Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

jueves, 9 de agosto de 2012

celiaruizblog, el nuevo BLOG


Queridos seguidores, lectores ocasionales y espíritus curiosos que todavía os pasáis por aquí,

después de varios años contando en la red mis experiencias como expat en diferentes países, ha llegado la hora de abrir un blog central que albergue todos los proyectos que he tenido hasta la fecha y que estaban hasta ahora dispersos, me refiero a este espacio Cuadernos de Cairo, Cuadernos de Colonia y Artes y Tradiciones de México.

Este nuevo y definitivo blog está ya activo y su dirección es www.celiaruizblog.com. En él continuaré escribiendo regularmente. Pero no sólo encontraréis los nuevos artículos, también podréis consultar el archivo de todo el material que escribí sobre Egipto, Medio Oriente, Alemania y México, además tendré próximamente nuevos posts relacionados con esos países en los que viví tanto tiempo.

Por eso todos los blogs serán redireccionados hacia www.celiaruizblog.com en los próximos días. Así que os pido que actualicéis vuestras suscripciones para no perderos de vista, sería una lástima después de tantos años acompañándome.

¡Nos vemos!

jueves, 8 de julio de 2010

Regreso de los Cuadernos, pero de Colonia.

Después de tanto tiempo, hoy, por fin, he conseguido sacar adelante el primer post de mis Cuadernos de Colonia.
Lo que contaré de estas tierras, quizá no sonará tan exótico como el Medio Oriente, pero os aseguro que también tiene su "miga".

Un abrazo para todos y hasta pronto.

Cuadernos de Colonia

viernes, 19 de marzo de 2010

Hasta la vista, Victoriosa!

Me di cuenta de que de verdad me marchaba cuando vi entrar en mi casa a aquel grupo de desconocidos en uniforme azul y logotipo estampado en el pecho.

Uno detrás de otro los vi pasar, arrastrando cajas, rollos de papel blanco, plástico de burbuja y muchos, muchos metros de cinta selladora.

Por dónde quiere que empecemos madam? La pregunta me sonó a pistoletazo de salida y no acerté a darles más que un par de instrucciones obvias. Ya sabía lo que se avecinaba, en cuestión de horas no quedaría rastro visible de los últimos dos años de mi vida. Suspiré concentrándome en una última e intensa mirada a mi alrededor.

Sin mediar más palabra se pusieron manos a la obra, abriendo uno y otro armario, recogiendo y embalando todo a velocidad de vértigo, mientras yo me movía a su ritmo, buscando nuevas posiciones desde las que controlar que las cosas más importantes se empaquetaran bien y no se hicieran añicos al primer empujón.

Descubrí que cuando estaba presente, aquellos muchachos, que me miraban de reojo, se afanaban de lo lindo en hacer de su trabajo un arte, pero si me despistaba, aunque fuera un minuto, se apresuraban en envolver rápidamente y de cualquier manera lo que tuvieran entre manos como si estuvieran ocultando algo, que de ningún modo podía ser descubierto.

Los dos primeros días transcurrieron con una relativa calma, había suficientes muebles como para dar trabajo a aquella insaciable tropa y mantenerla tranquila. Pero el último día fue agotador, había que asegurarse de que todo estaba listado en las cajas y que nada se quedaba en tierra, con lo cual les tuve todo el día febriles pisándome los talones con un "y esto también, madam?

Y así llegó el día en el que desaparecieron el salón y los dormitorios, las alfombras, la terraza y las plantas, de pronto no había nada que comer, ni beber y tampoco toallas en el lavabo.

No sé por qué no sentí nada cuando vi las enormes pilas de cajas que llenaban todas las habitaciones. Supongo que a fuerza de cambios y de tener que afrontar nuevos y desconocidos retos, he aprendido a controlar la tremenda emoción que puede ocasionarte un cambio de entorno.

Salí a la terraza y miré de nuevo el Nilo y lo sentí como la primera vez que lo vi, como si su ritmo pausado se hubiera llevado parte de mi historia.

Y esto fue lo último que quise quedarme bien grabado en mi mente.

Bajé a la calle como cada día, acompañada de un intenso olor a comino que se escapaba por las puertas. Mohamed, mi querido bauab, se levantó enderezando su espalda a duras penas y me abrazó, sin ocultar las lágrimas ni la pena del momento. Uno detrás se otro se fueron despidiendo los coleguitas con los que compartía banco, té y charla todos los días, aquellos que siempre me daban al unísono los buenos días. Y este fue el final.

Ahora os escribo desde Colonia, ciudad alegre de fríos inviernos y talante mediterráneo, atravesada también por un poético río, el Rin, que parece dar continuidad a mi vida junto al otro que tan cerca tuve, el Nilo.

Y recuerdo El Cairo y lo hago a través de mis cuadernos, como vosotros. Supongo que cuando pase el tiempo, seguiré viniendo para recordar con cierta nostalgia aquello que viví y que me impresionó profundamente. Pero lo mejor de todo es que me encontraré con vosotros, los que tuvisteis el interés de seguirme y de hablarme y también sentiré la huella que dejaron todos los que pasaron tantas veces en silencio. Los cuadernos son por eso, de todos.

Y como esto no quiere ser una despedida, nos veremos pronto, muy pronto, con otras historias, esta vez algo más frías, sin olor a comino, pero efervescentes, con espuma de cerveza y con un delicioso gusto a codillo y mostaza. Así que, hasta muy pronto!

lunes, 15 de febrero de 2010

Khan el-Khalili y el valor de las cosas.

El otro día volví a Khan el-Khlalili y como siempre me deslumbró el alboroto que reina en sus callejones, ese ir y venir de gentes y las voces de los vendedores que a gritos te hablan en todos los idiomas intentando descubrir tu origen, "¿espaniola, espaniola? hola hola Coca-Cola".

Cuando ya me habían pasado por la cara una cantidad considerable de absurdos objetos que debía comprar y me habían hecho varias propuestas matrimoniales, ninguna a considerar seriamente, llegó el momento de escapar de aquel hervidero, pero a dónde?.

Dejando la calle principal el ambiente es otro y aunque también bullicioso, como cualquier lugar en El Cairo, hay menos turismo y mucha vida de barrio. Aquí nadie te gritará, tocará o hablará en tu idioma y podrás concentrarte con todos los sentidos en la peculiar vida cotidiana que fluye entre callejones.

Es un buen lugar para comprar en los talleres artesanales que surten al bazar. Te dará un ataque cuando veas los precios y comprendas que la ganga que creías haber comprado cien metros atrás, no es tal y que has pagado por ella hasta cinco veces más su precio.

En estos barrios, los comerciantes hablan poco o nada de inglés y aunque tendrás que entenderte por señas, saldrás airoso, el lenguaje de los dedos es universal...5 dedos, 5 libras.

Y escapando de aquel tumulto llegué a una pequeña tienda de objetos antiguos, destartalados. No había nada que estuviera completo, a todo le faltaba algo, pero el propietario que debía ser de lo más creativo, enderezaba, montaba y atornillaba unos con otros, dejando piezas de diferentes estilos, materiales y épocas.

El vendedor comprendió que yo era su oportunidad y no estaba dispuesto a dejarme escapar, así que se puso a cocinar un té que no hubo manera de rechazar sin armar un conflicto alcance desconocido.

Me senté a esperar en aquella especie de cueva de Alí Babá y recorrí una y otra vez las estanterías intentando descubrir algún objeto completo cuyo valor hubiera pasado desapercibido a su propietario.

En el tiempo que me llevó tomarme aquella bebida hirviente, me dio tiempo a encontrar un par de piezas con una gracia tan especial que quise comprarlas.

Al hombre, simpático y buen negociador, lo mismo le daban 5 que 50 y calculaba unos precios que, válgame el cielo, hasta risa daban. Lejos de rendirme, decidí luchar y me enredé en un largo combate de regateo.

Después de interminables negociaciones, teatro e incluso de salir de la tienda en dos ocasiones hasta que el vendedor volvió a buscarme, logré hacerme con mi trofeo.

Llegué a casa y miré aquellos objetos embelesada. Charlé con P. largo y tendido y pensé si habría pagado un precio justo o no. El calorcito de la incertidumbre me recorrió el estómago, pero decidí ignorarlo.

Los miré de nuevo con regocijo y recordé lo que alguien dijo una vez: "si algo que has comprado es capaz de sacarte una sonrisa, su valor es mucho mayor que el precio que has pagado por ello".

Y sí, aquella historia había merecido la pena.

domingo, 7 de febrero de 2010

Peluquero de hombres.

Mi barrio, además de estar lleno de comercios de lo más variopinto, está bien surtido de pequeñas peluquerías, la mayoría para el público masculino. Los que me seguís habitualmente, sabéis que con sólo nombrar el término peluquería, se me ponen los pelos de punta y que desconfío de todo el que tenga unas tijeras en la mano, sobre todo si se dice llamar "hairstylist".

Pero por fortuna, esta historia no va de mis fatales experiencias con este gremio, sino de las de otros.

Hace ya algún tiempo, al bueno P. se le ocurrió cortarse el pelo en el barrio. A los más curiosos les diré que cuando salió de aquel lugar olía a aceites de indescriptibles e intensos aromas y tuve que mantenerme a una distancia más que razonable para no perder el sentido. Como siempre soy muy solidaria con el dolor ajeno, traté por todos los medios de convencerle de que aquello no estaba mal del todo y de que el pegajoso perfume que todo lo impregnaba, se le iría en un plisplás

Así quedó la cosa y no se habló más del tema. Pero claro, aquel pelo comenzó a crecer dejándose ver el corte en toda su plenitud y el pobre de P. comenzó a transformarse en alguien más parecido a Cristóbal Colón en sus tiempos de descubridor o como mi madre hubiera dicho, a un macero real, pero de los de hace varios siglos.

No lo creeréis, pero hicieron falta varios meses y un par de cortes, para que aquella especie de pelo-casco pasara de nuevo al mundo terrenal y lo más importante, al presente siglo.

Desde aquel día, el barbero en cuestión, que siempre está apostado a la puerta del local, le jalea en cuanto le ve pasar, pretextando que el pelo ya necesita un arreglo. Desde la distancia y con una enorme sonrisa de tú-a-mí-no-me-pillas-más, le dice noooooooo y el hombre, sentido donde los haya, se queda con cara de incomprensión y desamparo.

Pero ayer, incomprensiblemente, P. decidió visitarle de nuevo. No para un corte de pelo, que hubiera sido el colmo de la osadía, sino para un retoque de su bigote y barba. En este asunto no se puede equivocar mucho, me dijo convencido.

La idea me encantó y me pegué a su lado para desvelar los entresijos de aquel local por el que paso todos los días y en el que ronronean tres empleados, al parecer hermanos.

Por suerte, aquello de "sólo hombres", no contaba en el local y me invitaron amablemente a esperar en un sillón de escay destartalado, cuyo relleno de espuma se desbordaba por cada una de las esquinas como si fuera a explotar.

Me fije en los espejos, grandes y desangelados y en una escasa repisa repleta de productos femeninos, pero utilizados en clientes masculinos. Botes de laca y tintes de la marca "Áfricafashion", varios tubos de peeling "freewoman" en aroma fresa, limón y sandía, algunos frascos de crema "sensitive" mal cerrados, cera, gomina, aceite hidratante "Shahrazad" y no sé cuantas cosas más.

Por la pared bajaba el tubo de goma del aire acondicionado que llegaba a descargar el agua a un bote vacío de suavizante para la ropa que habían colocado entre las piernas de un cliente.

Lava cabezas no había, pero sí un destartalado aparato antiguo para hacer tratamientoshidratantes de vapor, de donde habían colgado un par de ambientadores, que me imagino soltarían entre vapores todo su aroma, dejando al pobre cliente ligeramente aturdido.

Unas cortinas de plástico llenas de lamparones, separaban la primera salita de una segunda, que todavía daba más miedo. Por todo mobiliario llegué a advertir una mesa de plástico y varias sillas blancas con una capa de una espesa mugre negra.

Y aunque el panorama os pueda parecer desolador, os diré que el ambiente era de lo más simpático, con una tele colgada del techo que nadie miraba aunque emitía ruidos y varios clientes de la zona, al parecer también expatriados, esperando turno. Sí, habéis leído bien, esperando turno, porque aunque cueste creerlo, el lugar es uno de los más frecuentados del barrio.

Y es que esta ciudad te enseña avalorar y medir las cosas de otra manera, a relativizar hasta que todo se vuelve normal, natural. Es inteligente y necesario para adaptarse y convivir.

Y la barba? impecable. Si ya lo decía él...en este asunto, no se puede equivocar mucho.

martes, 26 de enero de 2010

Zapatos, sofás y el arte del regateo.

El otro día llegó el tapicero a casa.

Le precedieron las largas punteras de sus zapatos. No sé si se trata de una moda pasajera o por el contrario, de una tradición bien arraigada, pero no hay egipcio que se precie que no calce un híbrido, digamos entre zapato y babucha, de una longitud tal, que la puntera se ondula con el uso y los pasos se transforman en zancadas de siete leguas. A parte de esta característica típicamente cairota, al zapato de Abdel Aziz le acompañaba otra, el polvo indómito de esta metrópoli ganada al desierto.

Pobre hombre, pensé, allí quieto en la puerta, ajeno a la radiografía que hacía de su vestimenta. Me avergoncé de mi descaro y sin mediar palabra, le dejé pasar.

La pobre M. tuvo que hacer de traductora porque no encontrábamos un idioma diferente del árabe en que pudiéramos entendernos. Así que él y yo, yo y él, los verdaderos interlocutores, ni nos mirábamos y a pesar del escaso medio metro que nos separaba, nos lanzábamos los mensajes a través de ella como si no estuviéramos presentes.

La cuestión era tapizar un sofá que la buena de Gorbea, mi perrahuevona, había utilizado de cama cada vez que la vigilancia en casa se relajaba.

Lo miró un par de veces de arriba abajo, tocó aquí y allá y al final, con el morro fruncido, como si esto ayudara a hacer mejor el cálculo, nos sorprendió con un: "1500 libras". P, otro amigo presente en la negociación que conocía bien sus precios, le hizo un gesto de negación con la mano que todos entendimos y exigió la tarifa habitual.

Abdel Aziz argumentó largamente el motivo por el cual mi sofá sería el más caro de cuantos había hecho anteriormente y como no pasé por el aro, más por cabezonería que por dinero, se marchó airado dándonos con la puerta en las narices.

Mientras nos tomábamos un café en la cocina y decidíamos dónde comprar la tela y sobre todo, dónde encontrar un sustituto, sonó el timbre y ahí estaban de nuevo sus empolvados-zapatos-babucha, esta vez, con una oferta mejor, pero nada que fuera su tarifa oficial. Así que a pesar del intento, tampoco esta vez coló y la puerta volvió a cerrarse.

Pero como no hay dos sin tres, después de unos diez minutos el timbre sonó de nuevo y apareció el hombretón, que sin mediar palabra se disponía a desmontar el sofá con decisión, pero sin herramientas y lo más importante, a hacer el trabajo por el precio que realmente costaba.

Tengo que confesar que jamás hubiera esperado semejante reacción, el hombre parecía más duro que el acero y jugaba el papel de "indignado" de una forma bastante creíble. Llegados al acuerdo y lejos de tomar aquella "negociación" como un fracaso, Abdel Aziz se mostró encantado con el nuevo pedido.

Entonces me di cuenta que el regateo es un arte y además un juego, un juego con misteriosas y desconocidas reglas que jamás llegaré a entender.


*Foto: tejado del cairo islámico, con sofá y terraza con vistas.

domingo, 17 de enero de 2010

El Cairo, lo inverosímil es cotidiano.

Después de varias semanas fuera, ayer tocaba una escapada al supermercado para normalizar la vida doméstica y surtir con alguna alegría mi lánguida nevera.

Como era viernes, día de oración, me imaginé que las carreteras estarían más tranquilas de lo habitual y decidí aventurarme al Carrefour del "Dandy Mall", que se encuentra en una zona desértica de nueva construcción a las afueras de El Cairo.

Con un ánimo exultante, me senté en el coche sin más expectativa que la de disfrutar del trayecto y de sus curiosidades. Debo reconocer, que la prolongada ausencia renovó mis ánimos y me reconcilió con esta ciudad, con sus extravagancias y manías. Y como en toda vuelta a casa, la miré con añoranza y fui incapaz de encontrarle defectos que hicieran nuestra relación insalvable.

Miré las calles y no pude evitar comparar el recorrido con el último que hice entre Colonia y Frankfurt, donde todo estaba tan limpio y organizado, que hasta la propia naturaleza parecía estar limitada a crecer entre barreras invisibles, limpia de polvo y broza.

Semejante comparación me causó risa cuando me incorporé a la autopista a trompicones, entre carros tirados por burros, coches que volaban, camiones que bufaban reculando y perdiendo carga e intrépidos transeúntes que cruzaban jugándose la vida, entre un tráfico enloquecido de cuatro carriles que a veces parecían siete y por donde circulaba cualquier cosa que tuviera ruedas o patas. Que aquello pudiera funcionar, se debía a Alá, sin duda.

Y como la velocidad no me dejaba hacer fotos, me abandoné somnolienta a tamaño barullo hasta que mis ojos descubrieron una pareja de hombres que conducían de una manera muy peculiar.

Les miré por detrás, a buena distancia. Iban conduciendo dos motos, que circulaban a la par ocupando un carril de la autopista. Los coches, a velocidad de vértigo, les adelantaban con un enorme vaivén y me pareció que en cualquier momento se los tragaría el tráfico. Esto no debía asustarles, al contrario, parecía que iban de charla como si estuvieran caminando por cualquier bulevar.

Cuando fui a adelantarles, me di cuenta de la situación. Uno de ellos iba ligeramente adelantado y llevaba el motor apagado, sí habéis leído bien, seguramente sin gasolina. Su compañero circulaba remolcándole con su moto, pero no con cables, ganchos o cualquier artilugio apropiado para tal menester, no. El buen amigo, debía serlo, se había arremangado la galabeya hasta la pantorrilla y colocado su pie izquierdo desnudo en la parrilla trasera del otro y con una habilidad manifiesta, iba empujándole con la pierna aprovechando la velocidad e impulso que le proporcionaba su propio vehículo. Me quedé deslumbrada con semejante visión y me llamé de todo por no tener la cámara a mano.

Mientras me volvía para verles la cara, aquella nueva escena cairota había desaparecido de mi vista entre chapas y polvaredas. Aquí la dejo, con palabras, para recordar que fue cierta.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Un carné por puntos, pero de sutura.

Hoy he llegado a casa y me he encontrado a Heba con un ojo morado.

Ayer, en una llamada telefónica ya me había puesto en antecedentes de algún penoso suceso ocurrido el día anterior, pero como no entró en detalles, no le dí demasiada importancia.

Sin embargo hoy, al verla con ese ojo a la virulé, me he temido lo peor y le he pedido que me contara con detalle el percance. Sin hacerse de rogar y entre llanto y mocos me ha desmenuzado los pormenores de una historia que no podía ser más cairota, por lo surrealista, digo.

Para poneros en situación os diré que hace algunas semanas, la buena de Heba, andaba dando volatines de alegría ante la posibilidad de adquirir un coche a través de un préstamo que le iba a dar su tía. Tal era su alegría que se olvidó literalmente, de planchar, lavar y de hacer cuanta tarea doméstica le encomendé.

Conducir no sabía, me dijo, pero estaba dispuesta a aprender todos los misterios que encerrara el caos circulatorio de esta ciudad adalid del "mira-como-hago-lo-que-me-da-la-gana".

Pues bien, el otro día, para ir calentando motores, se había montado en el coche de su tía
con la intención de aprender el funcionamiento de pedales y volante y se había hecho acompañar además, por su prima, su hermana y su hijo de 2 años, .

Mucho público y muy delicado, me pareció para la primera sesión, pero no me pareció momento de andarme con ironías.

Me cuenta que se sentó al volante y comenzó a identificar todos los artilugios de arranque, hasta que por casualidad puso el motor en marcha, con tan mala pata que alguna de las marchas ya estaba puesta y el coche comenzó a circular ante el estupor de todos los pasajeros. Su tía, la experta, le gritó que pisara el pedal del medio para frenar, pero la pobre Heba, horrorizada, no encontró el freno, pero sí el acelerador y lo pisó con tal saña que el coche salió disparado por la avenida metiéndose en el carril contrario y chocando violentamente contra tres coches a los que desguazó.

Que no se llevara a ningún transeúnte por delante, fue la parte buena del asunto, porque me cuenta que la gente gritaba alarmada, mientras saltaban a los lados al ver un coche avanzando sin control.

El resultado fue un ojo digno de un combate de boxeo, cortes en la pierna y unos destrozos económicos a los que no podrá hacer frente, puesto que como tantos y tantos conductores no tenía seguro, todo un drama, me diréis. De la cárcel, me cuenta, se salvó de chiripa, porque fue su tía, que sí tiene el carné, la que se culpó del incidente.

Debo reconocer que la historia me puso los pelos de punta y me recordó otros muchos incidentes que acabaron peor y se llevaron por delante a unos cuantos inocentes.

Y como todo lo que le pasa a un buen creyente, sea ésto bueno o malo, es obra de Alá, nadie se pregunta por responsabilidades terrenales, así que espero que el mismo Dios que reparte suerte, nos proteja de semejantes imprudencias.

jueves, 17 de diciembre de 2009

La Maison Thomas y su idiosincrasia

Descubrí la Maison Thomas* recién llegada a la ciudad, cuando todavía no habíamos encontrado casa y teníamos que buscar cada día nuevos restaurantes que no maltrataran exageradamente nuestros estómagos, poco acostumbrados al cardamomo y al comino.

Desde fuera me recordó a uno de esos cafés antiguos, algo afrancesados que tiene Bilbao, de puertas negras con cristaleras talladas, letreros de bronce y servicio de chaleco negro y delantal blanco.

La primera vez que entré fue más con el pretexto de usar su cuarto de baño que de comer, por eso, en cuanto me trajeron la carta, pedí sin pensarlo una ensalada y pregunté dónde estaba el aseo.

La pregunta con la que me contestó el camarero de ojos adormecidos, me dejó sin palabras,
-Para que lo quiere, madam?
-Cómo que para que lo quiero? le miré extrañada.
-Madam, dijo abriendo los ojos a duras penas, si lo que quiere usted es lavarse las manos, pase por favor a nuestra cocina, pero si va a hacer otras cosas, ahí enfrente señaló, en la esquina, está la librería Diwan, ellos sí tienen baño, puede ir yendo mientras le preparo su comida.

Aquella soltura desbarató mis planes, cancelando de inmediato cualquier necesidad fisiológica que pudiera tener y me aportó mucha información sobre lo que me esperaba a partir de aquel momento en tan curiosa y extravagante ciudad.

Hoy he vuelto y me parece que nada cambia en este lugar que sobrevive a los años y a los cambios con cierta lozanía. Allí estaba el mismo personal de ritmo cadencioso, la cocina abierta con las caras de siempre que miran sin interés mientras cortan, asan y aderezan y la típica clientela cosmopolita de visita en la ciudad. Es sin duda un lugar especial y muy recomendable para hacer una comida rápida, aunque debas prescindir del alcohol y del "excusado".


* lo encontraréis en la 26th of July st., Zamalek.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Nubes en el cielo, vacas en la acera.

Toc, toc...aquí estoy, de vuelta en El Cairo y parece que todo sigue igual, sólo el cielo se ha vuelto plomizo y anda revoltoso, con ganas de descargar la mancha de nubes negras que acarrea. Algo inusual por estas tierras.

En mi primer paseo matutino he llegado hasta la embajada de Argelia y me he encontrado con que el despliegue policial que dejé a mi partida a Europa seguía por la zona, aunque esta vez, más recatado, sin los feroces aditamentos antidisturbios que utilizaron para disuadir a la peña futbolística cuando se puso revoltosa.

Los policías estaban repartidos en grupos a lo largo de la calle, pero en lugar de tener una actitud de alerta, se encontraban cómodamente despatarrados en sillas de plástico negro, junto a una mesa en la que no faltaban ni el té ni los cigarrillos. Algunos charlaban acaloradamente y otros miraban sus mensajes de teléfono, pero lo que se dice, vigilar, vigilar, ninguno lo hacía, así que me pareció más una medida disuasoria que otra cosa.

Los soldados rasos se apelotonaban aburridos en los furgones, prensando sus caras en las rejas, observando cada falda que pasaba, larga o corta. Cuando alguno daba la voz, un tropel de cabezas asomaba por la puerta para valorar el "material", con una codicia descarada.

Avancé con la melodía de las suras coránicas que salían de algún teléfono móvil y que se mezclaban con las de la radio, puesta a todo volumen, del vendedor de bombillas de la esquina.

A punto estaba de llegar a mi café favorito cuando un olor putrefacto me hizo cambiar el rumbo de un brinco y taparme la nariz con la misma aprensión que si me hubieran lanzado una bomba química.

No podía explicarme de donde procedía semejante fetidez, pero no tuve que buscar largo rato. Allí mismo, a un par de metros, en la acera, me encontré con un enjambre de moscas hambrientas revoloteando sobre la piel abierta y cubierta de sal de una vaca recién desollada que alguien pretendía curtir. La imagen me resulto ilusoria, aquel enorme pellejo putrefacto tendido en mitad de un paseo, entre los árboles, junto al muro de una escuela y cerca del domicilio de varios embajadores...se me tuvo que quitar el susto para que mi cerebro consiguiera entender aquel hallazgo.

Así que ya veis, cuando uno cree que ya ha visto de todo, El Cairo le pone a prueba y siempre pierdes, o ganas, depende de como lo mires, porque material para relativizar el mundo tendrás de sobra y no sabrás lo que es aburrimiento.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El fútbol, una poderosa arma de "distracción" masiva


Las horas que precedieron al partido entre Egipto y Argelia fueron de euforia colectiva.

Las calles se llenaron de hinchas de todas las edades y condiciones. Autobuses con niños que gritaban enloquecidos azuzando a cuantos se encontraban a su paso, mientras ondeaban, con medio cuerpo colgando por la ventanilla, la bandera del país.
Conductores febriles, pegados al claxon en una suerte de melodía aguda, repetitiva y jaleadora que enloquecía a medida que se acercaba la hora, viandantes cómplices, todos eran uno.

Pero el escenario cambió radicalmente al inicio del encuentro y todo quedó dormido.

Cuando volví a salir, a eso de la mitad del partido, me encontré las calles desiertas. No había coches, ni gente, todo estaba en un extraño silencio que no había visto ni en época de Ramadán.


Caminé por la calles y en algunas esquinas me encontré con grupos de tenderos, soldados y bauabs, sentados en el suelo, algunos en las pequeñas alfombras que usan para rezar, mirando pasmados una pequeña televisión llena de interferencias, o la diminuta pantalla de un teléfono móvil. Serios, taciturnos, en un extraño silencio. Argelia había metido ya un gol y la cosa no estaba para hacer fiestas.

Fui recorriendo las calles sorprendida por el drástico cambio de humor y el derrotismo. Nunca me hubiera imaginado que en un país con tantos problemas, sobre todo de subsistencia, se pudiera tomar tan a pecho una actividad que despista más que alimenta.

Y así llegó el final del partido, en silencio, sin coches, ni claxones, sin alegrías.
Muy diferente a la delirante toma de calles que acompañó al primer encuentro en el que Egipto salió ganador y a la trifulca que se desencadenó entre los seguidores de los equipos rivales que llevan décadas de enfrentamientos violentos.

Y como suele ocurrir en estos casos, de la disputa futbolera, se pasó a la diplomática.

Las relaciones entre ambos países están más que alteradas. Después de la agresión de la semana pasada contra el equipo argelino a su llegada a El Cairo, que se saldó con varios
jugadores heridos, llegó la réplica en Argelia donde fanáticos destrozaron empresas egipcias con representación en el país, motivo por el que el embajador argelino ha sido llamado para dar explicaciones.

Esta mañana, en mi paseo matutino, he pasado junto a la embajada de Argelia. El despliegue policial era tremendo, con varios grupos de policías con escudos protegiendo las entradas a la calle. Les he mirado con curiosidad, algunos estaban como de fiesta, otros con cara de susto y la mayoría, mirando al tendido, lo que es habitual.


Está visto que el fútbol desata pasiones y aunque no alimente, ni cubra necesidades, ni evite penurias, las disfraza por un tiempo. Un tiempo, en el que ni siquiera pensamos lo que pasa con nuestro país. Es, sin duda, una poderosa arma de "distracción" masiva.

domingo, 8 de noviembre de 2009

De tiendas por Taalat Harb.


Un paseo vespertino por Taalat Harb, una de las principales arterias comerciales de El Cairo, es una de esas experiencias que recomendaría al viajero curioso, al que disfruta mezclándose entre el gentío y observando sus costumbres.

El lugar es un hervidero, un intenso ir y venir de gente en medio de una gran
actividad comercial. Hay cientos de tiendas reclamando la atención con letreros de neón cegadores, vendiendo todo lo que existe y lo que creemos que no existe.

Junto a ellas, compiten los vendedores callejeros con sus puestos de cinturones , pijamas, calcetines o calzoncillos y por supuesto, aquellos avispados que ofrecen las más locas novedades traídas de China.

Disfruto mirando los escaparates, a veces desmedidos, de dos y tres pisos; las tiendas de bolsos de Cuchi, Arnami y Pior, que despiden un intenso olor a plástico barato. Las zapaterías en hilera con modelos chillones de charoles imposibles rojos, verdes o amarillos, sandalias de purpurina, cristal y plumas de marabú, todo, delirio de algún fabricante fetichista.

Las tiendas más singulares son las que venden ropa "íntima". Los modelitos, expuestos en maniquíes, son tan audaces que harían las delicias de cualquier cortesana. Pero si echas un vistazo al interior, no esperes encontrarte a una de ellas, no, las mujeres que compran este tipo de prendas, son las mismas que pasean por la calle escondiendo su apariencia bajo varios velos.

Junto a estas, como la otra cara de la moneda, están las tie
ndas de abayas y niqabs, cada vez más frecuentadas, según me comenta el dueño de una, mientras intenta venderme una abaya que por cierto necesitaré. Me dice que el uso del niqab aumenta diariamente y que ahora está vendiendo más de mil prendas a la semana. Cuando le pregunto a qué se debe este fenómeno, se ríe pero no dice nada, seguro que ni lo sabe.

Salgo de la tienda y antes de regresar, todavía hay que cumplir con un ritual, beber una cerveza fría en el Café Riche, en el número diecisiete, uno de los lugares más antiguos y emblemáticos de El Cairo.

Sentada junto a la ventana, veo pasar a un grupo de amigas con niqab y recuerdo que una bloguera egipcia y activista pro derechos humanos, Dalia Ziada, contó en un post que se quedó impresionada la última vez que visitó Alexandría, porque se encontró
con que muchas mujeres estaban usando el niqab, incluso las de su propia familia. Cuando les preguntó la razón, se mostraron convencidas de que ese era el aspecto que debía tener una buena mujer musulmana. Alguna fue más lejos y comentó que "para mostrar mayor gratitud a Alá, el creador de nuestros maravillosos cuerpos, debemos cubrirnos desde la cabeza hasta la punta del pie con tres capas". Cuando Dalia les preguntó quién decía eso, salió el nombre de un Sheikh que tiene un programa en uno de los canales de TV más populares de Egipto.

Pensé en la suerte del comerciante y en la repercusión de esta propaganda ni pedida ni pagada. Ya en la calle fui contando, uno, dos, tres, cuatro...hasta llegar a ciento veinticuatro al final del corto trayecto.



lunes, 2 de noviembre de 2009

Cuatro minutos y cien metros.

Bajo a la calle y camino unos metros pasando por la primera caseta de policía. Nada más verme, los tres mangarranes ojerosos y flacos, sacan la cabeza por el estrecho ventanuco e intentan aspirarme con sus labios, es lo de todos los días.

Paso a la acera contraria sorteando un tráfico imposible y camino sobre un arenal que se ha ido formando por las obras que empezaron hace más de un año y que parecen delirio de faraones. Me cruzo con los vigilantes, sentados junto a la valla de hojala
ta con las piernas estiradas y las manos calentando la barriga. Me miran de arriba abajo escudriñando cada ojal de mi camisa.

Apenas unos metros adelante, paso la segunda caseta de guardia con la mirada fija en el suelo, tratando de no hacer contacto visual y cuando por casualidad me doy la vuelta, sorprendo a los policías medio escondidos haciéndome fotos con el móvil. Me resulta desagradable y no se me ocurre otra cosa que meterme entre una hilera de árboles para alcanzar, sin ser vista, la siguiente esquina
.

Allí un chaval pasa en bicicleta, haciendo malabarismos con una enorme tablón lleno de panes sobre su cabeza. No me mira a la cara, no sabrá si soy joven o vieja, rubia o morena o si tengo bigote y barba. Está tan descaradamente concentrado en el escaso escote que llevo que se le va el manillar, la rueda to
pa con la acera y pierde el equilibrio. En un segundo, el tablón se desnivela y los panes ruedan por la calle. Festín de gatos.


Pero esto no ha acabado. Todavía me queda pasar por delante de la escuela y veo que los niños juegan fuera. El alboroto es tremendo, se zarandean y empujan como si fueran de trapo, alguna veces hasta se zurran, pero parece que es parte del juego. En cuanto me ven pasar, corren hacia mí curiosos y ponen en práctica su inglés, hello, what´s your name? es como siempre, sólo que esta vez se me acerca un grupo de unos 12 o 13 años que me rodean y me tiran sin parar del jersey, sigo caminando y uno de ellos me empuja por la espalda, son tantos que casi me asusto. No paran hasta que me ven con cara de pocos amigos, entonces gritan "sorry" gesticulando con las manos.

Hace tan sólo cuatro minutos y 100 metros que he dejado mi casa y esto que cuento es lo que vivo de una manera u otra varias veces al día, además es lo habitual para muchas otras mujeres. Las estadísticas dicen que el 83% de las egipcias y el 98% de las extranjeras sufren acoso sexual en la calle y en el transporte público y el 62,4 % de los hombres reconocen ejercerlo.

El Centro Egipcio para los Derechos de las Mujeres (ECWR) publicó en el 2008 un estudio titulado "Nubes en el cielo de Egipto". A partir de su difusión, se han promovido campañas de concienciación y educación contra el acoso.

Esperemos que esto sirva para que el futuro pinte mejor y haya menos carreras de "cuatro minutos y 100 metros".

martes, 27 de octubre de 2009

Laila y el misterioso pepino.

La planificación familiar es uno de los muchos temas tabú en la sociedad egipcia.
Todo el que puede la pone en práctica, pero a la chita callando, los hijos son un regalo de Alá y nadie, sino él, puede interferir en el proceso de creación.

Tratándose de una regalo venido de "allí arriba", nadie lo cuestiona, por lo menos en público, sería una herejía.

Por eso, la historia que voy a contaros ahora y que me llegó de primera mano, me resultó especialmente curiosa y me condujo nuevamente a la convicción de que nunca llegaré a comprender del todo, la dualidad que se vive en esta sociedad. Cuando he conseguido conocer ciertos aspectos y cuanto más segura me siento de entender cómo funcionan, ocurre algo que tira mis teorías por la borda y me hace plantearme todo de nuevo.

El asunto en cuestión, ocurrió en uno de los colegios internacionales de El Cairo.

Se aproximaban las fechas de los exámentes oficiales de idioma extranjero y los alumnos de secundaria debían elegir el tema sobre el que harían su presentación. El proceso se prepara meticulosamente y los temas se aprueban de antemano, antes de la llegada del comité examinador de Europa que aprobará o no los trabajos presentados.

Así fue como Laila, de quince años, se presentó a su tutora con un controvertido tema debajo del brazo, "Planificación Familiar y Métodos Anticonceptivos". Esto, que en un país occidental no tendría nada de especial, causó en la junta directiva un cierto revuelo, porque no tenían ni idea de las consecuencias que el trato del tema en cuestión podría acarrear. Al final, se respetó la decisión de la chica y el tema fue aceptado.

La mañana del examen, Laila llegó como siempre, vestida púdicamente y con el velo islámico cubriendo completamente cabeza y cuello. Todos se extrañaron enormemente, puesto que no esperaban que una chica, tan joven y además musulmana conservadora, hubiera elegido, un tema tan poco conservador.

Se presentó con soltura, nada de rubor ni miradas al suelo y después de aclarar que su ponencia se centraría exclusivamente en las costumbres europeas en dicha materia, porque en su país el tema era tabú, abrió su maleta y sacó toda clase de artilugios para apoyar su presentación. Encima de la mesa fue colocando un "diafragma", un envase de "píldoras anticonceptivas" unos "preservativos" y un misterioso pepino. Sí, queridos, un pepino verde, de esos que hay en el supermercado.

Los examinadores europeos escucharon como Laila explicaba con total serenidad el funcionamiento del "DIU" y las ventajas de la píldora, pero lo que no se esperaban es que la criatura, deseando llevarse el "10" a casa, tomara con remango aquel pepino de humanas dimensiones y le colocara con toda naturalidad y destreza uno de los preservativos, recalcando la importancia de hacerlo correctamente.

Me cuentan que todos estaban incómodos y se movían nerviosamente en sus sillas y que nadie se atrevió a hacer demasiadas preguntas sobre el tema. El pepino, por supuesto, no salió a colación ni para hacer una ensalada. Laila, con su aplomo, les ganó la partida. Se había presentado disfrazada de oveja, pero resultó ser un bonita lobezna.

Y eso es este país, un lugar donde los estereotipos se levantan y caen, donde nunca sabrás a qué atenerte ni qué pensar, un lugar para acercarse a los demás con la inmensa libertad de quién no sabe nada e indagar debajo de sus máscaras. Lo que encuentres, siempre será sorpresa.

jueves, 22 de octubre de 2009

Los comerciantes de El Cairo y la percepción del tiempo.

Mi barrio está lleno de pequeñas tiendas donde uno puede encontrar casi de todo. Esto no significa que siempre lo tengan a disposición, no, pero los vendedores suelen tener un talante muy comercial y se desvivirán por conseguir lo que quieras, sea esto lo que sea. Yes, madam, yes, tumorrou.

Y tumorrou, suele ser tomorrow o after tomorrow o cualquier día de tu futura existencia.

Al día siguiente, cuando te vean aparecer, se desperezarán después de un reparador sueño junto al mostrador, se atusarán la galabeya y te dirán con una sonrisa, no problem madam, tumorrou back, no problem...y aunque quieras "armarla", ganarás en salud si no lo haces, créeme, a quién le importa esto? quién tiene prisa? no he contado muchas veces que en esta ciudad hay que olvidarse de ese detalle y dedicarse más a la meditación? bueno, pues eso, a meditar.

Aunque parezca desesperante, no lo es, salvando los plazos de entrega y la posibilidad de que te consigan una batidora en lugar del destornillador que habías pedido, comprar en estos pequeños comercios es una de las cosas más encantadoras de este lugar.

Los tenderos suelen ser tan amables y dispuestos que no me queda más remedio que sentir añoranza por aquello que nosotros hemos perdido hace ya tanto tiempo. Aquí, resulta normal que te inviten a sentarte con ellos y te ofrezcan un té recién hecho, o que corran al quiosco de la esquina y te traigan cualquier cosa que te apetezca beber. Normalmente se acepta con cortesía porque forma parte de su hospitalaria cultura, no se te ocurra pensar si el agua estará hervida, el vaso limpio o si el té habrá sido fumigado, sibaritismos no, plis.

El único problema que veo a este recibimiento, es si alguien se empeña en compartir su almuerzo contigo. No es inusual que entres en una tienda y encuentres el mostrador cubierto con hojas de periódico y un montón de comida que no podrás identificar. Si te preguntan si te apetece algo, mejor declárate alérgico, enfermo o hazte el tonto, te saldrá a cuenta.

Pero a pesar de estos "efectos secundarios", os recomiendo que cuando visitéis la ciudad os toméis tiempo no sólo para visitar las pirámides o el museo, sino para vivir el día a día de El Cairo y os aventuréis a visitar alguno de los pequeños comercios que salpican toda la ciudad. Os aseguro que tendréis la grata sensación de que todavía hay tiempo para un té y una trivial charla, para desconocidos que no lo son tanto y para aprender otro ritmo de vida muy diferente al nuestro.

Sí, para todo esto que pareciendo poco, es mucho.

lunes, 19 de octubre de 2009

Los Zabalines, cristianos coptos y la recogida de basuras.

En el post anterior toqué el tema de las basuras, un asunto tan presente en la vida de El Cairo, como lo son las pirámides, los bauabs o los gatos resabiados. Lidiar con ellas, mejor o peor, forma parte de nuestra vida cotidiana.

Muchas veces me he preguntado por qué en esta ciudad abierta al mundo y empeñada en lanzar una buena imagen al exterior, no hay todavía un sistema de recogida de basuras que funcione, que la haga más amable y habitable.

Pasear por sus calles puede convertirse en una auténtica pesadilla, en una tarea llena de obstáculos, de cables pelados, ramas y hojarasca, de cristales rotos, piedras y comida maloliente, de excrementos varios y de interminables montañas de basuras vecinales. Si no eres persona de reflejos, lo tendrás complicado para subir y bajar de la acera con soltura, para saltar a la carretera sin que te atropelle un coche o para esquivar lo que tienes por encima de tu cabeza sin que te haga caer lo que tienes por debajo de tus pies.

Desde hace más de cien años, han sido los Zabalines los responsables de la recogida de basuras. Esta minoría cristiana copta vive, o mas bien malvive, del reciclaje de lo que encuentran recogiendo piso por piso y puerta por puerta los desperdicios de una ciudad de más de dieciocho millones de habitantes. Una vez en sus casas, en sus salas o cocinas, las mujeres y los niños analizan minuciosamente el contenido de cada una de las bolsas, separando el plástico y el papel de lo orgánico, que sirve de comida para los cerdos que crían.

Como este sistema de recogida parecía no funcionar, el gobierno egipcio decidió contratar, hace unos años, a un par de empresas extranjeras, incluida alguna española. La iniciativa fracasó desde sus inicios por la terrible estructura burocrática a la que se enfrentaron, los robos de material y la negativa de los ciudadanos a pagar impuestos por un servicio que aunque deficiente tenían practicamente gratis.

En cuanto a robos, algunos de los más curiosos se produjeron cuando los más avispados detectaron que aquellos contenedores de basura verdes podrían tener otros usos mejores para la propia economía doméstica. Así empezaron a usarlos como carro de la compra, tienda de frutas o de lo que fuera e incluso de aire acondicionado, cuando descubrieron que llenándolos de cubos de hielo podían aislar la casa del calor durante todo el verano.

Con este panorama, las empresas extranjeras hicieron las maletas y el servicio volvió a manos de los basureros coptos que se siguen valiendo de sacos, carros y burros para recoger las diez mil toneladas de basura que produce esta ciudad. ¿
Sorprendidos?

Una vez, visité el barrio donde viven y seleccionan las basuras, Muqattam y escribí mis impresiones en un post, aquí lo podréis leer. Además, os adjunto un vídeo muy interesante sobre la vida en este barrio, lo entenderéis aún sin hablar inglés, las imágenes bastan.

Fr. Samaan y la ciudad de las basuras. Parte 1
Fr. Samaan. Parte 2

Nos vemos pronto, amigos. M*a salama.



miércoles, 14 de octubre de 2009

Por un Cairo sin basuras.

Parece ser que hoy es el "Día Nacional de la Basura" y yo sin enterarme, amigos. Hay barricadas por todas partes, enormes pilas, barreras infranqueables de deshechos orgánicos e inorgánicos.

Con este inesperado panorama me he visto en la calle y como no me quedaba más opción que seguir con el paseo matutino de Gorbea, me lo he tomado como uno de esos retos diarios que hay que salvar con puntos y que te acercan a un estado de autocontrol tal que ya lo quisieran los yoguis.

Así que además de sortear los clásicos adoquines traicioneros, mierdecillas varias, árboles caídos, cables eléctricos, e infames agujeros infinitos, hoy he tenido que esquivar grandes pilas de basura, pero graaandes, muy graaandes, parte en bolsas azules y negras, la mayoría sueltas, cubriendo con una maloliente alfombra ácida, carreteras, aceras, entradas de colegios, casas y embajadas.

El camino se ha convertido en una competición de "Agility", suerte que los pastores vascos, son especialmente habilidosos para este deporte. Pero permitir que os diga una cosa, un perro, es un perro y les encantan los olores a comida aunque sean nauseabundos. Con este precedente, os diré que he sufrido de estirones y zarandeos que a punto han estado de causarme un resbalón de negras consecuencias, todo por su empecinamiento en meter el hocico en cuanta inmundicia encontraba a su paso. Ya lo dice el refranero, la cabra siempre tira al monte.

Y como en todas las historias de esta ciudad, también en ésta encontré lo verdaderamente sorprendente. Nadie, pero nadie, parecía prestar atención al insalubre entorno. Los bauabs, estaban sentados a las puertas de las casas, té en mano como si aquello no fuera con ellos. Otros, esperaban a la puerta del colegio sentados encima de cartones, compartiendo suelo con los desperdicios y muchos de los coches aparcaban sobre aquella innombrable alfombra.

Cairo, madre de todas las ciudades, ya sabes que te quiero, pero a veces es p'a matarte.

martes, 13 de octubre de 2009

De Cairo a Amman. Una historia de avión

El otro día, salí para Jordania en uno de esos aviones que parecen hechos con retales de otros que ya pasaron a mejor vida.

Cuando me percaté de que la tapicería de los sillones era de tres colores y estampados diferentes me eché a temblar y comencé a buscar de forma compulsiva otros indicios de ruina.

Encontré la alfombra llena de lamparones y deshilachada, como si alguien hubiera tirado del hilo hasta acabar con ella, los cierres giratorios de las mesas, holgados, desportillados, la pintura deslavada y en el baño, un inodoro que parecía que se lo habían traído de algún vertedero. Me sorprendió encontrarme las instrucciones de uso en inglés y aunque desdibujado, todavía legible. Viva la Star Alliance, qué viva, qué viva!.

Despegamos a trompicones, los neumáticos debían estar en la últimas, a juzgar por los apocalípticos ruidos que se oían en la pista. Con resignación cerré los ojos y escuché los versos del Corán que escurrían por los altavoces. Respiré profundamente y me dije que de peores había salido.

A mi lado estaba sentado P. junto a un pasajero de Arabia Saudí vestido de blanco, con unas largas y esponjadas barbas negras. Y como no había mucho que hacer, me hice la dormida y puse muchísima atención a la conversación que se traían.

Por poco me delato cuando le oigo preguntar sobre mí. Esposa, esposa? cuantos años?...madre mía, qué nervios me entraron, ya me vi formando parte de un harén. Agudicé el oído para oírle contar que tenía dos esposas y nueve hijos, situación que no le parecía muy favorable, puesto que a él le gustaba "trabajar" cada noche y con dos no conseguía alcanzar objetivos. Dejó claro que cuatro mujeres era lo ideal, cuando una estaba cansada o le dolía la cabeza, siempre se podía recurrir a otra.

Cuando supo que yo ya estaba casada y que a mí con un marido sí me bastaba, cambió de tema y sacó un frasco de perfume que se había comprado en Camboya, dijo y sin previo aviso, le vertió a P., que estaba perplejo, una buena cantidad para que opinara sobre aquella esencia exótica.

Parece que los dulces vapores que se habían condensado, le soltaron la lengua y a partir de ese momento, no sólo lanzó una clase magistral de religión, sino que se atrevió a comentar el premio Nobel de Obama. Obama? igual a Bush, Irak, destrozado, ellos petróleo. Me dejó perpleja su facilidad para presentar la cruda realidad sin conjugar. Después de esta confesión, se concentró en la lectura de su libro sagrado.

Desde Egipto a Jordania se llega en un suspiro y en cincuenta minutos comenzamos a descender, entrando de nuevo en esa fase donde al personal de vuelo le es imposible reducir al pasaje. A muchos no les da la gana sentarse o atarse, a otros, se les ocurre sacar sus maletas y dejar los compartimentos abiertos, los celulares, por supuesto encendidos, comienzan a dar entrada a los mensajes a ritmo de pop árabe y aquello se convierte en tierra de nadie.

En medio de este desmadre, había una niña de unos 6 años que parecía una domadora. El poco pelo que tenía estaba recogido con una diadema de peluche y varias horquillas fluorescentes. Llevaba un minivestido con volantes sintéticos de lentejuelas encima de un body dorado con leotardos de rayas rosas y blancas. La vi circulando de una fila a otra sin ningún control mientras tomábamos tierra.

Llegué al mostrador de inmigración y la cola era interminable, así que para ahorrarme la espera, saqué el pasaporte rojo y esperé que el oficial no notara que allí había dos sellos de entrada a Israel. Miré hacia abajo todo el tiempo esperando el interrogatorio, hasta que la barrera se abrió.

Respiré y me dejé conducir por las limpias y claras calles de Amman.

viernes, 9 de octubre de 2009

Blog del día.


El otro día me llegó uno de esos e-mails que alegran la vida de un bloguero. Leí el título y lo abrí con mucha curiosidad. Y vaya sorpresa, el día 9 de octubre, Cuadernos de El Cairo sería nombrado el "Blog del día".

Semejante título me resultó inesperado y fantástico y me llenó de razones para continuar con mi particular escalada al "K2" y me expreso en estos términos, por el frío que a veces hace y el esfuerzo que requiere mantenerse vivo en esta curiosa e inhóspita blogosfera a la que pertenezco.

Y mientras estaba ocupada contestando a las preguntas que me habían hecho, perdí la noción del tiempo y parece ser que también el oído, porque cuando volví al mundo, alertada por el "Ach du Scheiße!" de P. (este improperio, mejor no lo traduzco) me pareció que el mundo se estaba viniendo abajo.

Entonces me asomé al salón, no sin cierta aprensión y vi como del aparato del aire acondicionado salía una cascada de agua que caía a chorros por la pared, empapando los cuadros y corría por el piano, colándose entre las teclas y escurriendo hasta el suelo de madera, empapando las alfombras.

Como veis, aquí, cuando pasa algo, pasa de verdad.

Entonces recordé a Mohamed, el bauab y sus incursiones en mi casa para colocar una especie de tubos de goma que llevaran el agua que estas máquinas desprenden al exterior, hasta los árboles de la calle.

Y claro, no tengo ni que decir que la desgracia estaba cantada, porque aquí todos hacen de todo, sin tener idea de nada y como tampoco entienden los cuidados que nosotros dispensamos a las cosas, lo hacen de cualquier manera, así que es una guerra perdida de antemano.

Cuando vi aquel desmán, me salieron los peores instintos asesinos, mezclados con una resignación tal que me indicó que estaba muy cerca de la iluminación o de la locura.

Desmontar las teclas del piano, una a una y dejar la caja completamente vacía, relajó mi mente de una manera mucho más saludable que si me hubiera dado por abofetear al bauab o a cualquiera de sus compinches.

Han pasado ya unos días y parece que el instrumento sobrevivirá. Vaya milagro.

Y hoy es 9 de octubre! así que si os apetece leer la entrevista, entrar aquí.

Muchas gracias a Rafael R. López y a toda la gente del blogdeldia.org.

viernes, 2 de octubre de 2009

Cuando el desierto no está desierto. Wadi El-Aat

El primer día en el Sinaí esperé con absoluta pasión la llegada de las horas que preceden al crepúsculo. La idea de atravesar silenciosamente aquellas montañas rojas y sus arenales, de pasar entre los escasos arbustos y encinos y sentarme a esperar a que el sol se apagara, me pareció una cura perfecta frente al caos que siempre me acompaña en "la victoriosa".

La recomendación la encontré en una guía de viajes alternativa y me
pareció que aquella propuesta era realmente para viajeros independientes, así que mantuve la esperanza de encontrarme con un entorno relativamente "virginal".

El desierto te da una agradable sensación de soledad e inmensidad terrenal sin dueño. En este entorno es difícil imaginar que alguien pueda colocar una barrera entre dos piedras y cortar la entrada a ese infinito que se extiende hasta donde la vista alcanza.

Pero una cosa es la imaginación y otra la realidad, así que encontrar un puesto de policía en mitad de la nada me sorprendió y no pude imaginarme de q
ué malhechores o facinerosos estaban protegiendo aquel desierto interminable, con una barrera de madera de apenas 3 metros de longitud.

Y me pararon, sí lo hicieron y aunque me temí lo peor, conseguí el permiso para continuar cuando hice la firme promesa, de regresar por aquel improvisado paso al infinito.

Pasé aquella singular frontera con la ilusión de contemplar un paisaje
que prometía ser original e impredecible y casi me entraron ganas de soltar grititos y saltar en el asiento, pero aquella emoción infantil me duró más bien poco.

No había avanzado más que un par de kilómetros cuando me sorprendió el lejano ruido de motores, así que me volví y una cegadora polvareda me sacó del sueño de Moisés.


Lo que me encontré en aquel sin fin, fue una larga caravana que cruzaba el valle serpenteando y que traía a la primera expedición de turistas subidos en quad, esa endiablada moto de cuatro ruedas. Y digo la primera, porque calculé que cada cinco o diez minutos, aquella barrera se subía para dar paso a decenas de ellos.

El panorama, lejos de molestarme, me produjo un alborozo tremendo, más relacionado con la sociología y mis ansias de conocer el comportamiento humano, que con otra cosa y me paré a un lado de la pista para verles pasar, algunos a medio vestir, con las sonrosadas lorzas al descubierto, pero todos con sus cabezas y bocas cubiertas con pañuelos palestinos, rojos o negros. Aquello no podía ser verdad, parecía que les habían preparado para buscar entre adversidades y peligros el Santo Grial.

Así me mantuve durante un rato, viendo subir y bajar la barrera y haciendo toda suerte de elucubraciones sobre el sentido de los viajes organizados y de la aventura prefabricada.


Y mientras allí estaba, vi a lo lejos cinco autobuses vacíos, cuyos pasajeros llegaban montando camellos de paso lento y cansado. Me pareció el colmo, así que me alejé, con una enorme sensación de alivio y dejé atrás aquellas caravanas de exploradores ficticios.

Bajando el valle, apenas un par de kilómetros fuera de la pista, todo se calmó. Entonces pude ver aquellos colores, cada vez más rojos, más intensos y el nebuloso manto que fue cubriendo todo hasta desaparecer.

Sentí pena por aquellos. Tan cerca estaban, pero tan lejos.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Península del Sinaí, un placer para tus ojos.

Escribo desde la Península del Sinaí, lugar mágico y misterioso como ninguno, lleno de paisajes bíblicos, desiertos infinitos y aguas cristalinas rebosantes de color y de vida.

La zona es desértica pero deslumbrante. De un lado aparece la montaña, imponente, cincelada en contornos caprichosos y crespos con reflejos colorados, bermejos y del otro, el mar refulgente, cortado en turquesa y cobalto, salpicado de espumas y atravesado por una magnífica barrera de coral, accesible desde la playa y fácil de explorar.

Es, sin duda, un lugar para vivir experiencias únicas. Adentrarse en el desierto de arenas volátiles, salpicado de arbustos y encinas y ver palidecer los atardeceres en algún asentamiento beduino o zambullirse en el mar y compartir jornada con corales, anémonas y las más variopintas especies marinas, enciende el alma y alegra la vida.

Ahora os dejo acompañados de un par de fotos, pero en un suspiro, estaré de vuelta.


domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuando el aire no sopla en Ramadán

Estamos en Ramadán, la época ideal para que todo aquello que hace la vida más fácil se estropee, léase, aire acondicionado, lavadora, ascensor o coche. Y cuando esto ocurre y tienes que buscar un técnico, un manitas, un figurilla que te saque del apuro, necesitas llenarte de paciencia, amigo, porque parece que se los haya tragado la tierra.

Si llamas a las nueve o diez de la mañana, no encontrarás a nadie, todos estarán en sus camas, hechos un ovillo después de una laaaaarga noche. Si por el contrario esperas un poco y llamas a las doce o la una de la tarde, entonces estarán que no se tienen en pie, hambrientos y deshidratados, con los párpados pesados y a punto de echar una cabezadita encima del escritorio. Pero si esperas un poco más, despídete de encontrar signos de vida, porque hacia las dos de la tarde, todo el mundo sale derrapando a casa, a echar la siesta y a esperar en penumbra el canto del muecín.

Así que el otro día, cuando se me estropeó el aire acondicionado, pensé que el mundo se acababa y que no podría sobrevivir durante mucho tiempo a temperaturas de más de cuarenta grados. Ante tamaña desgracia, acudí a Ahmed y a su directorio telefónico alternativo. No me equivoqué, en un plis-plas había contactado con un "yo-hago-de-todo-madam" que parecía tener horarios muy cristianos.

Esa misma tarde, le tenía llamando a mi puerta. Al abrir, me encontré con un hombre alto y tripudo, tipo leñador y algo desaliñado. Los polvorientos zapatos, desatados y el contrafuerte aplastado a conciencia a modo de zueco. Llevaba vaqueros y la camisa remangada de cualquier manera. No tengo ni idea de donde vendría, pero las manos las tenía negras, negras como el betún y para colmo, unos churretes secos le recorrían el brazo, hasta el codo. No traía ningún maletín, ni herramientas camufladas en los bolsillos, nada de nada.

Me quedé sin habla y aunque pensé en decirle "no es aquí", recapacité y pensé en las altas temperaturas que sufriríamos si este individuo no nos reparaba aquella maldita máquina. Así que me sobrepuse y le conduje bastante nerviosa hasta el dormitorio.

Entró con decisión y dando tales zancadas que en una ocasión perdió el zapato derecho. Le seguí con bastante aprensión, vigilando cada paso que daba y calculando la mugre que iría dejando en alfombras, sofás y paredes.

Abrió la ventana y con soltura se descolgó como un trapecista dispuesto a dar el triple salto. Desbarató uno de los conductos de agua y con cara satisfecha y morro fruncido me hizo entender que ya había encontrado el problema. Me pidió una escalera, un recipiente con agua, las tijeras, el destornillador y un martillo.

Ante semejante encargo, no me quedó más remedio que dejarle solo e ir a buscar la caja de herramientas. En cuanto me descuidé, aprovechó para dejarme unas cuantas manchas de grasa en las ventanas y sus manos varias veces impresas en negro sobre la pared inmaculada.

Cuando regresé quise llorar, pero no me dio tiempo. Aquel energúmeno, me arrebató el agua de las manos y comenzó a vertirla por una rendija del aparato colocado cerca del techo. Como aquello no debía tener capacidad para tal cantidad de líquido, lo que sobraba, ya sucio, iba discurriendo en regueros por la pared, hasta el suelo de madera.

No satisfecho, sacó el filtro lleno de pelusas y se me coló en el baño para lavarlo. Como aquel artilugio era enorme y no cabía en el lavabo, el zafarrancho organizado fue espectacular, no quedó títere con cabeza, el suelo como un lodazal, todo salpicado y para colmo las toallas blancas arruinadas.

El cuerpo se me puso malo, tan malo como cuando tuve una paratifoidea, es decir, las piernas me temblaron, me subió la temperatura y las entrañas se me revolvieron sin piedad. Le miré con odio, pero sólo un rato, porque pronto tuve que dedicar mi energía a impedir la propagación de semejante ataque.

Cuando hubo terminado, se dirigió al salón para confirmar el resto de la instalación y, diosssssssss pensé en los sofás blancos. Como todavía me quedaba algo de lucidez, a pesar de la impresión, grité nooooooooo, stooooooooop, le acorralé y le convencí de que aquello no era necesario. Señalé mi reloj y le recordé la importancia de prepararse para la primera comida del día, para el Iftar. Le deslicé un billete sin tocar su mano y casi a empujones le saqué de casa.

Me sonrió con una boca sin dientes y prometió regresar al día siguiente.

martes, 1 de septiembre de 2009

De fobias y tolerancia compartida.

El hombre, curioso espécimen, experimenta un abanico de fobias tan amplio como sus propios miedos y singularidades

Para empezar, podríamos nombrar a aquellos que no soportan a los que son diferentes y viven diferente, a los menos agraciados, a los gordos, flacos, altos o bajos, a los de otro color, incluido el blanco; también tenemos a los que tienen miedo de los vecinos o de los "desconocidos", de los que hablan otra lengua, de las demás religiones o los que temen el avance de la ciencia. Como veis, se podría hacer una lista interminable y si nos preguntáramos a nosotros mismos, qué opinamos al respecto, no saldríamos bien parados.

Aunque el panorama no parezca muy alentador, creo que no es justo generalizar, como si la humanidad al completo se hubiera puesto de acuerdo -harto improbable- y compartiera al unísono ciertas posiciones paranoicas.

No hay cosa que más rechazo me produzca que las etiquetas. De ahí, que se me pongan los pelos de punta cada vez que oigo a algún periodista utilizar irresponsablemente el término "islamofobia" y atribuir a la sociedad occidental tan deplorable atributo, como si por obra y gracia de nuestro Señor, todos estuviéramos revestidos de un odio acérrimo e irracional hacia esta religión y además nos empeñáramos en hacerla desaparecer.

De la misma manera, me horrorizan las publicaciones y emisiones de ciertos canales de televisión, que se empeñan en mostrar imágenes manipuladas de la realidad que se vive en los países de credo musulmán y sacan siempre a colación el odio entre religiones, el barbarismo y el retroceso en el que viven todos los musulmanes del mundo, como si las características de algunos fueran aplicables a la totalidad de la humanidad. Sencilla operación para fomentar el odio a través de la mentira y la manipulación.

Y aunque ni unos ni otros seamos tan "malos" como nos pintan, si es cierto que tenemos nuestras dificultades para convivir en paz. Unas veces falla el anfitrión, otras el invitado y en el peor de los casos, los dos y nos sentimos avasallados o perseguidos dependiendo de nuestra posición.

Si a veces nos resulta difícil acoger al vecino, al que vive y piensa como nosotros, qué ocurre cuando el invitado llega de una cultura diametralmente opuesta a la nuestra? ¿cómo reaccionamos, le toleramos?, ¿cómo conservamos nuestra libertad sin suprimir la del otro?.

Al hilo de esta reflexión, os incluyo un artículo de Nicole Muchnik en EL PAÍS
"El burka llega a nuestras puertas"

lunes, 31 de agosto de 2009

Ramadán y el canto del muecín.

Estamos en Ramadán, la única época del año donde el ritmo cardíaco de El Cairo, ciudad-hervidero baja tanto, que uno llega a preocuparse por el compás de sus latidos y el buen estado de su tensión arterial.

A ciertas horas de la tarde, el silencio, la ausencia de tráfico y el recogimiento de la gente, me llenan de asombro, como si la ciudad se transformara por unos minutos, en otra que no es, distante, taciturna, pero sobre todo modosa, sí, eso es, modosa.

Un paseo en los momentos que preceden al fin del ayuno, es una experiencia única para los que vivimos aquí. En este momento del día, cuando el sol está a punto de perderse, la ciudad se queda en silencio, las calles, tiendas, puentes y avenidas se vacían como por arte de magia. Es algo que impresiona, acostumbrados como estamos, a las calles-hormiguero, que nunca descansan, que no dan tregua.

Os confieso que me arrebata la sensación tan novelesca que produce el paisaje, como si parte de la humanidad hubiera desaparecido de la tierra repentinamente y sin dejar pistas.

Me encanta correr escaleras abajo, de un brinco plantarme en la calle y mirar en todas direcciones para confirmar que aquellos personajes que me rodean durante todo el año, veinticuatro horas al día, se han esfumado sí, esfumado de un plumazo. Sólo el reguero de dulces aromas árabes que se desliza por las rendijas de puertas y ventanas, revela de alguna manera semejante y súbito abandono.

Y es que ha llegado el momento más importante del día, la hora en la que todos los devotos musulmanes están en sus casas, sentados ante una mesa repleta de delicias y con el oído atento esperando el canto del muecín, que anunciará el fin del ayuno desde los cientos de minaretes que salpican la ciudad. Es el disparo al aire, el sonido del silbato, la señal de que la carrera ha empezado.

Entonces, la calma se transforma en júbilo y las voces se alzan. Los víveres circulan por las mesas calmando la ansiedad y la penuria pasada durante el día. Se arma la de San Quintín, gastronómicamente hablando, claro. A partir de ese momento y hasta que el sol asome por el horizonte, la noche transcurrirá entre copiosas comidas y largos maratones de telenovelas en televisión. La hora de ir a la cama, nunca llega.

Y al día siguiente, mejor no preguntes por nadie, la ciudad se despereza a la hora que le parece y empieza lánguidamente otra larga jornada de ayuno. El día se vuelve noche y la noche día.

jueves, 20 de agosto de 2009

El Cairo, "La victoriosa", la que siempre gana.

Tardé algunos días en acostumbrarme a la idea de que enseñar los brazos no tiene un significado especialmente erótico en nuestra cultura, me costó ver que es algo normal, que las piernas también se muestran, el estómago, la espalda y si me apuras el trasero, oooole.

Nadie que no haya vivido en alguno de estos países del Oriente comprenderá la felicidad que sentí con tal descubrimiento y la rapidez con la que recordé mis raíces y tiré por la ventana camisetas interiores, recatados escotes y cualquier prenda a la que me hubiera acostumbrado por necesidad y no por voluntad, ya sabéis de lo que hablo.

Pero semejante emoción fue efímera, como todo en esta vida y ahora, de vuelta en "La Victoriosa", me cuesta volver a la rutina y acostumbrarme a que lo normal es el recato llevado hasta el martirio y digo esto, porque no me imagino cómo deben sentirse las cada vez más numerosas mujeres que se esconden bajo rígidos atavíos dejando ver apenas sus ojos y soportando temperaturas de más de 40 grados.

Camino por las calles redescubriendo mi barrio, escucho los silbidos alocados que salen de las casetas de policía, los mismos con los que a veces llaman a los animales, no me vuelvo. No entiendo sus palabras, pero L. me dice que susurran impertinencias, hacen proposiciones deshonestas o hablan del tamaño de sus miembros. Me da un escalofrío, nunca pensé que la ignorancia lingüística tuviera alguna ventaja, pero yo, por lo menos, le encuentro una, me ayuda a atravesar las calles sin que me produzca vértigo.

Llego a la torre y subo en el ascensor con un hombre mayor. En el brazo lleva un ramo inmenso de unas flores que no conozco. Huelen como las camelias pero son de tallo muy largo. De reojo veo que corta dos o tres y rezo para que no se le ocurra ofrecérmelas, el paseo matutino me ha puesto los pelos de punta y sólo quiero pasar desapercibida.

El hombre se acerca y me obsequia tres flores, frescas, blancas y aromáticas. Me las ofrece con mirada limpia, sonrisa sincera y un desinterés tal que me conmueve profundamente.

Llego a la planta alta y miro a mi alrededor a través de los cristales. Es mi reencuentro con las pirámides, con Saqqara, Dahshur
y el desierto. Me adelanto y mi vista atraviesa la ciudad, el Nilo y llega hasta la ciudadela. El panorama me sobrecoge, como siempre. Según paso voy escuchando los alegres buenos días, llegan los abrazos, las bienvenidas, las sonrisas y las risas. Me meto en la rutina con la misma sensación de siempre, que El Cairo te da de todo, bueno y malo y de todo en grandes dosis.

sábado, 18 de julio de 2009

Cerrado por vacaciones.

Llegó la hora del descanso, de cambiar por unas semanas la polvorienta canícula cairota por paisajes verdes, mares azules, cremas solares y chancletas. De saltar del Mar Rojo al Mediterráneo.

Perderé de vista a los miles de gatos consentidos, a Mohamed, los juegos de Backgammon, al farmacéutico de la moto o al recadista del supermercado. Dejaré de ver los recatados atuendos, los largos hábitos negros, las galabeyas y los turbantes. Desaparecerán los somnolientos policías y sus casitas de madera, los turistas narirojos y los taxistas avispados.

Y llegará el momento de dormir más, uauuuuuuu, de disfrutar del souflaki, del tsatziki, del kalathaki y del sirtaki y de los amigos, sobre todo de ellos, aunque no acaben en "ki". Y que sepáis que os echaré de menos, pero volveré, seguro que volveré con fuerzas renovadas y con ganas de contar como sigue la insólita e irrepetible Al-Qahira.

Así que besos, muchos besos y también abrazos y mis mejores deseos para la época estival.

sábado, 11 de julio de 2009

Asuntos domésticos.

Llegué a la iglesia Anglicana de Todos los Santos a una hora del día en la que el sol apretaba sin compasión y me dirigí rápidamente a la oficina de refugiados que se encuentra en el sótano del edificio central. Bajé por unas estrechas escaleras y el aire se volvió denso, sofocante, pobre en oxígeno pero rico en fuertes aromas, irrespirable.

Salí a una sala de espera, repleta de hombres y mujeres de ojos rojos, silenciosos, que me condujo a unos cubículos desde donde se reparten, diariamente, alimentos, gestionan ayudas y lo más importante, se consiguen empleos para muchas familias de refugiados africanos.

Allí me esperaba John, pulcro y sonriente, sentado en un despacho donde apenas cabía una pequeña mesa de camping destronchada y una silla de plástico. En la pared, unos anuncios ofrecían personal entrenado en tareas de limpieza, mayordomos y amas de llaves, planchadores, cocineros, conductores, todos ellos refugiados en Cairo.

Después de charlar un rato, me prometió enviarme a una persona confiable y con experiencia. La idea de ayudar a alguien en semejantes circunstancias me ayudó a pasar, más optimista, por aquella abarrotada sala de espera, aunque no pude evitar pensar quién sería el afortunado y cuántos seguirían esperando su oportunidad y viviendo de la caridad.

Y así fue como Steven llamó esta mañana a mi puerta.

Steven, al igual que Farris es sudanés, de unos 30 años, alto, flaco y magro. Se ha presentado vestido con camiseta blanca, vaqueros y unos zapatos blancos de larga y rizada puntera, que harían las delicias de Alí Babá. Tiene la piel negra azabache, lisa y lustrosa como pocas veces he visto y una amplia sonrisa blanca que ilumina su rostro.

- Entonces, le digo,
tienes experiencia en limpieza de casas, ¿verdad?
- Sí, madam.
- Pues cuéntame,
¿dónde has trabajado?
- Para white men, madam.
-
¿¿¿White men??? le digo con los ojos muy abiertos. White men hay muchos, ¿con cuál de todos?
- American madam.
- Y
¿qué trabajo hacías?
- Me responde con señas, gesticulando, como si escurriera una fregona o quitara el polvo.
- Y
¿por qué no trabajas ahora con ellos? le hago la pregunta clave.
- American go America.

Veo que es inútil seguir indagando y además me doy cuenta de que se ha aprendido la última respuesta , es lo que dicen todos y no estoy muy segura de que sepa lo que es un trapo o el fairy y el windex. Me quedo callada pensando por dónde salir.

El caso es que Steven me ve dudosa y se teme lo peor, así que me explica en un arranque de elocuencia, cómo se deben limpiar los cristales de una casa: "Clean water or clean windex or clean cloth or newspaper" y a continuación los suelos: "Floor no water, yes Pledge, sometimes no" y qué queréis que os diga, con semejante gracia se ha ganado el trabajo.

Como todo esto ha ocurrido esta mañana, todavía no os puedo hablar de los resultados, aunque ahora mismo, mientras estoy sentada escribiendo este post, me llegan desde la cocina unos ruidos infernales, apocalípticos diría y no me puedo imaginar qué está pasando y si queréis saber la verdad, prefiero no saberlo.

En este año, han pasado por mi casa los más extravagantes personajes, mujeres que con el mismo trapo limpiaban el suelo, la mesa y luego sus pies. Una de ellas, la más melodramática, sufría de vértigos y simulaba precipitarse por las ventanas cada vez que le tocaba limpiar los cristales. Sus gritos ponían en vilo a todo el vecindario, incluso la pobre Gorbea corría a esconderse debajo de la cama.

Luego, probé suerte con un chico filipino que cada vez que se cruzaba en mi camino, me saludaba ceremonioso juntando las manos y flexionando cabeza y torso, tímido y cauteloso como un Ninja. Edgardo, que así se llamaba, jamás usó el agua para limpiar nada, nunca oímos el alegre fluir de un grifo abierto ni vimos las huellas de un trapo sucio, misterios de la vida de estos finos guerreros.

Así que con este panorama, no me queda más que encomendarme a la divina providencia.

jueves, 2 de julio de 2009

Peluquerías y cebolletas en vinagre.

Esto ha sido el colmo...he regresado a casa e incrédula me he vuelto a mirar en el espejo...pero qué me han hecho! parece como si algún animal rumiante se hubiera cebado con todos los pelos del cogote...qué barbaridad...no entiendo...es que no lo entiendo... si yo iba en son de paz, sólo pretendía que me igualaran el desfase de unos tres centímetros que me habían dejado la última vez en mi corta melena y ahora, no me queda ni eso, sólo un montón de plumas desmadejadas.

Hoy jueves, la peluquería estaba llena. De nuevo toda esa fauna de señoras ataviadas con relojes de oro con diamantes y lustrosas joyas de talla grande. Algunas caminan cargadas con grandes bolsos y subidas en unas plataformas de madera y charol que más me parecen de espectáculo porno que de una inocente visita matutina al peluquero. Las miro y me dan vértigo, escucho el clack, clack, clack y observo sus caras, a veces arrugadas, tan rígidas, tan dramáticas.

Es la hora del desayuno tardío y algunas de ellas se piden unos bocadillos atiborrados de una especie de jamón de buey, magro y gris, desangelado. Qué raro me suena eso del buey, pero aquí, olvídate del pata negra, ni lo menciones.

Y aunque el sitio se las pinta de exclusivo y elegante, con criados de librea, las viandas se sirven encima del carrito negro de plástico donde se guardan los cepillos, tijeras,rulos, horquillas y demás artefactos propios de la profesión. Como la improvisada mesa no es muy grande y los utensilios del peluquero ocupan su espacio, lo que no cabe, lo ponen encima de los sillones que sirven para lavar las cabezas o peor, en los que tienen esos enormes secadores de casco donde no te puedes sentar si no es con la cabeza dentro. Nimiedades para esta especie.

Así, las maxichocantes-enjoyadas-señoras-pinpanpun se sientan como pueden, librando el lavabo, pierna cruzada y plataforma apuntando al cielo, con el bocata en la mano, la servilleta y el plato con las patatas fritas, cebolletas y pepinillos en vinagre entre las piernas y el té en el asiento de al lado. Qué combinación, me desmayo...y qué folclore! qué mezcla de ácidos!, por un lado las cebolletas y por otro los vapores de los tintes que por obra y gracia del aire acondicionado se dispersan por los salones, ciegan, atosigan y ahogan.

El lugar es el más frecuentado por la jet-set cairota, así que a los de la entrada, que parecen de cera, todo les importa un huevo y desconocen profundamente el concepto "satisfacción del cliente". Cuando te ven llegar, no se molestan ni en mirarte, ni en sonreir, tan ocupados como están en pasar las Visas Platinum por la máquina de cobro...pero no son los únicos maleducados, allí, parece que todos, incluidas las clientas, hayan dormido mal, qué digo mal, fatal. Nadie habla con nadie, nadie se mira o te mira, y el ambiente de relax que se respira en otros lugares de esta clase, no existe...será la idiosincrasia de la región.

¿He conseguido contarlo sin que se me note que estoy que trino?ommmmmm.

martes, 30 de junio de 2009

Alunizaje en Bahrein. Arena y rascacielos.

He pasado los últimos días en Bahrein.

No sé que me pasa con todos estos países del Golfo, pero siempre tengo la extraña sensación de haber aterrizado en una ciudad espacial, surgida de esa nada infinita que son las inhóspitas y deshabitadas arenas del desierto.

Aunque los orígenes de algunos de estos países se remontan a la prehistoria,
sus ciudades parecen haberse saltado el proceso natural de la evolución y pasado del oasis, el campamento y los camellos, a los "Hummer", los rascacielos y las firmas internacionales de artículos de lujo. Mérito tiene, sin duda, pero la sensación de estar delante de una aparición es inevitable y por mucho que te frotes los ojos, no se quita, os digo que no.

A todo este espejismo contribuye el hecho, de que la población está formada por un alto porcentaje de mano de obra de la India y Filipinas, por lo cual, el carácter y olor de sus calles tiene más que ver con el curry y el incienso que con el comino y el jazmín. Esto, unido a mis numerosos viajes, me produjo una confusión tal que me
resultó difícil identificar no sólo la ciudad, sino el país y me atrevo a decir, el continente. No somos nadie.

En cuanto sales de los barrios más populosos de la capital, Manama, el desierto empieza a tomar cuerpo. La cálida arena se mete en los ojos, en los oídos, te enreda el pelo y se cuela en tus zapatos, entre los dedos y en cada rendija que encuentra en su etéreo vuelo. Presentes, las aguas del Golfo Pérsico, de un tenue y nebuloso azul se pierden en el paisaje sin aportar mucho color, como una ilusión que regalara tus ojos.

Miré el agua, de superficie dorada, reverberante, pero silenciosa y plácida. En la
arena, una casa de pescadores, destartalada y sola, junto a ella algunas barcas, unas en la orilla, otras en la arena, pero solitarias, nadie junto a ellas. Me maravilló el silencio y misterio de aquel lugar.

Y siendo este mi horizonte y sabiendo lo que me encontraría a mis espaldas, me volví y contemplé el otro lado, los brillantes rascacielos y las poderosas torres que delimitan la moderna ciudad. Me fascinó tener semejante combinación de mundos al alcance de un pequeño giro de mi cabeza y los sentí tan cercanos como si no pudieran existir el
uno sin el otro.

Y como el sol quemaba peligrosamente, hubo que regresar y hubo que hacerlo a través de una inmensa polvareda, sin caminos ni carreteras, saltando en un par de metros de la últimas arenas blancas, a los brazos de hormigón y asfalto de una ciudad espejismo del desierto.