Después de comprobar que aquello se mantenía arriba y que realmente no parecía ser un gran problema, salió disparado como alma que lleva el diablo.

Pasamos varios puestos de policía y nuestro cargamento no pareció interesarles en absoluto, así que respiré hondo y puse todas mis esperanzas en manos de la divina providencia.
¿Qué otra cosa hubiera podido hacer, eh?.

sábado, 4 de octubre de 2008

Viejos amigos de El Cairo.


Estamos en el periodo festivo que sucede al Ramadán, unos pocos días en los que todos, hasta los gatos, paran su actividad, los que pueden salen de viaje y los que no, se tiran a las calles a festejar.

El primer día y desde tempranas horas, me encontré las calles copadas de gente, pero sobre todo de pandillas de niños y adolescentes desfogándose tras el largo y duro periodo de ayuno. Chiquillos que no se qué combustible tendrán en las venas pero que ya han aprendido, antes de que les salgan los dientes, a guiñar el ojo con picardía y a susurrar propuestas de matrimonio.

Algo muy festivo había en el ambiente. La mayoría iban vestidos para la ocasión, sobre todo las mujeres que andaban arrastrando por polvorientos callejones sus mejores galas. Aquello era un festival de prendas superpuestas, encajes y combinaciones imposibles de colores ácidos. Cientos de chicas combinaban los mismos colores, amarillo encendido con verde rabioso o con morado eléctrico. Busqué y rebusqué el significado de aquella vestimenta, y sospeché un lenguaje de colores secreto ajeno a los ojos foráneos.

Y en este día tan especial me tocó visitar de nuevo las pirámides. Mamdouh, que se las sabe todas, me aseguró que estaría bastante tranquilo porque en días festivos, los egipcios tienen prohibida la entrada a Giza. Sí, habéis oído bien, prohibida, vedada.

Ante mi estupor me cuenta que otros años llegaban a miles, a millones exageró. Hacían pic-nic y campaban a sus anchas por todo el recinto. Una vez satisfecho el estómago, los niños atosigaban sin malicia a los turistas e intentaban escalar las pirámides, con tan mala pata que un año murieron 4 en el intento y papá presidente dijo, todos castigados!. Amén.

Y andaba yo enredada con semejante historia, cuando tuve la suerte de reencontrarme con mi camello favorito, Lufthansa, que por supuesto no me reconoció e intentó, de la misma, darme un bocado. Vi a S. subirse al bicho con cara de circunstancias y sacudirse de encima al camellero "tocón" que pretendía hacer una valoración de sus carnes. Me reí con ganas, desde la seguridad que me ofrecía la tierra firme e hice caso omiso de sus llamadas de auxilio sabiéndola en manos astutas, pero totalmente inofensivas.

Después del paseo me animé a entrar en una de las tumbas. El guardián del recinto era un "descarao" y me pasó por la nariz los dedos frotándolos en señal de money, money. Comencé a bajar los escalones y el ambiente me pareció sofocante. El olor a humedad y el aire viciado dificultaban la respiración y el calor, además, era muy intenso. Había otros muchos como yo y sólo esperé que a ninguno de ellos le diera un perrenque e intentara salir del lugar a contracorriente. No ocurrió, pero teníais que haber visto la velocidad con que yo misma subí la rampa escapando de aquel lugar funerario.

Respiré profundo y me alegré de que el cielo azul siguiera allí. A pocos metros estaba Keops, formidable y solemne. Me acerqué buscando su sombra y allí, apoyada, acaricié sus faldas y sentí su arena. Al contrario que Lufthansa, él sí me reconoció. Lo se, porque me guiñó el ojo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Dubai. Rascacielos y shopping en inglis pitinglis.


Llegué a Dubai con una inmensa curiosidad. Me imaginaba una ciudad de cúpulas blancas emergiendo de un desierto de finas arenas doradas, camellos y beduinos, diamantes de ensueño y petrodólares por doquier.

Y con esta inocente perspectiva aterricé emocionada en el recóndito emirato.

El paso por inmigración se hizo eterno. Casi todos los que llegaban no habían hecho bien el trámite para ingresar en el país y provocaba
n colas interminables. Esto, lejos de poner de mal humor al funcionario, le mantenía bien alerta, de manera que cuando me tocó el turno y vio mi pasaporte, puso los ojos en blanco y me espetó con lengua de trapo, "Viva el Barcelona!" a lo que su compañero añadió, "Viva el Real Madrid!!!" blandiendo un escudo de tela que acababa de sacar de su cajón. Semejante recibimiento me dejó pasmada y aunque a mí el fútbol, ni fú ni fá, tuve que entonar más fuerte que ellos "Athletic, Athletic zu zara nagusia!" y con esta demostración de fanatismo futbolístico, ingresé en la ciudad de lo superlativo.

En la calle habría unos cuarenta y tantos grados y un ín
dice de humedad tan elevado, que los inmensos ventiladores instalados en la parada de taxis, en plena calle, pulverizaban con sus hélices el agua del ambiente esparciendo una lluvia fina entre todos los que esperábamos turno.

En cuestión de segundos pasamos de estas condiciones climatológica
s a otras no mucho más razonables, me refiero a los 10 grados que debía haber en el interior del taxi que nos llevó al hotel. La tiritona se me quitó de golpe por la impresión que me produjo la travesía por aquella ciudad.

Me sorprendieron las grandes avenidas de 6 carriles, sin camellos ni beduinos, los rascacielos y torres de cristal marcando el contorno de una gran metrópoli, el distrito financiero y los modernos edificios comerciales. Una enorme ciudad creciendo en pocos años en las arenas del desierto, planeada minuciosamente para abanderar la apertura del Medio Oriente, para dar cobijo a emprendedores, inversores y buscadores de fortuna, los nuevos colonos del siglo XXI.


Muchos de estos edificios albergan centros comerciales que se encuentran entre los más grandes y mejores del mundo. Entrar en ellos es toda una experiencia. Un mapa del sitio te conduce por avenidas artificiales de mármol repletas de tiendas y te recomienda a través de unos dibujitos no vestir indecentemente y no hacer manitas con el novi@. El ambiente es cosmopolita, pero es también el lugar ideal para ver a los cachorros de las riquísimas familias de la sociedad dubaití,
así que junto a los minishorts, la lycra y los tops desfilan las largas y enjoyadas abayas negras, que como siempre encierran lujos y pasiones.

Este crecimiento tan rápido, ha convertido Dubai en un lugar artificial, sin alma, con poca historia que contar y es que hace apenas cincuenta años, la zona estaba poblada por nómadas y pescadores. Ahora, con esta súbita transformación, el panorama en sus calles ha cambiado también en otro sentido, la gente que se mueve por ellas poco tiene que ver con sus pobladores originales.

El 80% de sus habitantes son extranjeros, India, Irán, Paquistán, China, Indonesia...si un dubaití quiere comprar en una tienda, no puede hacerlo en su propia lengua, nadie le entendería. El idioma común, es el inglés, bueno, digamos algo parecido. Las tiendas están atendidas por personal cosmopolita con poca formación, así que el inglés que hablan es un popurrí que han aprendido sobre la marcha y que revuelven con el idioma propio. Lo mejor de todo es verles hablando en grupitos en la caja, por ejemplo...no me preguntéis cómo se entienden rusas con chinas, sudanesas e indias, pero lanzan sin ningún rubor una suerte de "anglosonidos" ininteligibles que me hacen tener muy poca esperanza en el idioma futuro al que dará lugar este encuentro de culturas tan curioso.

Antes de salir me paro un rato a mirar, dentro del mall se encuentra el famoso centro de esquí con nieve artificial. Las pistas de nieve de más de medio kilómetro, están concurridas, hay esquiadores y niños con trineos, también pistas sencillas para principiantes, telesillas, de todo. Hay varias cafeterías tipo alpi
no alrededor, te puedes tomar un café y ver a toda aquella gente vestida con plumíferos negros encima de sus abayas o galabeyas y tocados con pañuelos tradicionales. Dentro hay como 3 grados, lo marca el termómetro, en el hall habrá unos 16 y fuera 45?.

Y de Dubai regresé a casa.

Siempre que después de un viaje por algún país del Medio Oriente toco tierra en El Cairo, doy saltos de alegría porque haya sido esta y no otra, la ciudad en la que me haya tocado vivir.
Y es que El Cairo tiene lo que tiene, es una mezcla de caos, suciedad e historia, unas veces odiada y otras venerada. Pero es una ciudad viva y vivida, llena de arrugas, de achaques, vieja y revieja oráculo de sabiduría y experiencia y digna del mayor de los respetos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Zapping por el Medio Oriente. Zip-Zap, Zip-Zap...


El mando a distancia de la tele es un invento. Te tumbas en la cama y en tantos clicks como canales hay, te has pegado un recorrido por las costumbres de un país en asuntos de entretenimiento.
Todas estas imágenes pertenecen a una pequeña parte de los canales que se pueden ver en los Emiratos Árabes. Hay novelitas de amor, noticias, publicidad, cocina para gourmets, clases de inglés, dibujos animados, de todo, vamos, pero con su idiosincrasia particular. Y para que me entendáis lo que digo, os recomiendo prestar atención al guantazo que una señora muy decentemente vestida le propina al tipo que tiene a su derecha y por favor, no os perdáis el bolsito de plástico de Dior que lleva la protagonista de una novela de desamor. Un placer para los observadores y que dejo descubrir a vuestros ojos.

domingo, 21 de septiembre de 2008

De regreso en Dubai.


He regresado a Dubai. El Reino Saudita queda atrás en el recuerdo. No se cuando volveré, el gobierno no concede fácilmente un visado y yo tengo que recuperar energías para volver a enfrentarme a todas esas restricciones de las que os hablé. Y no me refiero precisamente a la obligada vestimenta.

La verdad, ese hábito negro me pareció un invento con muchas ventajas. Que se te ha hecho tarde y no te da tiempo a vestirte como dios manda? te echas la abaya por encima y a correr. Que llaman a la puerta y estás en pijama? en un segundo, recuperas la pinta de persona. Y ni que decir tiene que el eterno problema de "qué me pongo hoy" y dar, enloquecida, la vuelta al armario varias veces, desaparece. Aunque bien valorado, ventajas incluidas, no estoy segura de que me guste vivir sin mis problemas de toda la vida, complicados somos...

En el avión de vuelta, ni rastro de todos aquellos señores barbudos en peregrinación a Meca. Nada de chancletas, toallas e imperdibles. De todo aquel exótico pasaje sólo reconocí a la señora de la máscara de cobre, regresaba a casa. A los demás, les extraño y recuerdo con una enorme fascinación.

Llegamos al aeropuerto, las 3 de la mañana. En algunas salas hay "overbooking". Montones de pasajeros en tránsito han instalado improvisados campamentos para echar un sueñecito. El trajín del aeropuerto no parece intimidarles. La mayoría están tirados en hileras, protegiéndose unos a otros. Algunos han escondido la cabeza debajo de los asientos y otros se la han cubierto con mantas, con el propósito de volverse invisibles, quién sabe.

Salgo en busca de un taxi y respiro de nuevo el aire libre y húmedo de Dubai.

martes, 16 de septiembre de 2008

Una princesa saudita y otras mariposas.


Jeddah vive de noche. El movimiento de la ciudad empieza minutos antes de la puesta de sol.

El formidable paseo de la playa va llenándose de gente. Todos salen de sus coches cargados con las alfombras orientales debajo del brazo. Con sumo cuidado las extienden en el suelo preparándose para un curioso pic-nic. Allí, frente al mar se sientan a ver la puesta de sol y a esperar el momento de la cena, el Iftar. Veo a un hombre sentado con 4 mujeres veladas, me pregunto si serán todas suyas, hay también grupos de amigos y familias con niños pequeños. Parece que dentro de unos pocos minutos no cabrá ni un alfiler.

Hacia las 6 de la tarde llegamos a una terraza entre árboles tropicales y palmeras. Las familias ya esperan sentadas a la mesa el canto del muecín que indica que se puede romper el ayuno. Todos al unísono, toman agua, zumo o café árabe con cardamomo. Después de tantas horas sin ingerir líquidos, están deshidratados. Unos cuantos dátiles preparan el estómago para la primera comida del día.

Después de este ritual de inicio, se van acercando al magnífico buffet que cada noche ofrece un auténtico festín. Sopas, entrantes fríos y calientes, carnes, mariscos, pescados, y un impresionante surtido de dulces árabes de lo más exótico. Es una delicia que se acaba en escasas dos horas, cuando la gente se va retirando para la oración nocturna. Después, con el cuerpo ya saciado, la ciudad revive y las calles se llenan de coches en busca del mall de moda.

Hacia las 10 de la noche me vinieron a recoger para acompañarme a un evento "sólo para mujeres". No vayáis a pensar en espectáculos con hombres musculosos en tanga, no. En Arabia Saudita existe una estricta separación de sexos y hombres y mujeres no se encuentran nunca, ni tan siquiera en las bodas, así como lo oís.

Dicho evento se organizaba en los salones de un gran hotel y tenía carácter benéfico. No me dieron mucha información, por lo que no sabía bien qué era lo que me iba a encontrar. Sí me encandiló la idea de ver a todas aquellas mujeres desenmascaradas. Qué se escondería detrás de tanta tela negra, pensé.

A juzgar por el tráfico que aquello ocasionó, debía ser un acontecimiento importante en la ciudad. Cientos de mujeres iban llegando en lujosas limusinas. Nunca me imaginé que pudiera ver tantos Rolls-Royce juntos. De ellos bajaban sus dueñas con sus abayas negras puestas, nada especial. En la entrada, bien iluminada con imponentes lámparas de cristal, ya me imaginé el espectáculo que me esperaba, la transformación de la mariposa.

Los salones albergaban unas 100 tiendas montadas para la ocasión que me sorprendieron por las bonitas e interesantes cosas que vendían.

Ante mi vista se me apareció un mundo desconocido. Mujeres con vestidos impresionantes, gasas y sedas hasta el suelo con colores y estampados maravillosos, peinados perfectos y joyas de impresión. Todo este despliegue de belleza sólo para pasar el rato entre ellas, charlar, saludarse y comprar algo aquí y allá. Supongo que las más jóvenes tendrían el propósito de llamar la atención de sus futuras suegras, ellas deciden a quién presentarán a sus hijos, así es como se arreglan los matrimonios.

Yo apenas podía prestar atención a todo lo que tenía delante de mí, nunca antes había visto un despliegue de mujeres tan exquisito. Tengo que explicaros que no fue el lujo lo que más me llamó la atención, sino el buen gusto y la belleza de aquellas mujeres. En este tipo de eventos, uno siempre encuentra de todo, muchas veces se hace alarde de un barroquismo y un gusto pésimo, así que, en esta ocasión no me quedó más que abrir la boca.

Difícil de creer que ellas mismas fueran las que se esconden debajo de negros velos, las que tienen prohibido conducir, salir solas a la calle o viajar sin el permiso del marido. Me pregunté toda la noche si serían felices con tanto y con tan "poco".

Había tiendas de todo tipo, telas, alfombras, joyas, vestidos, abayas, porcelana, cristalería, muebles, en fin, para gastar a manos llenas. Todo se pagaba en cash, así que me pregunté cuánto dinero llevarían en sus bolsos. Tenéis que pensar que uno podía adquirir incluso mega collares de brillantes, esmeraldas y perlas...y ya sabemos lo que eso cuesta.

En la primera tienda me quedé un buen rato. Había sofás hechos con telas usadas muy interesantes. Ahí andaba yo de charla con la dueña, cuando se acerca mi anfitriona con una mujer de unos treinta y tantos años, vestida con un vaporoso vestido largo de color vainilla exquisitamente bordado. El conjunto lo completaban unos largos pendientes de aros ovalados con dos filas de brillantes montados en red que me dejaron deslumbrada.

Me da la mano y me dice hola soy N. Hablamos un rato del evento y de la tienda en cuestión, luego se entera de que soy española, y entusiasmada me dice unas pocas palabras en mi idioma. Nos despedimos y entonces mi acompañante me susurra, esta chica es princesa de la casa real, una de las nietas del rey Faisal y ex-nuera del actual rey.

Sorprendida por semejante coincidencia, seguí el camino escuchando las historias de mi acompañante inglesa y pensando en todos esos hombres que jamás tuvieron acceso a ese colorido mundo femenino. Lo que se pierden...

lunes, 15 de septiembre de 2008

Una de saudíes. Algunas cosas que conviene saber.


Vaya hambre... Ya no pido un buen chorizo o jamón ibérico, no. Ya me he hecho a la idea de que aquí, los cerdos de 4 patas no existen. Con algo que llevarme a la boca me conformaría.

Es Ramadán, ya os lo he dicho. Pero aquí en Arabia Saudita, lo llevan a rajatabla. No esperes que en el hotel, por muy moderno que sea haya un bar o un restaurante que te ofrezca algo, NO. Ellos ayunan, tú ayunas, se acabó.

Por supuesto el room-service funciona, pero qué triste es comerse algo entre las cuatro paredes de la habitación habiendo lugares preciosos y vaciiiios en el exterior. Conclusión, habrá que esperarse hasta pasadas la seis de la tarde, entonces con el canto del muecín, nos tiraremos todos, cristianos incluidos, encima de insospechados manjares. Y así todos los días.

Por cierto, no te vayas a hacer el listo y se te ocurra llevarte durante las horas de ayuno una botella de agua y un bocadillo al parque. Está prohibido comer o beber en público y como te pillen, te llevan a la cárcel, sí, has oído bien. Así que deja tus costumbres en casa.

Y de estas prohibiciones debe haber una lista completa que no conozco del todo, así que tengo que andar con cuatro ojos. Por ejemplo, ayer por poco se me ocurre despedirme de nuestro anfitrión con un par de besos en la mejilla. Ya me dijeron, me podría haber costado un disgusto de aúpa. Saludar a un hombre que no es de la familia, de esta manera! Pero adonde vamos a parar!. Él mismo contó que una vez le detuvieron junto a su mujer, ambos europeos, porque a ella se le ocurrió dar la mano efusivamente a unos amigos del marido y le acusaron de haberla ofrecido a aquellos hombres con fines sexuales. Me hubiera tronchado de la risa cuando lo contó, sino fuera porque la locura de aquel Mutawa, policía religiosa
me pareció lamentable y peligrosa.

Como iba diciendo, de comida nada, así que me he puesto la abaya y me he acercado a la playa. Qué calor, dios, dios, y yo con estos faldamentos que el viento me sube y me baja...si viniera el Mutawa me sacaba los ojos por ir enseñando los pantalones como un pendón.

Doy la vuelta a la esquina y me encuentro con que el hotel está vigilado por varios tanques con soldados armados con ametralladoras y con móviles que usan compulsivamente para mandar mensajitos, será de tanque a tanque?, ja!

Por cierto, la playa, preciosa, desierta, supongo que el ayuno tiene a todos, toditos, tirados en la cama desmayados.

De la misma me regreso, una sopita en la habitación y a esperar el Iftar para ponernos nuevamente morados.

Dubai-Arabia Saudí. De como viajé entre peregrinos a La Meca.


Hace un par de días volé de Dubai a Jeddah, en Arabia Saudí, ciudad portuaria y principal punto de entrada de peregrinos a La Meca y desde esta ciudad y mirando al mar rojo escribo este post que os cuenta mi viaje.

Emocionada por el misterioso mundo que me esperaba, me subí al avión de "Emirates" con mi abaya y mi velo, preparada para usarlos nada más tocar tierra. Miré a un lado y a otro y confirmé mis sospechas, era la única que dejaba ver sus bucles. Nunca me había sentido tan desnuda.

Ocupé mi asiento en la parte delantera del aparato y comencé a observar la entrada del resto del pasaje. Durante los primeros minutos me costó dar crédito a lo que mis ojos vieron, hasta que comprendí que estaba viajando a la tierra santa de los musulmanes y que lo que yo tenía delante, no eran los miembros de ninguna secta, sino pasajeros en peregrinación a Meca.

El desfile era impresionante. Por mi lado iban pasando hombres que parecían recién salidos de una sauna de poca monta, envueltos como iban en toallas blancas deshilachadas. Una cubriendo el torso y la otra la cintura y sujetas de cualquier manera por un par de imperdibles. Si levantaban un brazo, dejaban a la vista generosas barrigas peludas y descubrí llena de júbilo que muchos de ellos llevaban atada una riñonera negra de donde sacaban a cada rato el iPod o la blackberry.

Creo que debo explicaros que este curioso atuendo es el que deben llevar los peregrinos y que simboliza la pobreza y el desapego a las riquezas terrenales. Si yo hubiera sabido esto , no me hubiera caído horas antes de espaldas en el mostrador de facturación, cuando me giré y vi a mi lado a dos señores muy serios vestidos de esta guisa, ya me entendéis, no?.

En contraste, las mujeres vestían de negro y llevaban la cabeza cubierta de todas las maneras posibles. Unas con ligeros velos que no dejaban a la vista nada, otras con modernas viseras que llevaban incorporada una larga celosía de ganchillo que les cubría el rostro y les permitía ver sin ser vistas, y muchas otras con el típico velo que deja al descubierto la cara o ese otro que lleva una abertura especial para los ojos. De todas ellas, una me llamó la atención porque era la única que llevaba una ligera máscara de cobre que consistía en dos piezas que cubrían nariz y boca. Exótico, sin duda.

Me pareció que los niños y bebés también cumplían con la tradición llevando gorritos blancos de ganchillo, pañuelos con estampados florales infantiles y las menos, cubiertas con abayas negras en miniatura.

Me sentí como si hubiera atravesado un profundo túnel cultural cuya existencia no conocía.Y sentí un enorme respeto por todos ellos.

Durante todo el vuelo hubo una peregrinación de otro tipo, la peregrinación al baño. Los hombres que no habían tenido el valor de salir de sus casas vestidos de tan curiosa manera, llevaban el atuendo en bolsas de plástico. Les vi entrar dignamente en el baño, uno detrás del otro, con sus elegantes abayas blancas y sus cabezas cubiertas con tocados blancos y rojos y salir reducidos a la mitad, descubiertos y despeinados, envueltos en aquel par de trapos blancos...mi vecino, un hombre de negocios dubaití, regreso a su asiento sin poder mirarme a los ojos y con la cara encendida, supongo por el apuro de presentarse tan desprotegido ante los demás. Le comprendo, la verdad, hasta se le podían contar los pelos de las piernas.

Cuando se le pasó el susto, me contó que iba a hacer una peregrinación menor de 5 días. De Jeddah, viajaría a Mecca, a 50 kilómetros. Cuando vio mi interés por conocer la ciudad, me advirtió que sólo los musulmanes tienen el acceso permitido. Me pregunté, cómo comprobarían la religión de uno...

Aterrizamos entre emocionadas plegarias en Jeddah. Me vestí con mi abaya negra y plata y me puse el velo a la usanza de las mujeres de los emiratos. Intenté moverme con soltura para que no se notara lo perdida que estaba debajo de aquel, para mí, extraño atuendo.

Un coche nos recogió y nos llevó al hotel. A la entrada, aparcados como si nada, estaba la colección de coches de lujo más impresionante que yo había visto en mi vida. Entonces supe que estaba en Arabia Saudí, sentada encima de millones de barriles de crudo. Entré a la recepción, y, como no, me crucé con un par de hombres en chancletas blancas, ya sabéis, recién salidos de la sauna.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ramadán. El ambiente nocturno en la mezquita de Al-Hussein y el Café Fishawi.

La otra noche y siguiendo los consejos de un cairota, me acerqué hasta la mezquita de Al-Hussein. Esta mezquita es una de las más importantes de El Cairo y está en pleno corazón del mercado Khan el-Khalili.

Elegí las horas después del Iftar, que es la comida que rompe el ayuno diario. Después de la calma que reina durante todo el día, es agradable ver que las calles vuelven a la normalidad, los coches copan las avenidas y los conductores rompen su silencio dándole al claxon hasta reventar. Las tiendas abren de nuevo y la gente sale a pasear y a comprar como si cada día fueran a venir los Reyes Magos. Me encanta.

La mezquita estaba en plena actividad, en el rezo nocturno de la época de Ramadán. Fuera, en el recinto, habían colocado una enorme carpa dónde se estaba celebrando un acontecimiento especial. Varios doctores del islam se hallaban predicando frente a cientos de fieles, cámaras de televisión y otros medios de comunicación.
El gentío entraba y salía, pero dentro se sentía la solemnidad del momento. Fuera de la enorme carpa, la vida alegre de la gente común seguía, familias enteras sentadas en las esquinas, montones de mujeres, niños corriendo y saltando, y como siempre, cientos de vendedores ambulantes.

Me llamó la atención un grupo de hombres, todos de blanco que desfilaban cantando y portando grandes pancartas que lamentablemente no entendí. Igual que una exótica manifestación...pero nada de objetos arrojadizos, nada de gritos ni consignas...qué harían? El que lo sepa que lo cuente.

En los cafés del mercado no cabía un alfiler. Las terrazas animadísimas con gente del barrio, novios y grupos de amigos fumando shisha y bebiendo té. Tuvimos suerte de encontrar una mesa en el café Fishawi. Allí nos sentamos junto a un tipo de enorme papada que debía ser asiduo del lugar, a juzgar por los efusivos saludos de los camareros.

Al elemento en cuestión, se le iban los ojos detrás de cualquier mujer y empleó parte del tiempo en hacerme señas con las cejas y enviarme silbidos camuflados, no le faltó más que empinarse en la silla para mirar dentro del escote, algo que, por otro lado, ya me ha pasado.

Una mesa se libró y la ocuparon 3 turistas españolas muy simpáticas. Parecían que estaban molidas, las pobres. Me miraron y sin titubear me dijeron en español, oye, pero que calor hace aquí, no?

Entramos en conversación y me miraron con los ojos muy abiertos cuando supieron que vivía en el Cairo. Supongo que el desmadre del lugar, les llevó a la conclusión de que vivir en un sitio como este debía ser cosa de locos. Me contaron su recorrido por el Nilo, las pirámides y los museos, y me confesaron lo mucho que habían sufrido con taxistas y vendedores, siempre les habían timado, se quejaron compungidas. Cuando les pregunté cuánto habían pagado por ciertos servicios, no me quedó más que poner el grito en el cielo.

Y es que las chicas tenían gancho y se les acercaban hasta los gatos. Vendedores de coranes en español, fulares, carteras de piel, collares de jazmín, maquilladoras de henna, limosneras con sus bebés, todos intentaban agarrar la presa, y algunos lo consiguieron.

Entre tanto barullo pasó un limpiabotas y le convenció a P. para darle una pasadita a sus zapatos. Ante nuestros inocentes ojos, le descalzó y se llevó los zapatos a dios sabe dónde. Allí, en la terraza, en calcetines, pensamos cómo llegaríamos a casa si el individuo no volvía...pero volvió.

Cuanto más animada estaba nuestra conversación, una de ellas, la que estaba sentada en la estrecha zona de paso de la gente, se volvió como un rayo y con una velocidad de vértigo le propinó a un muchacho un enorme pescozón en el cogote con un tubo de cartón que llevaba en la mano. Semejante visión nos dejó perplejos. Entonces le espetó en nuestro idioma, tú, sí tú! que me has tocado el culo!!! ahora dí que no me has tocado el culo!!! Me has metido la mano por detrás, cerdo que eres un cerdo!

Todo el mundo se quedó pasmado y el autor de tamaña fechoría se agarraba el cuello con la cara roja de vergüenza mientras su familia le miraba atónita sin entender qué pasaba. En segundos, todo regresó a la normalidad y la chica, que no parecía afectada en absoluto, nos explicó que ese tubo lo lleva siempre consigo para estos casos. Oye, que alguien te da un mal precio o te lleva la contraria, ZIS, ZAS, y aquí no ha pasado nada.

De vuelta a casa, me costó encontrar a un taxista razonable. Los que esperan en el recinto a que salgan los turistas están acostumbrados a cobrar mucho más de lo que marcan las tarifas "verbales" y te hacen conversiones imposibles de libras a euros. Lo mismo les da 8 que 80, así que como no teníamos nada con que repartir pescozones, anduvimos unos metros y paramos a uno en una calle alejada del turismo. Si no queréis engaños, os lo recomiendo, lo del tubo, digo.