Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

lunes, 29 de septiembre de 2008

Dubai. Rascacielos y shopping en inglis pitinglis.


Llegué a Dubai con una inmensa curiosidad. Me imaginaba una ciudad de cúpulas blancas emergiendo de un desierto de finas arenas doradas, camellos y beduinos, diamantes de ensueño y petrodólares por doquier.

Y con esta inocente perspectiva aterricé emocionada en el recóndito emirato.

El paso por inmigración se hizo eterno. Casi todos los que llegaban no habían hecho bien el trámite para ingresar en el país y provocaba
n colas interminables. Esto, lejos de poner de mal humor al funcionario, le mantenía bien alerta, de manera que cuando me tocó el turno y vio mi pasaporte, puso los ojos en blanco y me espetó con lengua de trapo, "Viva el Barcelona!" a lo que su compañero añadió, "Viva el Real Madrid!!!" blandiendo un escudo de tela que acababa de sacar de su cajón. Semejante recibimiento me dejó pasmada y aunque a mí el fútbol, ni fú ni fá, tuve que entonar más fuerte que ellos "Athletic, Athletic zu zara nagusia!" y con esta demostración de fanatismo futbolístico, ingresé en la ciudad de lo superlativo.

En la calle habría unos cuarenta y tantos grados y un ín
dice de humedad tan elevado, que los inmensos ventiladores instalados en la parada de taxis, en plena calle, pulverizaban con sus hélices el agua del ambiente esparciendo una lluvia fina entre todos los que esperábamos turno.

En cuestión de segundos pasamos de estas condiciones climatológica
s a otras no mucho más razonables, me refiero a los 10 grados que debía haber en el interior del taxi que nos llevó al hotel. La tiritona se me quitó de golpe por la impresión que me produjo la travesía por aquella ciudad.

Me sorprendieron las grandes avenidas de 6 carriles, sin camellos ni beduinos, los rascacielos y torres de cristal marcando el contorno de una gran metrópoli, el distrito financiero y los modernos edificios comerciales. Una enorme ciudad creciendo en pocos años en las arenas del desierto, planeada minuciosamente para abanderar la apertura del Medio Oriente, para dar cobijo a emprendedores, inversores y buscadores de fortuna, los nuevos colonos del siglo XXI.


Muchos de estos edificios albergan centros comerciales que se encuentran entre los más grandes y mejores del mundo. Entrar en ellos es toda una experiencia. Un mapa del sitio te conduce por avenidas artificiales de mármol repletas de tiendas y te recomienda a través de unos dibujitos no vestir indecentemente y no hacer manitas con el novi@. El ambiente es cosmopolita, pero es también el lugar ideal para ver a los cachorros de las riquísimas familias de la sociedad dubaití,
así que junto a los minishorts, la lycra y los tops desfilan las largas y enjoyadas abayas negras, que como siempre encierran lujos y pasiones.

Este crecimiento tan rápido, ha convertido Dubai en un lugar artificial, sin alma, con poca historia que contar y es que hace apenas cincuenta años, la zona estaba poblada por nómadas y pescadores. Ahora, con esta súbita transformación, el panorama en sus calles ha cambiado también en otro sentido, la gente que se mueve por ellas poco tiene que ver con sus pobladores originales.

El 80% de sus habitantes son extranjeros, India, Irán, Paquistán, China, Indonesia...si un dubaití quiere comprar en una tienda, no puede hacerlo en su propia lengua, nadie le entendería. El idioma común, es el inglés, bueno, digamos algo parecido. Las tiendas están atendidas por personal cosmopolita con poca formación, así que el inglés que hablan es un popurrí que han aprendido sobre la marcha y que revuelven con el idioma propio. Lo mejor de todo es verles hablando en grupitos en la caja, por ejemplo...no me preguntéis cómo se entienden rusas con chinas, sudanesas e indias, pero lanzan sin ningún rubor una suerte de "anglosonidos" ininteligibles que me hacen tener muy poca esperanza en el idioma futuro al que dará lugar este encuentro de culturas tan curioso.

Antes de salir me paro un rato a mirar, dentro del mall se encuentra el famoso centro de esquí con nieve artificial. Las pistas de nieve de más de medio kilómetro, están concurridas, hay esquiadores y niños con trineos, también pistas sencillas para principiantes, telesillas, de todo. Hay varias cafeterías tipo alpi
no alrededor, te puedes tomar un café y ver a toda aquella gente vestida con plumíferos negros encima de sus abayas o galabeyas y tocados con pañuelos tradicionales. Dentro hay como 3 grados, lo marca el termómetro, en el hall habrá unos 16 y fuera 45?.

Y de Dubai regresé a casa.

Siempre que después de un viaje por algún país del Medio Oriente toco tierra en El Cairo, doy saltos de alegría porque haya sido esta y no otra, la ciudad en la que me haya tocado vivir.
Y es que El Cairo tiene lo que tiene, es una mezcla de caos, suciedad e historia, unas veces odiada y otras venerada. Pero es una ciudad viva y vivida, llena de arrugas, de achaques, vieja y revieja oráculo de sabiduría y experiencia y digna del mayor de los respetos.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Zapping por el Medio Oriente. Zip-Zap, Zip-Zap...


El mando a distancia de la tele es un invento. Te tumbas en la cama y en tantos clicks como canales hay, te has pegado un recorrido por las costumbres de un país en asuntos de entretenimiento.
Todas estas imágenes pertenecen a una pequeña parte de los canales que se pueden ver en los Emiratos Árabes. Hay novelitas de amor, noticias, publicidad, cocina para gourmets, clases de inglés, dibujos animados, de todo, vamos, pero con su idiosincrasia particular. Y para que me entendáis lo que digo, os recomiendo prestar atención al guantazo que una señora muy decentemente vestida le propina al tipo que tiene a su derecha y por favor, no os perdáis el bolsito de plástico de Dior que lleva la protagonista de una novela de desamor. Un placer para los observadores y que dejo descubrir a vuestros ojos.

domingo, 21 de septiembre de 2008

De regreso en Dubai.


He regresado a Dubai. El Reino Saudita queda atrás en el recuerdo. No se cuando volveré, el gobierno no concede fácilmente un visado y yo tengo que recuperar energías para volver a enfrentarme a todas esas restricciones de las que os hablé. Y no me refiero precisamente a la obligada vestimenta.

La verdad, ese hábito negro me pareció un invento con muchas ventajas. Que se te ha hecho tarde y no te da tiempo a vestirte como dios manda? te echas la abaya por encima y a correr. Que llaman a la puerta y estás en pijama? en un segundo, recuperas la pinta de persona. Y ni que decir tiene que el eterno problema de "qué me pongo hoy" y dar, enloquecida, la vuelta al armario varias veces, desaparece. Aunque bien valorado, ventajas incluidas, no estoy segura de que me guste vivir sin mis problemas de toda la vida, complicados somos...

En el avión de vuelta, ni rastro de todos aquellos señores barbudos en peregrinación a Meca. Nada de chancletas, toallas e imperdibles. De todo aquel exótico pasaje sólo reconocí a la señora de la máscara de cobre, regresaba a casa. A los demás, les extraño y recuerdo con una enorme fascinación.

Llegamos al aeropuerto, las 3 de la mañana. En algunas salas hay "overbooking". Montones de pasajeros en tránsito han instalado improvisados campamentos para echar un sueñecito. El trajín del aeropuerto no parece intimidarles. La mayoría están tirados en hileras, protegiéndose unos a otros. Algunos han escondido la cabeza debajo de los asientos y otros se la han cubierto con mantas, con el propósito de volverse invisibles, quién sabe.

Salgo en busca de un taxi y respiro de nuevo el aire libre y húmedo de Dubai.

martes, 16 de septiembre de 2008

Una princesa saudita y otras mariposas.


Jeddah vive de noche. El movimiento de la ciudad empieza minutos antes de la puesta de sol.

El formidable paseo de la playa va llenándose de gente. Todos salen de sus coches cargados con las alfombras orientales debajo del brazo. Con sumo cuidado las extienden en el suelo preparándose para un curioso pic-nic. Allí, frente al mar se sientan a ver la puesta de sol y a esperar el momento de la cena, el Iftar. Veo a un hombre sentado con 4 mujeres veladas, me pregunto si serán todas suyas, hay también grupos de amigos y familias con niños pequeños. Parece que dentro de unos pocos minutos no cabrá ni un alfiler.

Hacia las 6 de la tarde llegamos a una terraza entre árboles tropicales y palmeras. Las familias ya esperan sentadas a la mesa el canto del muecín que indica que se puede romper el ayuno. Todos al unísono, toman agua, zumo o café árabe con cardamomo. Después de tantas horas sin ingerir líquidos, están deshidratados. Unos cuantos dátiles preparan el estómago para la primera comida del día.

Después de este ritual de inicio, se van acercando al magnífico buffet que cada noche ofrece un auténtico festín. Sopas, entrantes fríos y calientes, carnes, mariscos, pescados, y un impresionante surtido de dulces árabes de lo más exótico. Es una delicia que se acaba en escasas dos horas, cuando la gente se va retirando para la oración nocturna. Después, con el cuerpo ya saciado, la ciudad revive y las calles se llenan de coches en busca del mall de moda.

Hacia las 10 de la noche me vinieron a recoger para acompañarme a un evento "sólo para mujeres". No vayáis a pensar en espectáculos con hombres musculosos en tanga, no. En Arabia Saudita existe una estricta separación de sexos y hombres y mujeres no se encuentran nunca, ni tan siquiera en las bodas, así como lo oís.

Dicho evento se organizaba en los salones de un gran hotel y tenía carácter benéfico. No me dieron mucha información, por lo que no sabía bien qué era lo que me iba a encontrar. Sí me encandiló la idea de ver a todas aquellas mujeres desenmascaradas. Qué se escondería detrás de tanta tela negra, pensé.

A juzgar por el tráfico que aquello ocasionó, debía ser un acontecimiento importante en la ciudad. Cientos de mujeres iban llegando en lujosas limusinas. Nunca me imaginé que pudiera ver tantos Rolls-Royce juntos. De ellos bajaban sus dueñas con sus abayas negras puestas, nada especial. En la entrada, bien iluminada con imponentes lámparas de cristal, ya me imaginé el espectáculo que me esperaba, la transformación de la mariposa.

Los salones albergaban unas 100 tiendas montadas para la ocasión que me sorprendieron por las bonitas e interesantes cosas que vendían.

Ante mi vista se me apareció un mundo desconocido. Mujeres con vestidos impresionantes, gasas y sedas hasta el suelo con colores y estampados maravillosos, peinados perfectos y joyas de impresión. Todo este despliegue de belleza sólo para pasar el rato entre ellas, charlar, saludarse y comprar algo aquí y allá. Supongo que las más jóvenes tendrían el propósito de llamar la atención de sus futuras suegras, ellas deciden a quién presentarán a sus hijos, así es como se arreglan los matrimonios.

Yo apenas podía prestar atención a todo lo que tenía delante de mí, nunca antes había visto un despliegue de mujeres tan exquisito. Tengo que explicaros que no fue el lujo lo que más me llamó la atención, sino el buen gusto y la belleza de aquellas mujeres. En este tipo de eventos, uno siempre encuentra de todo, muchas veces se hace alarde de un barroquismo y un gusto pésimo, así que, en esta ocasión no me quedó más que abrir la boca.

Difícil de creer que ellas mismas fueran las que se esconden debajo de negros velos, las que tienen prohibido conducir, salir solas a la calle o viajar sin el permiso del marido. Me pregunté toda la noche si serían felices con tanto y con tan "poco".

Había tiendas de todo tipo, telas, alfombras, joyas, vestidos, abayas, porcelana, cristalería, muebles, en fin, para gastar a manos llenas. Todo se pagaba en cash, así que me pregunté cuánto dinero llevarían en sus bolsos. Tenéis que pensar que uno podía adquirir incluso mega collares de brillantes, esmeraldas y perlas...y ya sabemos lo que eso cuesta.

En la primera tienda me quedé un buen rato. Había sofás hechos con telas usadas muy interesantes. Ahí andaba yo de charla con la dueña, cuando se acerca mi anfitriona con una mujer de unos treinta y tantos años, vestida con un vaporoso vestido largo de color vainilla exquisitamente bordado. El conjunto lo completaban unos largos pendientes de aros ovalados con dos filas de brillantes montados en red que me dejaron deslumbrada.

Me da la mano y me dice hola soy N. Hablamos un rato del evento y de la tienda en cuestión, luego se entera de que soy española, y entusiasmada me dice unas pocas palabras en mi idioma. Nos despedimos y entonces mi acompañante me susurra, esta chica es princesa de la casa real, una de las nietas del rey Faisal y ex-nuera del actual rey.

Sorprendida por semejante coincidencia, seguí el camino escuchando las historias de mi acompañante inglesa y pensando en todos esos hombres que jamás tuvieron acceso a ese colorido mundo femenino. Lo que se pierden...

lunes, 15 de septiembre de 2008

Una de saudíes. Algunas cosas que conviene saber.


Vaya hambre... Ya no pido un buen chorizo o jamón ibérico, no. Ya me he hecho a la idea de que aquí, los cerdos de 4 patas no existen. Con algo que llevarme a la boca me conformaría.

Es Ramadán, ya os lo he dicho. Pero aquí en Arabia Saudita, lo llevan a rajatabla. No esperes que en el hotel, por muy moderno que sea haya un bar o un restaurante que te ofrezca algo, NO. Ellos ayunan, tú ayunas, se acabó.

Por supuesto el room-service funciona, pero qué triste es comerse algo entre las cuatro paredes de la habitación habiendo lugares preciosos y vaciiiios en el exterior. Conclusión, habrá que esperarse hasta pasadas la seis de la tarde, entonces con el canto del muecín, nos tiraremos todos, cristianos incluidos, encima de insospechados manjares. Y así todos los días.

Por cierto, no te vayas a hacer el listo y se te ocurra llevarte durante las horas de ayuno una botella de agua y un bocadillo al parque. Está prohibido comer o beber en público y como te pillen, te llevan a la cárcel, sí, has oído bien. Así que deja tus costumbres en casa.

Y de estas prohibiciones debe haber una lista completa que no conozco del todo, así que tengo que andar con cuatro ojos. Por ejemplo, ayer por poco se me ocurre despedirme de nuestro anfitrión con un par de besos en la mejilla. Ya me dijeron, me podría haber costado un disgusto de aúpa. Saludar a un hombre que no es de la familia, de esta manera! Pero adonde vamos a parar!. Él mismo contó que una vez le detuvieron junto a su mujer, ambos europeos, porque a ella se le ocurrió dar la mano efusivamente a unos amigos del marido y le acusaron de haberla ofrecido a aquellos hombres con fines sexuales. Me hubiera tronchado de la risa cuando lo contó, sino fuera porque la locura de aquel Mutawa, policía religiosa
me pareció lamentable y peligrosa.

Como iba diciendo, de comida nada, así que me he puesto la abaya y me he acercado a la playa. Qué calor, dios, dios, y yo con estos faldamentos que el viento me sube y me baja...si viniera el Mutawa me sacaba los ojos por ir enseñando los pantalones como un pendón.

Doy la vuelta a la esquina y me encuentro con que el hotel está vigilado por varios tanques con soldados armados con ametralladoras y con móviles que usan compulsivamente para mandar mensajitos, será de tanque a tanque?, ja!

Por cierto, la playa, preciosa, desierta, supongo que el ayuno tiene a todos, toditos, tirados en la cama desmayados.

De la misma me regreso, una sopita en la habitación y a esperar el Iftar para ponernos nuevamente morados.

Dubai-Arabia Saudí. De como viajé entre peregrinos a La Meca.


Hace un par de días volé de Dubai a Jeddah, en Arabia Saudí, ciudad portuaria y principal punto de entrada de peregrinos a La Meca y desde esta ciudad y mirando al mar rojo escribo este post que os cuenta mi viaje.

Emocionada por el misterioso mundo que me esperaba, me subí al avión de "Emirates" con mi abaya y mi velo, preparada para usarlos nada más tocar tierra. Miré a un lado y a otro y confirmé mis sospechas, era la única que dejaba ver sus bucles. Nunca me había sentido tan desnuda.

Ocupé mi asiento en la parte delantera del aparato y comencé a observar la entrada del resto del pasaje. Durante los primeros minutos me costó dar crédito a lo que mis ojos vieron, hasta que comprendí que estaba viajando a la tierra santa de los musulmanes y que lo que yo tenía delante, no eran los miembros de ninguna secta, sino pasajeros en peregrinación a Meca.

El desfile era impresionante. Por mi lado iban pasando hombres que parecían recién salidos de una sauna de poca monta, envueltos como iban en toallas blancas deshilachadas. Una cubriendo el torso y la otra la cintura y sujetas de cualquier manera por un par de imperdibles. Si levantaban un brazo, dejaban a la vista generosas barrigas peludas y descubrí llena de júbilo que muchos de ellos llevaban atada una riñonera negra de donde sacaban a cada rato el iPod o la blackberry.

Creo que debo explicaros que este curioso atuendo es el que deben llevar los peregrinos y que simboliza la pobreza y el desapego a las riquezas terrenales. Si yo hubiera sabido esto , no me hubiera caído horas antes de espaldas en el mostrador de facturación, cuando me giré y vi a mi lado a dos señores muy serios vestidos de esta guisa, ya me entendéis, no?.

En contraste, las mujeres vestían de negro y llevaban la cabeza cubierta de todas las maneras posibles. Unas con ligeros velos que no dejaban a la vista nada, otras con modernas viseras que llevaban incorporada una larga celosía de ganchillo que les cubría el rostro y les permitía ver sin ser vistas, y muchas otras con el típico velo que deja al descubierto la cara o ese otro que lleva una abertura especial para los ojos. De todas ellas, una me llamó la atención porque era la única que llevaba una ligera máscara de cobre que consistía en dos piezas que cubrían nariz y boca. Exótico, sin duda.

Me pareció que los niños y bebés también cumplían con la tradición llevando gorritos blancos de ganchillo, pañuelos con estampados florales infantiles y las menos, cubiertas con abayas negras en miniatura.

Me sentí como si hubiera atravesado un profundo túnel cultural cuya existencia no conocía.Y sentí un enorme respeto por todos ellos.

Durante todo el vuelo hubo una peregrinación de otro tipo, la peregrinación al baño. Los hombres que no habían tenido el valor de salir de sus casas vestidos de tan curiosa manera, llevaban el atuendo en bolsas de plástico. Les vi entrar dignamente en el baño, uno detrás del otro, con sus elegantes abayas blancas y sus cabezas cubiertas con tocados blancos y rojos y salir reducidos a la mitad, descubiertos y despeinados, envueltos en aquel par de trapos blancos...mi vecino, un hombre de negocios dubaití, regreso a su asiento sin poder mirarme a los ojos y con la cara encendida, supongo por el apuro de presentarse tan desprotegido ante los demás. Le comprendo, la verdad, hasta se le podían contar los pelos de las piernas.

Cuando se le pasó el susto, me contó que iba a hacer una peregrinación menor de 5 días. De Jeddah, viajaría a Mecca, a 50 kilómetros. Cuando vio mi interés por conocer la ciudad, me advirtió que sólo los musulmanes tienen el acceso permitido. Me pregunté, cómo comprobarían la religión de uno...

Aterrizamos entre emocionadas plegarias en Jeddah. Me vestí con mi abaya negra y plata y me puse el velo a la usanza de las mujeres de los emiratos. Intenté moverme con soltura para que no se notara lo perdida que estaba debajo de aquel, para mí, extraño atuendo.

Un coche nos recogió y nos llevó al hotel. A la entrada, aparcados como si nada, estaba la colección de coches de lujo más impresionante que yo había visto en mi vida. Entonces supe que estaba en Arabia Saudí, sentada encima de millones de barriles de crudo. Entré a la recepción, y, como no, me crucé con un par de hombres en chancletas blancas, ya sabéis, recién salidos de la sauna.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ramadán. El ambiente nocturno en la mezquita de Al-Hussein y el Café Fishawi.

La otra noche y siguiendo los consejos de un cairota, me acerqué hasta la mezquita de Al-Hussein. Esta mezquita es una de las más importantes de El Cairo y está en pleno corazón del mercado Khan el-Khalili.

Elegí las horas después del Iftar, que es la comida que rompe el ayuno diario. Después de la calma que reina durante todo el día, es agradable ver que las calles vuelven a la normalidad, los coches copan las avenidas y los conductores rompen su silencio dándole al claxon hasta reventar. Las tiendas abren de nuevo y la gente sale a pasear y a comprar como si cada día fueran a venir los Reyes Magos. Me encanta.

La mezquita estaba en plena actividad, en el rezo nocturno de la época de Ramadán. Fuera, en el recinto, habían colocado una enorme carpa dónde se estaba celebrando un acontecimiento especial. Varios doctores del islam se hallaban predicando frente a cientos de fieles, cámaras de televisión y otros medios de comunicación.
El gentío entraba y salía, pero dentro se sentía la solemnidad del momento. Fuera de la enorme carpa, la vida alegre de la gente común seguía, familias enteras sentadas en las esquinas, montones de mujeres, niños corriendo y saltando, y como siempre, cientos de vendedores ambulantes.

Me llamó la atención un grupo de hombres, todos de blanco que desfilaban cantando y portando grandes pancartas que lamentablemente no entendí. Igual que una exótica manifestación...pero nada de objetos arrojadizos, nada de gritos ni consignas...qué harían? El que lo sepa que lo cuente.

En los cafés del mercado no cabía un alfiler. Las terrazas animadísimas con gente del barrio, novios y grupos de amigos fumando shisha y bebiendo té. Tuvimos suerte de encontrar una mesa en el café Fishawi. Allí nos sentamos junto a un tipo de enorme papada que debía ser asiduo del lugar, a juzgar por los efusivos saludos de los camareros.

Al elemento en cuestión, se le iban los ojos detrás de cualquier mujer y empleó parte del tiempo en hacerme señas con las cejas y enviarme silbidos camuflados, no le faltó más que empinarse en la silla para mirar dentro del escote, algo que, por otro lado, ya me ha pasado.

Una mesa se libró y la ocuparon 3 turistas españolas muy simpáticas. Parecían que estaban molidas, las pobres. Me miraron y sin titubear me dijeron en español, oye, pero que calor hace aquí, no?

Entramos en conversación y me miraron con los ojos muy abiertos cuando supieron que vivía en el Cairo. Supongo que el desmadre del lugar, les llevó a la conclusión de que vivir en un sitio como este debía ser cosa de locos. Me contaron su recorrido por el Nilo, las pirámides y los museos, y me confesaron lo mucho que habían sufrido con taxistas y vendedores, siempre les habían timado, se quejaron compungidas. Cuando les pregunté cuánto habían pagado por ciertos servicios, no me quedó más que poner el grito en el cielo.

Y es que las chicas tenían gancho y se les acercaban hasta los gatos. Vendedores de coranes en español, fulares, carteras de piel, collares de jazmín, maquilladoras de henna, limosneras con sus bebés, todos intentaban agarrar la presa, y algunos lo consiguieron.

Entre tanto barullo pasó un limpiabotas y le convenció a P. para darle una pasadita a sus zapatos. Ante nuestros inocentes ojos, le descalzó y se llevó los zapatos a dios sabe dónde. Allí, en la terraza, en calcetines, pensamos cómo llegaríamos a casa si el individuo no volvía...pero volvió.

Cuanto más animada estaba nuestra conversación, una de ellas, la que estaba sentada en la estrecha zona de paso de la gente, se volvió como un rayo y con una velocidad de vértigo le propinó a un muchacho un enorme pescozón en el cogote con un tubo de cartón que llevaba en la mano. Semejante visión nos dejó perplejos. Entonces le espetó en nuestro idioma, tú, sí tú! que me has tocado el culo!!! ahora dí que no me has tocado el culo!!! Me has metido la mano por detrás, cerdo que eres un cerdo!

Todo el mundo se quedó pasmado y el autor de tamaña fechoría se agarraba el cuello con la cara roja de vergüenza mientras su familia le miraba atónita sin entender qué pasaba. En segundos, todo regresó a la normalidad y la chica, que no parecía afectada en absoluto, nos explicó que ese tubo lo lleva siempre consigo para estos casos. Oye, que alguien te da un mal precio o te lleva la contraria, ZIS, ZAS, y aquí no ha pasado nada.

De vuelta a casa, me costó encontrar a un taxista razonable. Los que esperan en el recinto a que salgan los turistas están acostumbrados a cobrar mucho más de lo que marcan las tarifas "verbales" y te hacen conversiones imposibles de libras a euros. Lo mismo les da 8 que 80, así que como no teníamos nada con que repartir pescozones, anduvimos unos metros y paramos a uno en una calle alejada del turismo. Si no queréis engaños, os lo recomiendo, lo del tubo, digo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Saqqara y Menfis sin guía, ni perrito que te ladre.


La primera vez que visité las pirámides de Giza lo hice con un guía. El viaje que me condujo a aquel encuentro tan largamente esperado, me llevó por una singular autopista, que poco o nada me interesó. Edificios destartalados, un par de burros, algún carro, pero nada más que ver. Cuando ya me había confiado en que eso sería todo, las vi. A lo lejos, imponentes, difuminadas en un cielo brumoso de contaminación y vapores. La impresión me sacudió la modorra de golpe y me mantuvo el resto del viaje bien alerta para no perder ripio.

Cuando por fin llegué a sus pies, vaya conmoción. Tengo que deciros que no es que esperara encontrarme a solas con Kheops, en mitad del desierto y en el silencio más absoluto, no, pero tampoco esperaba toparme con hordas de turistas de pantalón corto y chancleta, vendedores políglotas que sin darme tiempo a respirar me colocaron todo tipo de tocados beduinos y collares, y camelleros que me tiraban de la manga y de donde podían, para convencerme de que el mejor modo de recorrer aquel increíble fragmento de historia era a lomos de un pobre animal desdentado. Como veis, aquel tú a tú con los faraones tuvo su intríngulis.

Reconozco, después de todo, que la grandeza de estas construcciones, supera el peor entorno y que la visión de las pirámides me dejó literalmente con la boca abierta. Miré hacia arriba y no pude contener la emoción cuando toqué con mi mano uno de esos enormes bloques de piedra caliza que proyectan la pirámide hacia el cielo. Me dieron ganas de apoyar la mejilla y lo hice, entonces sentí deslizarse la arena caliente por el rostro e inmediatamente me retiré para no perturbar el sueño de miles de años.

Mi guía me sacó rápidamente de mi ensimismamiento. El tipo, que era un plasta de cortar, se sabía de memoria el parlamento que iba a soltar y me llevó por todo el recinto a rastras y escupiendo millones de datos que no me revelaron nada nuevo y que no me dejaron ni un minuto de tranquilidad para poder mirar y disfrutar de aquellas maravillas. Así que la experiencia me dejó un ligero regusto agridulce.


Pues dicho esto, ayer salí de nuevo de excursión y comprobé, como siempre, lo estupendo que es viajar por tu cuenta. Uno puede elegir los compañeros de viaje, el horario, la ruta, el tiempo que estará y los lugares que verá. Un lujo en estos tiempos donde nada queda de los antiguos viajeros y exploradores del mundo, aquellos que salían en expediciones a recorrer el mundo durante años y veían los lugares en versión original.

Los destinos elegidos fueron la necrópolis de
Saqqara y la antigua Menfis, la capital del imperio antiguo. Salimos dejando la autopista, que es el trayecto más corto, pero menos interesante y nos fuimos por una pequeña carretera que discurre a la par del río y que va atravesando pequeños asentamientos.

El paisaje es precioso, se notan las bondades de las aguas, todo está muy verde y lleno de cultivos. El río, que no abandona el camino, le aporta muchísimo romanticismo al entorno. Parece mentira que ese vergel esté a unos minutos de esta macro ciudad.

Por la estrecha carretera y a la par de los coches circulan, como si nada, varios camellos, unos de paseo y otros cargados con enormes hojas de palmera. Un chiquillo a lomos de una mula pequeña va dando tumbos en todas direcciones y pone al resto en apuros. Parece un diablillo, jaleando a la perezosa mula para que se ponga al galope.

El camino recorre extensas plantaciones de palmeras datileras. Los frutos cuelgan de enormes racimos, algunos de color marrón intenso que indican estar listos para la recolección. Varios hombres, colgados a muchos metros de altura, empiezan la cosecha de los más maduros. El ambiente es muy alegre, se oye el alboroto de los niños nadando en el río, de las mujeres lavando la ropa, y se ve a gente descansando a las puertas de sus casas, que nos saludan animadamente con las manos.

Y pronto llegamos a la necrópolis de Saqqara, con su imponente pirámide escalonada. La temperatura era alta, pero soplaba un viento agradable que hacía soportable el calor. Además el lugar estaba tranquilo, sólo unos cuantos visitantes repartidos por el área y otros pocos vendedores sin mucho arranque.

Después de la visita, seguimos camino a través del desierto y nos acercamos a cuanta pirámide encontramos en el camino, la acodada de Seneferu, la roja, la negra de Amenemhat III. Y estuvimos solos, sí, habéis oído bien, solos.

De regreso subimos y bajamos toda clase de montículos, dunas, terraplenes y toboganes de arena. Las sacudidas eran tales que podías sentir como se te movían las entrañas. Todo nuestro organismo se tuvo que recolocar de nuevo, no se si en su sitio o no, pero yo, que me había estado quejando del estómago toda la semana, de repente me curé. Supongo que el órgano en cuestión, decidió portarse bien con tal de no verse sometido de nuevo a semejante medicina.

Viajar de esta manera, tiene su miga. El próximo día más.

jueves, 4 de septiembre de 2008

del Hiyab: el velo islámico, y de otros pañuelos...

La costumbre de la mujer musulmana de cubrirse el pelo, es uno de los temas que más críticas levantan en el mundo occidental. Unas veces cargadas de razón y otras de desconocimiento.

Es un hecho comprobable que el uso del hiyab en Egipto ha experimentado un aumento importante en los últimos veinte años. No hay más que mirar en los álbumes familiares para darse cuenta de que hace 30 años era de uso minoritario.

Hoy en día, las calles están llenas de cabezas cubiertas con pañuelos que, a veces, parecen tener más que ver con una cuestión de moda que con arraigos culturales o religiosos. Los hay de diferentes tejidos y estampados, algunos firmados por las grandes casas de moda y que combinan con el resto de la indumentaria.


Los tirantes finos, cuellos halter, escotes y minifaldas no son algo desconocido para las chicas de El Cairo, y por supuesto los usan, pero superponiendo prendas. Para el que no se haga una idea de lo que es esto, el ritual comienza con una camiseta de lycra de manga larga, que cubre brazos y cuello, encima, el vestido escotado, que puede ser hasta de noche, y si es corto, debajo, pantalones. Aunque esto, nos parezca complicado o antiestético, os diré que algunas tienen una gracia especial para estar guapísimas con este difícil guardarropa.

Hace unos meses conocí en Alejandría a una elegante señora que a juzgar por las fotografías que tenía en su despacho, había tenido una viva social de altos vuelos. En muchas de ellas aparecía con la esposa del presidente Mubarak. Señoras muy peripuestas, vestidas de Chanel y con el pelo bien arreglado. Se sonrió algo compungida y me dijo, esos eran otros tiempos, ahora, ya ves, tenemos que llevar esto (y señaló su hiyab).

Esta es una mujer que, obviamente se siente presionada y representa el sentir de una generación. Del otro lado están aquellas jóvenes que han elegido el velo de forma voluntaria. En contra de lo que podríamos pensar, no son sus padres o maridos quienes han introducido el hiyab en casa, sino ellas mismas y además se lo han transmitido a la madre y abuela. Si les preguntamos por qué, dirán de todo, soy una buena musulmana, quiero volver a mis tradiciones, me siento más segura y muchas de ellas ni sabrán los motivos. Pero lo que todas ellas sienten por igual, es el rechazo a estar siempre en el punto de mira de occidente y ser, además, tema de debate. Estas mujeres no quieren compasión, quieren respeto y lo que en ningún caso aceptan es que se les impongan patrones de comportamiento occidentales, no les sirven. Aspiran a resolver sus problemas, que son muchos otros, desde dentro.

Del libro "El Cairo en los zapatos" de Elizabeth Anglarill, editorial Flor del Viento, extraigo un par de párrafos que me resultan interesantes y que me aportaron luz y sombras.

"Para la clase popular es una forma de vestir vacía de sentido, para las clases altas tiene un componente simbólico" por ejemplo en Marruecos será interpretado como un mecanismo de resistencia cultural por una sociedad permanentemente agredida por la ocupación europea. Así, aunque es cierto que el uso del hiyab era el resultado de la rígida división de sexos, no lo es menos que colaboró en la terquedad de su uso el que el ocupante quisiera, a cualquier precio, desvelar a las mujeres".

La médico y antropóloga egipcia Sihem Abu Salam:
"Algunos dicen que el velo es la liberación femenina, así pueden salir de casa, trabajar...por qué no hacen esto sin el velo? Ellas no lo eligen, se ven empujadas a ello cuando todo el mundo las amenaza, noche y día o encuentran carteles en la calle que dicen el velo es religión" Y luego el viernes el cheij durante la plegaria insulta a las mujeres no veladas, eso no es elección, las están amenazando. Vemos a la mujer con velo y su marido con tejanos, camiseta...por qué no se ponen la galabiya? La explicación es que las mujeres están contempladas como símbolos de la nación. En todas estas prácticas las mujeres no están tratadas como seres individuales, sino como símbolos"


Personalmente, ahondar en el tema me produce una cierta confusión. Cuando llegué al país, tuve que hacer un gran esfuerzo para sacar todos los estereotipos acumulados con los años y las horas de radio y televisión. Y es que, la realidad que vi era diferente,y me encontré con que detrás de todas esas mujeres veladas, que eran muchas, se escondían caracteres de hierro que me decían que poco tenían que ver con la sumisión.

Así que hoy, sigo buscando, con la única pretensión de entender, pero sin buscar un único bando, sería imposible en un asunto tan complejo. Hay que aceptar un abanico de posibilidades, que van desde la religión, hasta la moda, pasando por la rebeldía.

A veces me siento a mirar el Nilo, como ahora y pienso en nuestras costumbres, cómo las aceptamos, se asientan y evolucionan, y esto me ayuda mucho a entender al prójimo, por ejemplo: Por qué practicamos top-less, o estamos extremadamente delgadas, o por qué el boom de la cirugía estética, y qué sentido tienen afirmaciones tales como que las mujeres a partir de los cuarentaytantos deberían cortarse el pelo...como veis, hay otros pañuelos y casi siempre diseñados para chicas. Qué alguien me cuente.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Ramadán en El Cairo


Hoy ha empezado el Ramadán, B. me lo recordó. Esta mañana temprano, llegó a casa para recoger unos papeles y la vi sudorosa, con cara de cansancio matutino, así que le pregunté si quería beber algo. Me miró desde el sofá con cara de resignación y me explicó que practicaba el ayuno...,no come y no bebe,me dijo, desde que sale el sol hasta que se pone.

El Ramadán dura un mes y lo practican todos los musulmanes. Es una época para rezar, meditar, reunirse con la familia y sobre todo para la caridad, para compartir con el que menos tiene.

El ritmo diario se para, los horarios de tiendas y oficinas se acortan y la gente vive de noche, la mayoría pegados a la tele, sin perder detalle de la programación especial de telenovelas que les mantiene despiertos hasta el alba.

Hoy, en el primer día de ayuno, he sentido el peso que tienen millones de personas haciendo algo de manera conjunta. Cada vez que me acercaba distraidamente a la nevera a coger un trocito de algo, léase, chocolate, queso, galletitas, me entraba un remordimiento tremendo pensando en todos aquellos que con caras desnutridas esperaban la caída del sol sin nada que llevarse a la boca, y me veía obligada a renunciar a tales caprichos.


Lo mismo me ocurrió cuando llegó la hora de la comida y me dispuse preparar un riquísimo arroz con champiñones. Lavé, corté y rehogué todo de manera sigilosa y por supuesto con puertas y ventanas cerradas, pensando en el efecto que causarían tales aromas en un vecindario que yo consideraba literalmente al borde del desmayo.

Cuando apenas faltaba media hora para que oscureciera, salí a pasear llena de curiosidad y me encontré con una ciudad desconocida. Grandes avenidas, normalmente colapsadas por el tráfico estaban vacías, apenas había peatones y toda esa gente, que día y noche se sienta en las aceras había desaparecido. Me sorprendió la calma, pero me dicen que es la hora en la que todos están en casa, esperando el momento de romper el ayuno e iniciar el ritual de la cena comiendo dátiles.

La solidaridad con el prójimo es lo único que ves en cada esquina, personas que te ofrecen generosamente una bebida de dátiles, agua o comida. En varios callejones se han colocado largas mesas comunales donde todo esta preparado para recibir a los comensales que van llegando, me conmueve ver que hasta los gatos callejeros participan del festín.

El ambiente hacia las nueve de la noche sigue tranquilo en el barrio y las mesas ya están recogidas. De vuelta a casa me cruzo con una familia de turistas sajones bastante despistada. Las niñas, adolescentes, capturan las miradas de propios y extraños, vestidas con extra-mini-shorts que dejan medio trasero al aire y cinturones anchos de lentejuelas...Y yo me pregunto, la gente no sabe nada de las costumbres de un país o no quiere saber?.

Ramadan Kareem para todos los musulmanes.