Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

domingo, 31 de agosto de 2008

Tertulia semanal de Radio Euskadi. Graffiti

Aquí podéis escuchar algunos temas tratados en el blog y otros nuevos como el transplante y donación de órganos entre musulmanes y cristianos, asunto que va a levantar ampollas.
Emisión del 28 de agosto de 2008
Emisión del 20 de agosto de 2008
Oskar, es mi compañero y cuenta todo lo relacionado con la cultura japonesa y además graba el programa, gracias!

sábado, 30 de agosto de 2008

Un perro viajero. Aterrizaje en El Cairo.


Por fin, después de interminables semanas de trámites conseguí, a principios de agosto, entrar en El Cairo con mi perro, una pastora vasca de armas tomar. Ya se que habrá quien diga, y qué? qué tiene eso de raro?. Bueno, pues para esos espíritus inocentes es esta historia.

Cuando supe que nos mudaríamos a Egipto, primero se me cortó la respiración y luego dí saltos de alegría. Esto puede parecer extremo, pero tenéis que entender que después de vencer el susto que me produjo la noticia, por inesperada, me acordé que toda mi vida había sentido una gran fascinación por los faraones, las pirámides y, como no, por las historias de Naguib Mahfuz. Así que entre una cosa y otra, andaba yo ocupada y lo último que se me ocurrió hacer fue pensar en mi perro. Y no lo hice porque ella, que es muy echada p'alante, se apunta a un bombardeo.

No me faltaron ofertas de amigos que querían quedarse con ella, pero yo me mantenía empecinada en no dejarla en manos de nadie por muy buenas que estas fueran. Y digo esto porque Yola y Edith tienen las mejores del mundo e insistieron en quedársela en "consignación" hasta que yo quisiera regresar. Madre e hija, adorables las dos, estuvieron conmigo muchísimo tiempo organizando la vida familiar y cuidando del chucho-consentido cada vez que salíamos de viaje.

Cuando se enteraron de nuestra partida lloraban y se lamentaban sin poder imaginarse cómo iba a ser la vida sin ella. Supongo que si Gorbea (el chucho) pudiera hablar, también me diría la tristeza que le causó esta separación, acostumbrada como estaba a compartir a escondidas un desayuno consistente en tortas, tamales u otras delicias mexicanas. A veces las pillaba y me miraban con ojos inocentes, pero los relamidos del perro delataban el pecado...otra vez??? pero si eso es picante!!! y así descubrí que mi perro-fino comía más chile que un mariachi.

En fin, pronto puse manos a la obra y comencé a indagar en la web sobre los trámites necesarios para viajar con la mascota a Egipto. El susto que me pegué fue enorme cuando descubrí con espanto, que el perro es un animal impuro en el islam, sí, impuro, habéis leído bien. Y este pequeño detalle hace que el animal sea muy poco popular y lleve, en muchas ocasiones una vida que hace honor a su nombre. Por eso hay varias asociaciones egipcias muy involucradas en la protección del perro, como S.P.A.R.E. y ESMA.

En mis trece por no abandonar al animalillo, investigué y contacte con expatriados en El Cairo, que me confirmaron que las condiciones no eran las mejores. A pesar de todo, dijeron, hay muchos que traen a su mascota...pero ninguno de ellos conocía bien los trámites a seguir.

Después de varios intentos en vano buscando la información de marras, decidí preparar todo para llegar a Alemania, nuestra primera escala, y luego realizar el resto de los trámites allí.

No creáis que esto fue la panacea, la gente andaba igualmente perdida porque las leyes cambian y puede ocurrirte, me decían, que saques a tu can fácilmente y luego no lo puedas repatriar a Europa. Entonces me hablaban de diferentes posibilidades, pero de nada en concreto. Así, que después de muchas vueltas aterricé telefónicamente en la oficina consular del país en cuestión, en la ciudad de Frankfurt.

Llamar allí es una tarea que recomiendo para arreciar el carácter. Uno se pasa horas perdidas marcando y volviendo a marcar y vaya, nadie contesta... Pero un día, lo hacen y te encuentras con que pasas de un auricular a otro hasta dar con alguien que pueda atenderte en alemán o inglés. Si consigues traspasar la primera barrera del idioma y pasas sin más preámbulos a hablar de tu perro, la armaste!! porque no entienden qué interés puede tener un ser humano en semejante animal...entonces se suceden los malos entendidos, la mala comunicación, y te quedas con un pip, pip, pip, pip, perdido y sin saber qué otra puerta tocar.

Pero un buen día recapitulé y me atreví a llamar de nuevo. Y vaya suerte... me atendió un señor encantador que me dijo amablemente lo que tenía que hacer, es decir, ir a Frankfurt, pagar 35 euros y recoger el sello especial para poder realizar el viajecito de marras. Y tan facilito, sin tanto misterio, oye, qué cosas tiene la vida...

Pues bien, así lo hice y me presenté en aquel lugar llena de curiosidad. Había mucho silencio, así que pasé encogida de un despacho a otro, pensando en mimetizarme con los muebles para no levantar sospechas...Bajito, bajito, conté entre susurros la historia del perro con la esperanza de que no me oyeran los otros funcionarios y me sacaran de allí a pescozones. Cuando acabé, el hombretón me miró gravemente, yo agaché las orejas, él levantó las cejas y dijo agitando el aire con la mano, espere fuera.

Lo conseguí! lo conseguí! Después de semanas de certificados, de médicos oficiales, de esperar a que las vacunas reaccionaran, de visitas y más visitas al veterinario, lo conseguí! Me pusieron el visadooooooo.

Y cuando por fin llegué al aeropuerto de Al-Qahira, La victoriosa, con un pasaporte canino lleno de sellos y firmas, nadie me hizo ni caso, naaaaadie!! mi perro apareció como una maleta, es decir, en la cinta transportadora. Dos tipos fornidos cogieron el box y lo colocaron en el carrito y nadie me preguntó nada, naaaaada!!!!!

Y todo esta historia, para qué??? es que no tenemos nada mejor que hacer??? vamos hombre!

martes, 26 de agosto de 2008

Mercados de El Cairo. Khan El-Khalili y aledaños.

Lo que más aprecio del famoso mercado cairota de Khan El-Khalili es lo sencillo que resulta salirse del circuito de turistas y perderse por sus estrechas calles. Es entonces donde se te presenta de sopetón el verdadero carácter de El Cairo viejo.

Montones de pequeñas y polvorientas calles, terrazas improvisadas, tiendas de artesanos, carnicerías, verdulerías, pollerías donde sentenciar a muerte al pollo más lozano y un sinfín de pequeños negocios indescriptibles.

Pasear entre las calles se hace tarea difícil. En algunos lugares los adoquines han dejado paso a enormes agujeros, y el pavimento se diluye y se convierte en caminos de tierra que encierran sorpresas y fluidos inesperados.

A pesar del panorama que os acabo de pintar, es uno de los lugares más auténticos y encantadores de la ciudad.

El pasado viernes, día de oración, decidí darme una vuelta nocturna. Cualquier disculpa es buena para acercarse hasta los barrios del downtown y yo, después de semanas de eterna mudanza, necesitaba algunos artilugios de limpieza. Emat, el taxista, sabía inmediatamente dónde debíamos ir...la tienda del gobierno, madame...es la mejor y allí no nos van a engañar con los precios.

Para llegar allí, tuvimos que recorrer unas cuantas calles abarrotadas de compradores curiosos, de esos que todo lo miran y todo lo tocan. Las tiendas son la alegria del barrio
, con sus luces de neón, no pasan desapercibidas. Los vendedores vocean la mercancía a pleno pulmón y si no te apuras te persiguen varios metros prometiéndote los perfumes más exóticos y las especias más deliciosas, mientras los propietarios se sientan en las puertas de sus negocios fumando solemnemente una Shisha. En fin, una delicia para ojos y almas curiosas.

Entre todo aquel barullo, me encontré con una pequeña tienda especializada en vestimenta islámica y coranes. En un par de semanas, tengo previsto viajar a Arabia Saudí, así que me animé a entrar con la intención de comprarme una de las prendas negras que cubren el cuerpo y que son obligatorias en el país.

Emat, que se las pinta haciendo de intermediario, se encargaba de preguntar, revisar, subirse en la escalera buscando tallas, comprobar los tejidos, vamos, que no tuve que abrir la boca y pude dedicarme a fisgonear a mi antojo.

Lo primero que me ofrecieron fue un chador que pesaría unos 30 kilos. Aquello eran unos faldamentos largos y negros de tallas inmensas que deben colocarse en la parte superior de la cabeza y caen hasta el suelo, dejando al descubierto sólo la cara. Ni corta ni perezosa me eché aquello por encima y me lo ajusté bien debajo de la barbilla. Completada la operación, el peso de la tela me hacía imposible mantener el cuello erguido.

Cuando salí, en busca de aprobación, me di cuenta de que mi imagen causaba consternación, P. y Emat me miraban con cara de circunstancias...no, no, no, dicen al unísono frunciendo el morro, eso no...hay que buscar otra prenda, una abaya, esas son ligeras y bonitas. Así que me liberé de aquella prenda imposible y me pasé a la siguiente tienda especializada en abayas.

Una abaya puede ser una prenda exquisita, bordada con los hilos de las mil y una noches y adornada con brillantes cristales, perlas y cualquier otra preciosura. La prenda es muy ligera y se coloca a modo de abrigo sobre los hombros, acompañada de un pañuelo que se deja suelto sobre el pelo. Es una prenda muy común entre las mujeres del Medio Oriente y dicen que debajo de ella, van vestidas con las mayores exquisiteces. Esto me animó en mi búsqueda, pero después de cierto tiempo, la algarabía de las calles me interesó más y decidí dejar esta tarea para otro momento.

Salí para adentrarme en la parte más antigua del barrio. Allí, me topé con una vieja mansión que a juzgar por su aspecto, vivió tiempos más esplendorosos. Un hombre estaba sentado en el pórtico, en penumbra. Enseguida notó el interés y se acercó para explicar que aquel lugar fue construído por sus antepasados hace más de 200 años y que ahora esperaban apoyos económicos para su restauración. Me invitó a pasar al interior y en una semioscuridad de ensueño imaginé viejos tiempos de vino y rosas.

Restos de pintura y frescos en las paredes, suelos de marmol, arcos árabes y herrerías con filigranas, allí estaban, contando la historia de una familia de El Cairo a través de los siglos.

El Cairo es así, una caja de sorpresas que a veces se muestran y a veces no...

jueves, 21 de agosto de 2008

Viaje en tren a Alejandría. La Corniche y la playa.

Todo el mundo en El Cairo te dice que el tren es, sin duda, la mejor opción para viajar a Alejandría y la razón que argumentan tiene su peso. La autopista que une ambas ciudades, llamada Alexandria Road, es una de las más peligrosas del país, y los conductores, que en Egipto están totalmente asilvestrados, se desmadran ansiosos de llegar al mar y hacen que la cuota de siniestralidad sea una de las más altas del mundo.

La primera vez que viajé a la ciudad de Alejandro Magno, el energúmeno que me llevó me tuvo en vilo los 200 y pico kilómetros de trayecto, saltándose a la torera cualquier norma de urbanidad, chinchando a los demás con el claxon y zigzageando, zig, zag, zig, zag a velocidad de vértigo por todos los carriles, que debían ser suyos.

Así que conociendo el percal, he decidido seguir la recomendación de los amigos y esta mañana he ido a la estación de tren con la intención de subirme por poco más de 3 euros en el vagón de primera clase del famoso tren con destino a Alejandría.

La estación a primera hora de la mañana es un hormiguero. Un intenso ir y venir de pasajeros, empleados, policías y muchos ancianos despreocupados que matan el tiempo en cualquier esquina.

A la hora prevista, un montón de vagones cochambrosos aparece con cierto donaire en el andén. No veo ningún cartel que me indique el destino, así que para estar segura, pregunto y las peores sospechas se confirman, es mi tren.

Sin perder la esperanza, recorro con la mirada las secciones esperando encontrar la primera, más limpia y reluciente, pero rápidamente me doy cuenta que aquí, primera clase tiene otro significado, que creo que es que no se admiten ni pollos ni cabras.

Una vez dentro, aquello es una cámara frigorífica, no se qué pretenden conservar, pero la temperatura te mantiene alucinado todo el viaje. En el asiento delantero van un montón de niños que no dejan de tiritar, pobres.

La tapicería es convenientemente oscura, con unos toques de grasa por aquí y otros de pintura por allá. Por los cristales escurren unos churretes que tupen a la perfección la ventana y que ayudan notablemente a luchar contra el sol si tienes la mala suerte de que te caiga de ese lado. Y del suelo, qué os puedo decir!, una sima inexplorable de colores indefinidos y texturas misteriosas. Eso sí, si consigues abstraerte y entender que las cosas no son siempre como uno espera, el viaje puede ser de lo más agradable y apacible.

El trayecto dura algo más de dos horas. El tren atraviesa el delta del Nilo hasta llegar al mar mediterráneo. El paisaje es muy verde, con campos de cultivo, dátiles, plátanos y maíz y salpicado de pueblos pequeños, carros y burros por todas partes.

El viaje se hace corto y sin darte cuenta llegas a la estación, donde montones de taxistas esperan en el andén a los viajeros más desorientados.

El trayecto hasta el malecón de la playa dura unos 20 minutos. Se circula por una ancha avenida de varios carriles que discurre paralela al mar y que separa la playa de la primera linea de la ciudad con sus edificios residenciales, terrazas y comercios. Aquí no hay semáforos, y los pasos de cebra no tienen ningún significado, por lo cual los peatones se tienen que jugar la vida para llegar al otro lado. Y lo peor de todo, lo tienen que hacer varias veces al día.

El espectáculo es increíble. A pesar de ser el centro de la ciudad, los cientos de coches circulan a unos 80 o 100 kms por hora, en tres o 5 carriles, dependiendo de la zona. Hoy he visto familias enteras cruzando para llegar a la playa, con montones de bolsas, llevando bebés y niños de la mano que apenas podían andar. Los coches no paran, les esquivan, es un milagro que no les pasen por encima...aunque he oído decir que hay muchos atropellos diarios.

Allí me quedo mirando un rato hasta que yo también consigo llegar al otro lado. Me asomo con mucha curiosidad para ver como pasa un día de playa una familia musulmana.

En la playa no cabe un alfiler. El espectáculo me tiene hipnotizada, no veo trajes de baño, ni bikinis ni tumbonas al sol, tampoco hay chiringuitos, ni cervecitas, ni lolailos ni nada de nada, pero la gente parece estar pasándolo bien, o no?.






lunes, 11 de agosto de 2008

Una mezquita sin nombre


Una tarde, antes de las vacaciones, Emat, mi querido taxista, vino a buscarme con el propósito de llevarme a un lugar “secreto” a comprar una tele.

En estos lugares se supone que los precios están ajustados y que uno puede encontrar cualquier bicoca. Eso sí, olvídate de ir solo, porque sin la ayuda de un cairota aventajado, te perderías en el enrevesado entramado de calles de la parte antigua de la ciudad y además, sin hablar el idioma, la negociación del precio se podría convertir en un rifirrafe que no te llevaría más que a un ataque de nervios.

Emat, que es muy decente, me hace las veces de protector y traductor. Con semejante tarea se siente muy honrado y no deja que nadie me moleste, faltaría más. Se mueve entre sus paisanos con aplomo y soltura y pone a todo el mundo firme cuando la ocasión lo amerita.

Pero en fin, tengo que deciros que esta no es la historia que quiero contar. Lo que realmente me entusiasmó de aquel día fue descubrir la ciudad de noche y los barrios populares plagados de gente que circulaba animadamente entre las calles. Las tiendas de textiles, las alfombras árabes y las especias, el olor a cúrcuma, canela y tomillo, y la algarabía en las terrazas de los cafés donde los amigos se reunían a fumar Shishas.

Y en aquel ambiente, tan propicio para la ensoñación, me topé por casualidad con una mezquita, engalanada de tal manera, que me hizo revivir días de verano y feria. Me deslumbraron cientos de luces y guirnaldas, tanta gente entrando y saliendo, y las fabulosas alfombras orientales colgadas por todas partes…tenían que celebrabar algo especial...

Regreso curiosa al coche y le pido a Emat que me acompañe a echar un vistazo. Por suerte, llevo en el bolso un chal largo, que suelo usar para combatir los chorros helados del aire acondicionado y que ahora me viene de perlas para cubrirme la cabeza y poder entrar en el recinto sagrado. He aprendido a ponerme el hiyab sin espejo ni alfileres, con tal maestría que nadie diría que soy una advenediza. Así que de esta guisa llego a la entrada y me quito las sandalias poniendo las suelas hacia dentro y sin saber muy bien lo que hacía, subo las escaleras que conducían a la sala de oración de aquella singular mezquita.

Detrás de mí oigo un alboroto, no, no, noooo, no puede entrar!! me dice un individuo de seguridad y me invita amablemente a largarme de aquel lugar. Emat le dice que me dejen asomarme un poco, que soy extranjera y que por favor que hagan una excepción. La cuestión, me dice Emat, es que están celebrado un acontecimiento especial, el nacimiento de uno de los grandes maestros suníes, y no admiten visitantes, pero que van a ver si desde dentro, los maestros me permiten la entrada al área de mujeres.

A partir de ese momento, el tipo es mi guardián y me invita a seguirle con gesto decidido. Antes de separarme, me da tiempo de amenazar a Emat con matarle si se le ocurre moverse un metro de donde yo le he dejado. Me sientan en una silla en medio de aquella marea de gente entrando y saliendo, y estoy encantada curioseando a todos aquellos personajes. El muchacho habla constantemente por radio, parece que tiene que convencer a los del otro lado de que no soy norteamericana…me pregunta otra vez que de donde vengo para estar seguro y aprovecha para pedirme, muy cortésmente y totalmente sonrojado que me abotone la blusa hasta el cuello. Cuando lo he hecho me pide perdón mil veces por el atrevimiento, pero me dice, es un lugar sagrado…

Entonces, aparece una mujer que me acompaña a algún lugar que desconozco, sin más, me dejo llevar. Pasamos por patios y más patios y el movimiento de gente es increíble, hay varios lugares de oración, y todos entonan la misma letanía que se oye por los altavoces, y ese rezo común, es una sensación indescriptible. Unos mozos de blanco cargan con enormes racimos de plátanos, otros con bandejas de dulces, vasos y teteras calientes. Parece que el festejo va a ser grande.

Pronto llego a la zona destinada a las mujeres, es una especie de corredor en penumbra, situado encima de la gran sala de oración de la mezquita. Me doy cuenta de que he hecho un largo recorrido a través de patios para llegar al piso superior de la entrada del edificio. La guía, me entrega a otra mujer que me agarra de la mano de una manera tan cariñosa que mi aprensión se desvanece. Allí, están tumbadas en una acogedora semioscuridad muchas mujeres y otros tantos niños. La mayoría me miran divertidas y me echan sonrisitas…Me asomo cautelosamente al balcón y veo decenas de cuerpos blancos encogidos orando hacia La Meca.

De mi ensimismamiento me saca el tremendo olor a pies y el vapor indefinido que sale de aquel lugar…pero decido no ponerme tonta y adaptarme a la situación. Me ofrecen te y agua, acepto todo, pero al primer trago de agua, me entra un sudor frio pensando en que seguramente será del grifo y me acabará dando cualquier cosa, pero el ritmo de la oración se acelera y pierdo la concentración en semejantes cataclismos personales.

Me sientan en una sillita de niño, y me quedo mirando un rato, el ambiente es muy relajado, todas charlan animadamente y de vez en cuando, como respuesta a una cierta llamada que desconozco, se levantan y rezan.

El calor es de justicia y el pañuelo me las está haciendo pasar canutas, así que decido salir de allí, aunque todavía no se cómo. La señora que era mi anfitriona, me abraza cariñosamente y me deja en manos de una niña de unos 8 años, que me da la mano, sin ningún miedo y me conduce de vuelta entre patios y escaleras. Cuando ya me creía a salvo, la criatura me deja en una especie de apartamento, dentro del reciento religioso, claro. Le pregunto con gestos si es realmente allí donde tiene que dejarme, asiente y desaparece.

Aquel lugar es de locos, en la entrada están sentadas dos señoras gordísimas engalanadas con sus mejores trapos dorados. No parecen enterarse que una loca en vaqueros acaba de entrar allí. Me retoco nerviosa el velo que está revirado de tanto trajín y sigo hacia adelante sin saber qué hacer. Disimulando me meto en el baño y me lavo las manos, miro hacia los lados y noto que he confundido una combinación de mujer con una toalla para las manos, la suelto espantada y salgo de allí. Paso sigilosamente por otra habitación donde me encuentro a otras señoras, tan gordísimas como las primeras, tumbadas en una cama jugando con unos niños. Os juro que es como en un sueño.

Salgo sin ningún protocolo y bajo rápidamente las primeras escaleras que me encuentro, abajo me topo, por suerte, con el tipo de la radio, mi primer guardián que me ayuda a encontrar la salida.

Allí está Emat, alerta, encantado de verme aparecer.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Tertulia de bloggers del martes 5 de agosto

Los que queráis oir un poco más sobre los temas del blog que amplío en la tertulia de los martes en Radio Euskadi, hacer click aquí.
Gracias de nuevo a Oskar por grabar el programa cada semana.

Y vosotros, seguir disfrutando, que las vacaciones se acaban!

martes, 5 de agosto de 2008

Indumentaria de la mujer árabe. De abayas y picardías.

Una de las cosas que más nos trae de cabeza a los occidentales es la indumentaria de las mujeres en países musulmanes.

Yo tuve una amiga mexicana que había vivido algunos años en Jordania y que allí intimó con otras chicas latinas. Ni que decir tiene que la mayoría vestían a la occidental, pero había una brasileña, me contó curiosa, que se veía obligada a vestir una tradicional abaya, un abrigo negro que llega a los pies y que visten muchas mujeres en los países árabes.

Puse el grito en el cielo, imaginándome a esta mujer contoneándose en otros tiempos, a ritmo de Carlinhos Brown, oculta y sin curvas detrás de largas gasas y velos. En contra de lo que podríamos pensar, esto no la deprimió, confesó mi amiga, y tan pronto se presentaba la ocasión, se quitaba los trapos y movía el trasero promoviendo la samba entre sus amigas. Y el calor? cómo sobrevivía a los 40 grados entre tanta tela?, bueno, dijo, muchas veces sólo llevaba debajo un tanga que enseñaba descarada a sus amigas entre risitas ahogadas.

Y así me quedé, con media sonrisa, pensando en la picaresca del asunto y no volví a pensar más en el tema, hasta que me tocó dar uno de mis primeros paseos por El Cairo antiguo, la parte más islámica de la ciudad. Allí confronté de nuevo el tan traído y llevado vestuario, viendo pasar a cientos de mujeres de negro, las más conservadoras tapadas hasta los ojos, con guantes y calcetines que esconden cualquier atisbo de piel.

En los mercados locales las ves por todas partes, en grupitos familiares, curioseando por todos los puestos y escarbando entre las pilas de medias, bragas y sujetadores de copas extra-extra grandes. Me resulta contradictorio que los vendedores, todos hombres, parezcan no tener ningún pudor a la hora de ofertar estas mercancías tan íntimas. Y los mariditos? Qué pensarán?.

Paseando, me encuentro con una calle de tiendas especializadas en moda femenina. Echo un vistazo y me quedo boquiabierta. En el exterior cuelgan provocativos saltos de cama rojos transparentes, con plumas de marabú, vestidos entallados de lentejuelas con una especie de agujero central por el asoman hasta los calcetines , pantalones de talle descaradamente bajo, vamos, el paraíso de una stripper profesional. Lo que más perpleja me deja, es que al público que abarrota la tienda, todo mujeres, no llegas a verle ni un centímetro de piel, todo lo llevan cubierto, solo sus ojos curiosos se mueven rápidos de prenda en prenda.

Y esto no debe ser algo insólito. Ya lo dijo Torralbo, el diseñador español que trabajó durante varios años para la casa real de Arabia Saudita. Sus mujeres son las más sexys del mundo, son las únicas que en privado se atreven a vestir modelos transparentes que dejan ver la casi totalidad de su cuerpo.

Algo para sonreir y pensar, sin duda.