Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

jueves, 19 de noviembre de 2009

El fútbol, una poderosa arma de "distracción" masiva


Las horas que precedieron al partido entre Egipto y Argelia fueron de euforia colectiva.

Las calles se llenaron de hinchas de todas las edades y condiciones. Autobuses con niños que gritaban enloquecidos azuzando a cuantos se encontraban a su paso, mientras ondeaban, con medio cuerpo colgando por la ventanilla, la bandera del país.
Conductores febriles, pegados al claxon en una suerte de melodía aguda, repetitiva y jaleadora que enloquecía a medida que se acercaba la hora, viandantes cómplices, todos eran uno.

Pero el escenario cambió radicalmente al inicio del encuentro y todo quedó dormido.

Cuando volví a salir, a eso de la mitad del partido, me encontré las calles desiertas. No había coches, ni gente, todo estaba en un extraño silencio que no había visto ni en época de Ramadán.


Caminé por la calles y en algunas esquinas me encontré con grupos de tenderos, soldados y bauabs, sentados en el suelo, algunos en las pequeñas alfombras que usan para rezar, mirando pasmados una pequeña televisión llena de interferencias, o la diminuta pantalla de un teléfono móvil. Serios, taciturnos, en un extraño silencio. Argelia había metido ya un gol y la cosa no estaba para hacer fiestas.

Fui recorriendo las calles sorprendida por el drástico cambio de humor y el derrotismo. Nunca me hubiera imaginado que en un país con tantos problemas, sobre todo de subsistencia, se pudiera tomar tan a pecho una actividad que despista más que alimenta.

Y así llegó el final del partido, en silencio, sin coches, ni claxones, sin alegrías.
Muy diferente a la delirante toma de calles que acompañó al primer encuentro en el que Egipto salió ganador y a la trifulca que se desencadenó entre los seguidores de los equipos rivales que llevan décadas de enfrentamientos violentos.

Y como suele ocurrir en estos casos, de la disputa futbolera, se pasó a la diplomática.

Las relaciones entre ambos países están más que alteradas. Después de la agresión de la semana pasada contra el equipo argelino a su llegada a El Cairo, que se saldó con varios
jugadores heridos, llegó la réplica en Argelia donde fanáticos destrozaron empresas egipcias con representación en el país, motivo por el que el embajador argelino ha sido llamado para dar explicaciones.

Esta mañana, en mi paseo matutino, he pasado junto a la embajada de Argelia. El despliegue policial era tremendo, con varios grupos de policías con escudos protegiendo las entradas a la calle. Les he mirado con curiosidad, algunos estaban como de fiesta, otros con cara de susto y la mayoría, mirando al tendido, lo que es habitual.


Está visto que el fútbol desata pasiones y aunque no alimente, ni cubra necesidades, ni evite penurias, las disfraza por un tiempo. Un tiempo, en el que ni siquiera pensamos lo que pasa con nuestro país. Es, sin duda, una poderosa arma de "distracción" masiva.

domingo, 8 de noviembre de 2009

De tiendas por Taalat Harb.


Un paseo vespertino por Taalat Harb, una de las principales arterias comerciales de El Cairo, es una de esas experiencias que recomendaría al viajero curioso, al que disfruta mezclándose entre el gentío y observando sus costumbres.

El lugar es un hervidero, un intenso ir y venir de gente en medio de una gran
actividad comercial. Hay cientos de tiendas reclamando la atención con letreros de neón cegadores, vendiendo todo lo que existe y lo que creemos que no existe.

Junto a ellas, compiten los vendedores callejeros con sus puestos de cinturones , pijamas, calcetines o calzoncillos y por supuesto, aquellos avispados que ofrecen las más locas novedades traídas de China.

Disfruto mirando los escaparates, a veces desmedidos, de dos y tres pisos; las tiendas de bolsos de Cuchi, Arnami y Pior, que despiden un intenso olor a plástico barato. Las zapaterías en hilera con modelos chillones de charoles imposibles rojos, verdes o amarillos, sandalias de purpurina, cristal y plumas de marabú, todo, delirio de algún fabricante fetichista.

Las tiendas más singulares son las que venden ropa "íntima". Los modelitos, expuestos en maniquíes, son tan audaces que harían las delicias de cualquier cortesana. Pero si echas un vistazo al interior, no esperes encontrarte a una de ellas, no, las mujeres que compran este tipo de prendas, son las mismas que pasean por la calle escondiendo su apariencia bajo varios velos.

Junto a estas, como la otra cara de la moneda, están las tie
ndas de abayas y niqabs, cada vez más frecuentadas, según me comenta el dueño de una, mientras intenta venderme una abaya que por cierto necesitaré. Me dice que el uso del niqab aumenta diariamente y que ahora está vendiendo más de mil prendas a la semana. Cuando le pregunto a qué se debe este fenómeno, se ríe pero no dice nada, seguro que ni lo sabe.

Salgo de la tienda y antes de regresar, todavía hay que cumplir con un ritual, beber una cerveza fría en el Café Riche, en el número diecisiete, uno de los lugares más antiguos y emblemáticos de El Cairo.

Sentada junto a la ventana, veo pasar a un grupo de amigas con niqab y recuerdo que una bloguera egipcia y activista pro derechos humanos, Dalia Ziada, contó en un post que se quedó impresionada la última vez que visitó Alexandría, porque se encontró
con que muchas mujeres estaban usando el niqab, incluso las de su propia familia. Cuando les preguntó la razón, se mostraron convencidas de que ese era el aspecto que debía tener una buena mujer musulmana. Alguna fue más lejos y comentó que "para mostrar mayor gratitud a Alá, el creador de nuestros maravillosos cuerpos, debemos cubrirnos desde la cabeza hasta la punta del pie con tres capas". Cuando Dalia les preguntó quién decía eso, salió el nombre de un Sheikh que tiene un programa en uno de los canales de TV más populares de Egipto.

Pensé en la suerte del comerciante y en la repercusión de esta propaganda ni pedida ni pagada. Ya en la calle fui contando, uno, dos, tres, cuatro...hasta llegar a ciento veinticuatro al final del corto trayecto.



lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuatro minutos y cien metros.

Bajo a la calle y camino unos metros pasando por la primera caseta de policía. Nada más verme, los tres mangarranes ojerosos y flacos, sacan la cabeza por el estrecho ventanuco e intentan aspirarme con sus labios, es lo de todos los días.

Paso a la acera contraria sorteando un tráfico imposible y camino sobre un arenal que se ha ido formando por las obras que empezaron hace más de un año y que parecen delirio de faraones. Me cruzo con los vigilantes, sentados junto a la valla de hojala
ta con las piernas estiradas y las manos calentando la barriga. Me miran de arriba abajo escudriñando cada ojal de mi camisa.

Apenas unos metros adelante, paso la segunda caseta de guardia con la mirada fija en el suelo, tratando de no hacer contacto visual y cuando por casualidad me doy la vuelta, sorprendo a los policías medio escondidos haciéndome fotos con el móvil. Me resulta desagradable y no se me ocurre otra cosa que meterme entre una hilera de árboles para alcanzar, sin ser vista, la siguiente esquina
.

Allí un chaval pasa en bicicleta, haciendo malabarismos con una enorme tablón lleno de panes sobre su cabeza. No me mira a la cara, no sabrá si soy joven o vieja, rubia o morena o si tengo bigote y barba. Está tan descaradamente concentrado en el escaso escote que llevo que se le va el manillar, la rueda to
pa con la acera y pierde el equilibrio. En un segundo, el tablón se desnivela y los panes ruedan por la calle. Festín de gatos.


Pero esto no ha acabado. Todavía me queda pasar por delante de la escuela y veo que los niños juegan fuera. El alboroto es tremendo, se zarandean y empujan como si fueran de trapo, alguna veces hasta se zurran, pero parece que es parte del juego. En cuanto me ven pasar, corren hacia mí curiosos y ponen en práctica su inglés, hello, what´s your name? es como siempre, sólo que esta vez se me acerca un grupo de unos 12 o 13 años que me rodean y me tiran sin parar del jersey, sigo caminando y uno de ellos me empuja por la espalda, son tantos que casi me asusto. No paran hasta que me ven con cara de pocos amigos, entonces gritan "sorry" gesticulando con las manos.

Hace tan sólo cuatro minutos y 100 metros que he dejado mi casa y esto que cuento es lo que vivo de una manera u otra varias veces al día, además es lo habitual para muchas otras mujeres. Las estadísticas dicen que el 83% de las egipcias y el 98% de las extranjeras sufren acoso sexual en la calle y en el transporte público y el 62,4 % de los hombres reconocen ejercerlo.

El Centro Egipcio para los Derechos de las Mujeres (ECWR) publicó en el 2008 un estudio titulado "Nubes en el cielo de Egipto". A partir de su difusión, se han promovido campañas de concienciación y educación contra el acoso.

Esperemos que esto sirva para que el futuro pinte mejor y haya menos carreras de "cuatro minutos y 100 metros".