La otra noche y siguiendo los consejos de un cairota, me acerqué hasta la mezquita de Al-Hussein. Esta mezquita es una de las más importantes de El Cairo y está en pleno corazón del mercado Khan el-Khalili.
Elegí las horas después del Iftar, que es la comida que rompe el ayuno diario. Después de la calma que reina durante todo el día, es agradable ver que las calles vuelven a la normalidad, los coches copan las avenidas y los conductores rompen su silencio dándole al claxon hasta reventar. Las tiendas abren de nuevo y la gente sale a pasear y a comprar como si cada día fueran a venir los Reyes Magos. Me encanta.
La mezquita estaba en plena actividad, en el rezo nocturno de la época de Ramadán. Fuera, en el recinto, habían colocado una enorme carpa dónde se estaba celebrando un acontecimiento especial. Varios doctores del islam se hallaban predicando frente a cientos de fieles, cámaras de televisión y otros medios de comunicación.
El gentío entraba y salía, pero dentro se sentía la solemnidad del momento. Fuera de la enorme carpa, la vida alegre de la gente común seguía, familias enteras sentadas en las esquinas, montones de mujeres, niños corriendo y saltando, y como siempre, cientos de vendedores ambulantes.
Me llamó la atención un grupo de hombres, todos de blanco que desfilaban cantando y portando grandes pancartas que lamentablemente no entendí. Igual que una exótica manifestación...pero nada de objetos arrojadizos, nada de gritos ni consignas...qué harían? El que lo sepa que lo cuente.
En los cafés del mercado no cabía un alfiler. Las terrazas animadísimas con gente del barrio, novios y grupos de amigos fumando shisha y bebiendo té. Tuvimos suerte de encontrar una mesa en el café Fishawi. Allí nos sentamos junto a un tipo de enorme papada que debía ser asiduo del lugar, a juzgar por los efusivos saludos de los camareros.
Al elemento en cuestión, se le iban los ojos detrás de cualquier mujer y empleó parte del tiempo en hacerme señas con las cejas y enviarme silbidos camuflados, no le faltó más que empinarse en la silla para mirar dentro del escote, algo que, por otro lado, ya me ha pasado.
Una mesa se libró y la ocuparon 3 turistas españolas muy simpáticas. Parecían que estaban molidas, las pobres. Me miraron y sin titubear me dijeron en español, oye, pero que calor hace aquí, no?
Entramos en conversación y me miraron con los ojos muy abiertos cuando supieron que vivía en el Cairo. Supongo que el desmadre del lugar, les llevó a la conclusión de que vivir en un sitio como este debía ser cosa de locos. Me contaron su recorrido por el Nilo, las pirámides y los museos, y me confesaron lo mucho que habían sufrido con taxistas y vendedores, siempre les habían timado, se quejaron compungidas. Cuando les pregunté cuánto habían pagado por ciertos servicios, no me quedó más que poner el grito en el cielo.
Y es que las chicas tenían gancho y se les acercaban hasta los gatos. Vendedores de coranes en español, fulares, carteras de piel, collares de jazmín, maquilladoras de henna, limosneras con sus bebés, todos intentaban agarrar la presa, y algunos lo consiguieron.
Entre tanto barullo pasó un limpiabotas y le convenció a P. para darle una pasadita a sus zapatos. Ante nuestros inocentes ojos, le descalzó y se llevó los zapatos a dios sabe dónde. Allí, en la terraza, en calcetines, pensamos cómo llegaríamos a casa si el individuo no volvía...pero volvió.
Cuanto más animada estaba nuestra conversación, una de ellas, la que estaba sentada en la estrecha zona de paso de la gente, se volvió como un rayo y con una velocidad de vértigo le propinó a un muchacho un enorme pescozón en el cogote con un tubo de cartón que llevaba en la mano. Semejante visión nos dejó perplejos. Entonces le espetó en nuestro idioma, tú, sí tú! que me has tocado el culo!!! ahora dí que no me has tocado el culo!!! Me has metido la mano por detrás, cerdo que eres un cerdo!
Todo el mundo se quedó pasmado y el autor de tamaña fechoría se agarraba el cuello con la cara roja de vergüenza mientras su familia le miraba atónita sin entender qué pasaba. En segundos, todo regresó a la normalidad y la chica, que no parecía afectada en absoluto, nos explicó que ese tubo lo lleva siempre consigo para estos casos. Oye, que alguien te da un mal precio o te lleva la contraria, ZIS, ZAS, y aquí no ha pasado nada.
De vuelta a casa, me costó encontrar a un taxista razonable. Los que esperan en el recinto a que salgan los turistas están acostumbrados a cobrar mucho más de lo que marcan las tarifas "verbales" y te hacen conversiones imposibles de libras a euros. Lo mismo les da 8 que 80, así que como no teníamos nada con que repartir pescozones, anduvimos unos metros y paramos a uno en una calle alejada del turismo. Si no queréis engaños, os lo recomiendo, lo del tubo, digo.