Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

viernes, 31 de octubre de 2008

En el mercado del Carmel en Tel Aviv


Siempre que puedo, visito los mercados de los pueblos y las ciudades, porque entre líneas te cuentan historias de sus gentes. Esta mañana he paseado por uno lleno de color, el mercado del Carmel en Tel Aviv.

En sus puestos he encontrado, las granadas más grandes y rojas que he visto en mi vida y las berenjenas más pequeñas. También unas manzanas verdes llenas de "defectos" pero tan aromáticas como las que crecían en los árboles de mis veranos infantiles.

Puestos de zumos. Naranja, pomelo, manzana, apio y uno de granada realmente delicioso. Especias de todos los colores y olores, mezclas picantes que cortaban el aire, aceitunas verdes, negras, marrones; unas tersas, otras arrugadas, machacadas, escurridizas y brillantes, perfectamente colocadas en cuencos de metal.

Venta de panes, bollos, quesos, carnes, bragas, calcetines, colonias y cremas. "Cuatro por cien" me dice el de los calzoncillos, enseñándome la masa de pan con queso que da vueltas en su boca. Algo se le escapa entre los dientes y aterriza en la "A" falsa de Armani.

Veo rasgos que no puedo identificar, a veces me parece que estoy en el sur de Francia, otras veces en cualquier lugar de Alemania, Rusia o España. Esta gente lleva la historia de los últimos 2000 años escrita en la cara.

Me vuelvo y veo varias cabezas cubiertas con el kipá. Son las que me recuerdan donde estoy, Israel.

jueves, 30 de octubre de 2008

TEL AVIV y los efectos secundarios.


Esto de andar de un lado a otro por el mundo, tiene sus efectos secundarios.

Hoy me he despertado de madrugada, con un brinco me he sentado en la cama y me he preguntado, pero dónde estoy? Como la respuesta no acababa de llegar he zarandeado todavía medio dormida a P. quién a su vez ha pegado un brinco y con cierta incredulidad me ha soltado, cómo que en dónde estamos? no sé!

Como yo seguía insistiendo, ha tenido que abrir los ojos y concentrarse, entonces soltó la respuesta que me tranquilizaría: Tel aviv. Claro! Tel aviv! llegamos anoche! ahhhhhhhh...esto fue suficiente, me escurrí cama abajo y tapándome hasta la nariz me dispuse a seguir durmiendo.

Y esta mañana, con un sol radiante, he salido a ver cómo sería la desconocida ciudad que ya una vez, me había quitado el sueño.

Si me preguntáis qué esperaba encontrarme, os tengo que decir que no lo sabía ni yo. Por un lado, tenía en la cabeza la importante carga bíblica que lleva toda esta zona, el rey David, Galilea, Belén, los corderitos, ya me entendéis y por otro la imagen de un país quizá marcado por su permanente conflicto bélico.

Sin embargo, Tel aviv es una ciudad moderna y llena de vida. Tiene la misma luz y vibrantes colores que muchas otras ciudades en el mediterráneo y es, sin duda, mucho más abierta que sus vecinas árabes. Sólo tienes que echar un vistazo a la playa, llena de sombrillas, tumbonas y bikinis. El panorama es como en cualquier playa del mundo, nada de bañarse vestida con largos hábitos negros o embutida en un neopreno negro a lo Cousteau.

En el malecón hay mucha actividad desde primeras horas de la mañana. Madres paseando con sus hijos, deportistas y jubilados estirando las piernas y montones de terrazas donde ver el mar tomándose una caña. Sí, una caña! aquí opera la misma ley que en el resto del mundo, "No se sirve alcohol a los menores de 18 años" , el resto puede hacer con su hígado lo que quiera y esto, para alguien que vive en el mundo árabe, donde no es fácil que te den un vino, supone una agradable sorpresa.

Continuará...

miércoles, 29 de octubre de 2008

LIVE NEWS: Desde el área de tránsito en Amman, rumbo a Tel Aviv


Esta mañana he salido del Cairo rumbo a Tel Aviv haciendo escala en el aeropuerto de Amman. Y aquí estoy ahora mismito, esperando mi vuelo hacia la Tierra Santa de judíos, cristianos y musulmanes.

Lo primero que he tenido que hacer es buscar una tienda en el duty free donde comprarme un jersey que no pareciera muy folclórico, sin camellos ni esas cosas. La cuestión es que la temperatura a que he estado "sometida" en el avión me había bajado la mía propia hasta los suelos, así que no podía quitarme la tiritona. Yo creo que las aerolíneas, que son muy avispadas, saben que de esta manera nos dejan tan ateridos que no abrimos la boca ni para pedir agua. Así, las azafatas pueden dedicarse a leer el Vogue sin que las molesten, qué lagartas son.

Y aquí estoy, en el World news cafe, junto a un grupo de paquistaníes que se están comiendo unas hamburguesas en el chiringuito de al lado. Los pobres parecen estar al límite de sus fuerzas. Mal vestidos, despeinados y cansados. Vaya panorama.

Yo me estoy echando un chocolatito para entrar en calor y en un rato embarcaré rumbo a Tel Aviv. Bueno, ahora os dejo porque ya no tengo batería y ya os contaré como es mi entrada desde Jordania en Israel. Ya me han advertido que si los israelíes me sellan el pasaporte, luego tengo vetada la entrada en la mayoría de los países árabes. Pero yo, que soy precavida, tengo un as en la manga, digo un segundo pasaporte ;-)

domingo, 26 de octubre de 2008

Mohammed, el bauab y sus coleguitas.


Hoy he salido de casa temprano.

El ascensor, como siempre, estaba ocupado. En el edificio somos cuatro gatos, pero hay un trajín de lo lindo día y noche. Esto se debe a que estos cuatro gatos, tienen a su vez otros cuatro que ejercen de chóferes, vigilantes, cocineras y otras profesiones que desconozco, pero que hacen subir la población de esta pequeña escalera hasta límites insospechados.

Hoy me ha tocado compartir espacio con el británico del sexto, la empleada filipina del quinto y con un gato de verdad. En este ascensor de Babel he viajado dando tumbos, hasta la planta baja, donde ya esperaban el empleado sudanés del segundo, la vecina del tercero y el chófer de Hussein. Os dije trajín?

En la puerta, como siempre, estaba sentado Mohammed, el bauab. Verle tan tranquilo allí, me puso de buen humor.

Su trono particular es un modesto banco de madera cubierto con una manta árabe, seguramente heredada de algún inquilino. Este banco está colocado estratégicamente, en la entrada de la casa. El motivo, no perder ripio. Unas veces lo pone a la izquierda y otras a la derecha. Nunca he sabido el motivo de estos cambios y como creo que no tienen nada que ver con el sol, porque hay muchos árboles, tengo que pensar que se deben al aburrimiento o a simples cambios de rutina.

En este curioso avistadero nunca se sienta solo. Cuatro o cinco personas comparten con él, además del asiento, tertulia y té. Uno es el chófer de Hussein, el otro el portero de la casa de al lado, el chico de los recados de una de las vecinas y otros tantos que van turnándose y forman parte de ese microcosmos peculiar y entrañable.

Cuando te ven, se desviven en saludos. Les puedes pedir de todo, siempre ayudan, incluso a veces, si no tengo cambio, me pagan al taxista sin hacer dramas, o le llaman al orden si quiere cobrar más de la cuenta. Esta gente no es rica en dinero, pero sí en una amplia red social de auténticos amigos.

Mohammed viene del sur de Egipto, pero lleva toda la vida trabajando en El Cairo. Ser bauab significa ser el mandamás del edificio y de parte de la calle. Está al servicio de los vecinos y por unas 80 libras mensuales, te paga los recibos de luz y agua, sube a tu casa cuando necesitas cualquier cosa y controla como buen sabueso la entrada de extraños en el edificio. Para todo lo demás recados, están las propinas extras.

Tengo que decir que jamás le he visto trabajar en asuntos que requieran mucho, mucho "movimiento". Eso de que los bauabs tienen ciertas tareas y obligaciones, debe ser en otros barrios o en otros portales, en el nuestro no.

Lo que se supone que debe hacer, se lo ha asignado a otros subalternos que se ha agenciado en el barrio. Así ha conseguido quién le lave los coches y le barra la calle. El, mientras tanto, controla el trabajo desde su banco, con la taza de té en la mano. No tiene un pelo de tonto.

Para las escaleras tiene a un señor entrado en años que limpia y lava como los chorros del oro. Todas las mañanas le encuentro descalzo y con los pantalones remangados hasta las rodillas, echando baldes de agua que corren como una cascada escaleras abajo y que milagrosamente todavía no nos han inundado la casa. Cuando ha acabado la tarea, desenrolla una pequeña alfombrilla y en una esquina del portal, frente al espejo y mirando a Mecca, da las gracias a Alá.

Para acabar la jornada, Mohammed le ofrece un té y los dos se sientan mano a mano en la garita a ver la telenovela de la tarde. Se les oye reír desde fuera, como dos críos y son tan contagiosos que me tengo que reír con ellos.

Qué vida, no?, cualquier día me apunto a la sesión continua.

jueves, 23 de octubre de 2008

Y yo con estos pelos!


Ahora comprendo a Victoria Beckham y su extravagante observación de que en Los Ángeles había sido más difícil encontrar una buena "manicure" que un colegio para sus niños. No es que quiera poner a esta mujer como ejemplo, dios me libre, pero he de reconocer que ahí tuvo un derroche de sabiduría.

Cuando llegué a El Cairo, yo también tuve que buscar un peluquero en quién poder confiar mi más preciado tesoro, mi cabellera. No es que sea la más especial del mundo, no, pero es la mía y no se la confío a cualquiera. Las chicas, entenderéis de lo que hablo, lo sé.

El panorama parecía desolador. Echando un vistazo a las calles, me di cuenta de que una peluquería no debía ser el mejor negocio en un lugar donde la mayoría de las señoras llevan la cabeza tapada. Así que un día, empujada por la necesidad, decidí meterme en una pelu que encontré al lado de casa. A simple vista me pareció moderna y en ausencia de otras alternativas, me lancé.

Aunque los resultados no estuvieron mal, las pasé canutas.

El peluquero, un descerebrado a todas luces, parecía estar clavado con hormigón al suelo. En vez de moverse alrededor de mi cabeza para hacer su trabajo, pretendía que yo hiciera las más absurdas contorsiones. Así, se colocó detrás durante toda la sesión y sin ceder un milímetro de su posición, tiraba firmemente de los mechones de pelo, hasta conseguir que mi cabeza se doblara hacia atrás como un ganso antes de ser degollado. Semejante gimnasia me dejó secuelas que duraron una semana.

Cuando llegó la hora de lavar, me tumbó en un sillón imposible que por poco me hizo perder el conocimiento y para colmo me dio un masaje capilar con tanta presión que pensé que las medidas de mi cabeza no iban a ser nunca las mismas. Salí con la cabeza dormida y con el convencimiento de que la peluquería en Egipto, era otra cosa. Si no me creéis, no tenéis mas que remontaros a la época de los faraones y ver que muchos de ellos eran calvos y los que no, llevaban peluca. Por algo sería.

Así que algunas semanas después, tuve que empezar por el principio y confiando en algunas recomendaciones, aterricé en un salón de lo más "nice", muy del estilo norteamericano con 4 pisos dedicados a tal menester. Vapores, perfumes y flores en cada rincón para recibir a la "crème de la crème" de la sociedad cairota.

Mientras esperaba, me dí cuenta de que muchas de las señoras entraban con la cabeza cubierta con el hiyab y salían igual. No había rastro de rulos bajo los pañuelos ni cosas por el estilo que me hicieran adivinar lo que había ocurrido allí debajo.

Aunque había muchísimo ajetreo, me atendieron rápido. El primer peluquero me dio el color y cuando acabó, me dejó esperando debajo de una infame corriente de aire acondicionado. La presión del aire alborotaba los vapores del tinte y no me dejaba respirar. Por poco no lo cuento.

Desde otra posición más cómoda me tocó esperar los minutos reglamentarios y tuve tiempo de observar el trabajo de alisado de otro peluquero. La clienta, tenía una maraña rizada imposible y el muchacho sudaba la gota gorda para domar aquello. En aquel enjambre trabajaban en perfecta coordinación 3 personas. Uno le daba al cepillo, el otro a la plancha y un tercero, el más bajito, hacía la función de pinza, es decir, iba sujetando los mechones de pelo uno a uno. La operación me dejó estupefacta, con lo fácil que es poner una pinza, pero seguramente la docena sale más cara que una jornada de 8 horas de un pobre aprendiz.

Llegó el turno de mi corte de pelo, y le pregunté al tipo si hablaba inglés, con ojos abiertos y cara de circunstancias me dijo, "yes madame". Le expliqué con calma lo que quería, era facilito, un poco de lo mismo, pero más corto. Me apoyé con gestos para hacer mi relato más gráfico y que no quedara atisbo de duda.

Pronto se puso manos a la obra, primero eligió la navaja y empezó a rebajar por aquí y por allá sin ton ni son. Luego, se lo pensó mejor y cogiendo las tijeras inició una marcha enloquecida destinada a no dejar títere con cabeza. No tuve ninguna duda, aquel tipo o era un orate, o no me había entendido. En vez de arrancarle el artilugio de las manos y darle un cachete, opté por cerrar los ojos y encomendarme a la divina providencia.

Concluida la escabechina, lanzó las tijeras al cesto con aire de artista y se dispuso a secar los pocos pelos que quedaban. Pin, pan, pin, pan, me quemó 3 o 4 veces, le repetí hasta cansarme que el secador estaba muy caliente, y el loco aquel sonreía y seguía, pin pan, pin pan. Decidí reducirle la frase a la mínima expresión y a gritos le dije Hot, Hoooooot, entonces comprendí que aquello de que hablaba inglés debía ser en sueños.

Y ahora todos querréis saber el resultado, no? Pues bien, no tuve que agenciarme un gorrito de lana, no. De manera milagrosa y con un par de coscorrones más, había convertido aquel desbarajuste en algo que no tenía mala pinta, no señor. Pero os digo una cosa, ese elemento no me pone otra vez las manos encima, lo juro!.

domingo, 19 de octubre de 2008

Mi primer encuentro con Rashida.

Abrí la puerta y allí estaba Rashida, escondida tras una sobria abaya negra.

No pude ver más que su carita redonda y sus pies negros como el betún. Calzaba unas pequeñas sandalias de goma que salieron volando con un movimiento hábil de liberación, Zaaaaapa!!! aterrizando a mis pies. Su remango para descalzarse me hizo reír y me resultó tan simpática que crucé los dedos para que fuera una buena ayuda para la casa.

Apenas había traspasado el umbral de la puerta y ya se había arrancado a contar montones de cosas de las cuales no entendí ninguna. Sin parar de hablar se sacudió, sin pudor, aquellos hábitos negros y se descubrió el pelo recogido en un moño despeluchado por el sudor. Debajo llevaba una camiseta blanca bien pegadita a los michelines y unos pantalones capri que se transparentaban dejando a la vista unas enormes bragas rojas.

Se agarró a mi cuello con fuerza y me apretó maternalmente contra su pecho, luego me dio dos, tres, cuatro besos y otras tantas bendiciones en árabe, que de nuevo, no comprendí.

Hasta mi perra la quiso desde el primer momento. Y esto era la prueba de fuego, porque con ella, uno nunca sabe a qué atenerse. Según entró, le olisqueó afanosamente y se rindió a sus pies poniéndose panza arriba. La otra, llena de júbilo ante semejante comportamiento, se olvidó de la impureza de los perros en su religión y le atusó el pelo con garbo y hasta le pegó un buen achuchón.

No tuvimos más remedio que entendernos con gestos. Ya se que os parecerá misión imposible, pero si lo practicáis veréis lo mucho que uno puede llegar a decir sin abrir la boca... Limpia esto, lava aquello, el polvo, la plancha, en fin, repasamos todas las rutinas diarias de la casa, nada interesante para vosotros.

Yo andaba dando saltos de júbilo, sin creerme la suerte. La mujer parecía un tesoro. Sólo me faltó gritar con voz firme pero apagada BIEN! BIEN! BIEEEEEEN!.

Y en ese regocijo estaba , sentada y concentrada escribiendo un post cuando oigo el teléfono y la oigo sollozar...voy corriendo a ver qué pasa, pero claro, una situación como esa, no se descifra haciendo mimo, así que tuve que buscar a Mohammed, el bauab para que me hiciera de traductor. Por él me enteré de que su tío acababa de morir atropellado, dejando huérfanos a 4 niños pequeños. Algo que lamentablemente es frecuente en El Cairo.

Me quedé horrorizada con semejante noticia e intenté consolarla, me temo, sin éxito.

A pesar del berrinche que tenía, la pobre Rashida no quería irse ni a tiros, empeñada como estaba en dejar acabadas todas sus tareas. Moqueando, me señalo compungida las habitaciones. Miré a mi alrededor y me temblaron las piernas. Siguiendo sus peculiares costumbres de aseo, había organizado un zafarrancho de aúpa como ritual previo a la limpieza. Había repartido cubos con agua por toda la casa, trapos limpios y sucios. Parte de los suelos estaban mojados, alfombras colgando por las barandas de la terraza, cacharros fuera del armario, y lo peor de todo, lo había hecho en una horita de nada...en fin, pensé, sería así el fin del mundo?.

Que a la mujer se le ocurriera pensar en la limpieza, me indicó que estaba totalmente trastornada con la noticia y que por supuesto no estaba en sus cabales. Así que con decisión, la convencí para que se vistiera y saliera pitando.

Cuando le entregué su salario completo, más lloros y negativas, no y no madame, no quiero el dinero, no he trabajado nada...Cerró el puño tan fuerte como un niño empecinado y me costó lo mío abrírselo y encajarle el billete.

Pasaron muchos días y no la volví a ver. Se cruzó el Ramadan y las vacaciones posteriores a esta época de ayuno. Pero la semana pasada sonó el timbre y allí estaba, vestida con su abaya negra y transportando, como si nada, una enorme bolsa en la cabeza.

Me saludó con una enorme sonrisa y un abrazo que me dejó sin respiración. Se liberó de sus hábitos y Zaaaapaaaa!!!! las sandalias volaron de nuevo hasta su esquina.

Y ese día, empezó con el mismo zafarrancho de combate, pero tuvo final feliz. Definitivamente es un tesoro.

domingo, 12 de octubre de 2008

Muqattam, sonrisas a pesar de todo.

Las calles del barrio están sin asfaltar, tienen una mezcla de piedras, deshechos, arena y lodo. A pesar de las difíciles condiciones, la gente se mueve con soltura entre los obstáculos, parece que llevan prisa. El panorama, irreal, me causa un gran estupor.

Montañas de desechos se apilan en las sucias fachadas de las viviendas, en los portales, en las destartaladas tiendas y también junto a los cafés, compartiendo las modestas terrazas con los fumadores de shisha. Mas adelante y casi en cada esquina se ven carros tirados por burros que arrastran lángidamente enormes bultos de basura. Los carreteros, sucios, desarrapados van azuzando a los pobres animales desde un trono de trapos, latas, y comida descompuesta. Mi vista no alcanza a ver nada que escape a esta inmundicia.

A pesar de ser domingo, se ve mucha actividad en el barrio. Algunos grupos de mujeres están sentadas en los portales de sus casas, escondidas entre pilas de basura que sólo dejan al descubierto sus cabezas. La escena me produce tal desconcierto y congoja que voy callada todo el trayecto. Ellas, por el contrario, se ríen a carcajadas y charlan distraídas mientras van metiendo sus manos en todas aquellas basuras sin nombre. El olor es terrible y las moscas, que encuentran un hábitat perfecto, lo invaden todo.

En los tejados se acumula el trabajo y las bolsas se lanzan de un lado a otro sin importar a quién encuentran en el camino. Hay chiquillos trabajando con soltura, mujeres, viejos y entre todos ellos, algunos cerdos husmeando ávidos los restos de algún festín que alguien disfrutó al otro lado de la ciudad. Es el momento de separar el tesoro, para todos hay algo. El 80% de lo que encuentran, se recicla para el propio consumo.

Hablamos de Muqattam, el asentamiento copto en las colinas de El Cairo y paradójicamente próximo a lugares emblemáticos, calles históricas e ilustres mezquitas.

El barrio, con una extraordinaria panorámica de la ciudad, da cobijo a una minoría cristiana de medio millón de almas que vive recogiendo y reciclando en sus propias casas los desperdicios de una ciudad de más de 18 millones de habitantes y que genera alrededor de 10.000 toneladas de basura diarias.

Y lo que todavía no me deja dormir, sonreían más que nosotros.

martes, 7 de octubre de 2008

Mi nuevo taxista cairota, bizarro como pocos.


Me he agenciado otro taxista. No es que Emat no sea bueno, no, pero tiene la manía de dejarte plantado cuando menos lo esperas. Unas veces es el coche que no arranca, otras, alguien está enfermo, moribundo o desaparecido y las menos, se le olvida que tenía que recogerte en algún lugar y no aparece.

La última vez y sin previo aviso me quedé tirada en el aeropuerto, con unas cuantas maletas y un calor de mil demonios. Encontrar un taxi que por un precio razonable me llevara a casa fue una ardua tarea que empezó con un regateo a partir de 40 euros hasta llegar a los 10, que es lo que realmente cuesta el viaje. En toda esta negociación me vi obligada a sacar y meter las maletas de dos coches diferentes en un rifirafe absurdo y sin fin.

Así que a pesar del poco fuste que tiene a veces, Emat es insustituible. Es amable y decente con sus precios y si tengo que colgar una lámpara, subir las bolsas de la compra a casa, instalar la tele o estrechar unos pantalones, ahí está él, su mujer, su amigo o su vecino, todos para uno y uno para todos. Ventajas de un país en el que ayudar al prójimo no es algo humillante, sino grato.

Ibrahim, el segundón, es muy responsable y puntual, me cuentan. Habla un inglés de trabalenguas y no le gusta nada que le repitan las instrucciones, enseguida pierde la paciencia y dice gesticulando con la cabeza yes, yes, yes, I know, I know... Tiene un coche de la categoría "ni fu ni fa" que guarda para las grandes ocasiones y para lo demás utiliza una combi "SMP" en buen estado y con mucho espacio para poner dentro cualquier trasto.

A pesar de no ser un chiquillo, conduce como un energúmeno. Apoya el codo en la ventanilla y pegado al claxon va pitando de manera compulsiva y enviando señales de advertencia al resto de conductores. De la velocidad mejor no hablamos, sólo apuntar que muchas veces tengo que cerrar los ojos y apretar las mandíbulas, porque los ruidos que se producen son tales que parece que vas a salir volando, virgensssssita querida.

Hoy le he llamado para ir a comprar plantas a Maadi. Lo primero que me ha dicho con cara de decepción al verme es, ¿dónde está el mister? y me ha dejado desarmada. Creo que no se siente seguro entre mujeres.

Nos ponemos en marcha y después de echarnos unas cuantas carreritas por las calles, de caer y rebotar en miles de agujeros y de intentar atropellar a varios transeúntes, entramos derrapando en el barrio de Maadi.

Busco el vivero de siempre. Allí hay un muchacho encantador que aunque apenas habla inglés, se hace entender a las mil maravillas. Así que, emocionada, me compro arbolillos de flores y florecillas, helechos, un jazmín, en fin, plantas que no esperaba encontrar en este desierto que es Cairo.

Según iba eligiendo, miraba a Ibrahim buscando su aprobación para el transporte de todo aquello y me decía optimista, no problem, no problem. Así que una planta por aquí y una maceta por allá, fui aumentando la cantidad y el peso con el consentimiento del conductor.

Pues bien, llegó la hora de cargar todo aquello y vi que la palabra "problem" no tiene ningún significado por estos mundos de Alá.

Con instrucciones precisas consiguió que uno de los empleados subiera de un salto al techo del taxi y comenzara a organizar el espacio. Uno detrás de otro fueron acomodando encima de una improvisada baca pesadas macetas de barro, árboles y plantas. Primero de pie, luego tumbadas y al final, ni lo uno ni lo otro. Yo desde abajo puse el grito en el cielo pensando en lo que pasaría con todo aquello en un largo trayecto lleno de obstáculos.

Ibrahim no quería ni oir hablar de mis quejas, de mis advertencias, de mis súplicas finalmente. Con gesto seguro y media sonrisa dijo, "no problem madame". Los demás, le corearon divertidos.

Y así nos pusimos en marcha, nosotros dentro y todos aquellos kilos encima de nuestras cabezas, sin atar, rodando de un lado a otro y haciendo en las curvas ruidos indescriptibles..."quitaroooos que vamooooos", me dieron ganas de gritar por la ventanilla, pero me contuve. Los primeros metros puso especial atención y condujo lentamente. Después de comprobar que aquello se mantenía arriba y que realmente no parecía ser un gran problema, salió disparado como alma que lleva el diablo.

Pasamos varios puestos de policía y nuestro cargamento no pareció interesarles en absoluto, así que respiré hondo y puse todas mis esperanzas en manos de la divina providencia.
¿Qué otra cosa hubiera podido hacer, eh?.

sábado, 4 de octubre de 2008

Viejos amigos de El Cairo.


Estamos en el periodo festivo que sucede al Ramadán, unos pocos días en los que todos, hasta los gatos, paran su actividad, los que pueden salen de viaje y los que no, se tiran a las calles a festejar.

El primer día y desde tempranas horas, me encontré las calles copadas de gente, pero sobre todo de pandillas de niños y adolescentes desfogándose tras el largo y duro periodo de ayuno. Chiquillos que no se qué combustible tendrán en las venas pero que ya han aprendido, antes de que les salgan los dientes, a guiñar el ojo con picardía y a susurrar propuestas de matrimonio.

Algo muy festivo había en el ambiente. La mayoría iban vestidos para la ocasión, sobre todo las mujeres que andaban arrastrando por polvorientos callejones sus mejores galas. Aquello era un festival de prendas superpuestas, encajes y combinaciones imposibles de colores ácidos. Cientos de chicas combinaban los mismos colores, amarillo encendido con verde rabioso o con morado eléctrico. Busqué y rebusqué el significado de aquella vestimenta, y sospeché un lenguaje de colores secreto ajeno a los ojos foráneos.

Y en este día tan especial me tocó visitar de nuevo las pirámides. Mamdouh, que se las sabe todas, me aseguró que estaría bastante tranquilo porque en días festivos, los egipcios tienen prohibida la entrada a Giza. Sí, habéis oído bien, prohibida, vedada.

Ante mi estupor me cuenta que otros años llegaban a miles, a millones exageró. Hacían pic-nic y campaban a sus anchas por todo el recinto. Una vez satisfecho el estómago, los niños atosigaban sin malicia a los turistas e intentaban escalar las pirámides, con tan mala pata que un año murieron 4 en el intento y papá presidente dijo, todos castigados!. Amén.

Y andaba yo enredada con semejante historia, cuando tuve la suerte de reencontrarme con mi camello favorito, Lufthansa, que por supuesto no me reconoció e intentó, de la misma, darme un bocado. Vi a S. subirse al bicho con cara de circunstancias y sacudirse de encima al camellero "tocón" que pretendía hacer una valoración de sus carnes. Me reí con ganas, desde la seguridad que me ofrecía la tierra firme e hice caso omiso de sus llamadas de auxilio sabiéndola en manos astutas, pero totalmente inofensivas.

Después del paseo me animé a entrar en una de las tumbas. El guardián del recinto era un "descarao" y me pasó por la nariz los dedos frotándolos en señal de money, money. Comencé a bajar los escalones y el ambiente me pareció sofocante. El olor a humedad y el aire viciado dificultaban la respiración y el calor, además, era muy intenso. Había otros muchos como yo y sólo esperé que a ninguno de ellos le diera un perrenque e intentara salir del lugar a contracorriente. No ocurrió, pero teníais que haber visto la velocidad con que yo misma subí la rampa escapando de aquel lugar funerario.

Respiré profundo y me alegré de que el cielo azul siguiera allí. A pocos metros estaba Keops, formidable y solemne. Me acerqué buscando su sombra y allí, apoyada, acaricié sus faldas y sentí su arena. Al contrario que Lufthansa, él sí me reconoció. Lo se, porque me guiñó el ojo.