Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Eid Al Adha. Ritual del sacrificio de Abraham.

Esta semana, El Cairo ha cumplido con una de las tradiciones más importantes para el mundo musulmán, la celebración del Eid Al Adha, fiesta llena de ritual y simbolismo religioso que sigue en importancia al Ramadán y que consiste en el sacrificio de un carnero o una vaca en conmemoración del día en que el bueno de Abraham estuvo a punto de sacrificar a su propio hijo.

Aunque os resulte insólito, el lugar preferido para el ritual suele ser la calle, en las transitadas aceras, delante de comercios y viviendas. Para los más tímidos, la bañera de casa es una buena opción, me dicen. La repartición se hace así, un tercio de la carne se regala a los amigos, otro tercio a los más pobres y el último se reserva para el consumo familiar. El sacrificio, me cuenta Mansour, otorga además, el perdón de los pecados a los miembros masculinos de la familia.

Los días previos a la fiesta, anduve con cierta aprensión observando los preparativos que se hacían alegremente en la mayoría de los barrios. Los carniceros, ampliaban sus negocios sacando toldos que cubrían las aceras e iluminaban la calle, asegurándose de que su particular exposición no pasara desapercibida a nadie. Por encima de nuestras cabezas, colgaban los pobres animales que ya habían pasado a mejor vida, desollados, tatuados y listos para el despiece. Caminar en esos días por ciertas calles se convirtió en un juego de concentración para conseguir esquivar los traseros de los animales y no cabecear por distracción contra ellos.

Y así, en cada esquina, iba recopilando nuevas experiencias. En la puerta de uno de los restaurantes más chics de la ciudad, en plena avenida 26 de julio, unos vendedores habían improvisado un establo al aire libre y allí estaban los animales vivos, despeinados y con cara de susto, esperando al piadoso comprador que emularía con ellos al bíblico Abraham. Miré como sin querer ver, con los ojos entrecerrados y les vi ojos de martir. Conté las horas que les quedaban, pobres, pensé y ellos sin saberlo.

En mi barrio, también se veía el trajín. Una tarde, le pillé al bauab del edificio contiguo transportando a un carnero de tremenda ornamenta dentro del carrito del supermercado, ya sabéis, ese en el que normalmente llevamos el pan y la leche. Así, corrió serpenteando por la carretera con el asustado animal pegando brincos hasta que se perdió de mi vista. Otros, menos organizados intentaban arrastrar al bicho sin cuerda ni atadura alguna. Le agarraban de las patas delanteras y así a la brava pretendían hacerle andar. Puse el grito en el cielo y me tapé los ojos, cosa que sólo consiguió despertar la hilaridad de aquellos improvisados matarifes.

Y llegó el día en cuestión y como ya me habían prevenido de que durante las primeras horas, la mayoría de las aceras de El Cairo se convertirían en altares de sacrificio, decidí quedarme atrincherada en casa para esquivar el espectáculo que habría de convertirme en vegetariana para el resto de mis días.

A primerísimas horas de la mañana, cuando todavía me cobijaba el calor de la cama, me despertaron, como si de una inmensa colmena se tratara, millones de voces de El Cairo unidas en la misma plegaria, el balido de los corderos, las oraciones de los muhecines, los sonidos de cada casa, las voces de cada hombre, de cada mujer, de cada niño. Y toda esa fascinante música, unida a un inmenso y extraño silencio provocado por la total ausencia de coches.

Rondando el mediodía, cuando ya creí pasado el peligro, oí el estruendo de un chorro de agua a presión en el patio de nuestro edificio y con curiosidad insana, me asomé a ver qué pasaba. Y allí estaba el bueno de Mohamned, mi bauab, otra vez arremangado hasta el muslo y enseñando sus patitas con sus chancletas de goma. Me temí lo peor cuando le vi de esa guisa, poniendo orden y limpieza en el lugar donde se había dado matarile a algún pobre animal. De él sólo quedaba la despeluchada piel, blanca y negra que arrastraban entre dos hasta los contenedores de basura. El agua hacía el resto y mezclaba y diluía los fluidos en el asfalto.

14 comentarios:

JAVIER dijo...

Me lo he imaginado todo, la verdad?, me resulto interesante. Trate dentro de mis recuerdos ver una situacion que en algo se asemejara y lo unico que vino a mi memoria fue cuando presencie la muerte de unos cerdos... fue tremendo.
Esa tradicion es inimaginable en este pais, pero si muy probable que se de en alguna parte al interior de mi pais (Peru, en una de las tantas comunidades andinas, logicamente con un significado diferente.

Saludos desde Japon.

Anónimo dijo...

Tiene que ser un espectáculo contradictorio. Por un lado la emulación de un rito, para ellos, muy importante y de gran peso en sus corazones y almas y por otro lado, la visión del sufrimiento por unos minutos de un animal.
No tiene que ser agradable para alguien que nunca lo haya visto.
Me lo imagino parecido a cuando se hacen las matanzas por estas fechas y el cerdo no sabe su destino final... Jo, nos quejamos pero bien que nos comemos los chorizos.
Hiciste bien, si eres sensible a esas visiones, lo mejor que hiciste fue quedarte en casita.
Espero que no compres comida de esa en la calle, no me da buena pinta :s por el calor y eso.

Pero bueno, ante todo, es un ritual muy impactante.
Un saludete

Rachel dijo...

Vaya, bueno, son tradiciones como las que tenemos nosotros. La verdad es que no me hubiera gustado verlo porque no me gusta ver sufrir a los animales pero para ellos es un día muy alegre en el que comparten la comida entre todos.
Magnifica historia una vez más Celia,
cuidate,
Un Beso

Marcoiris dijo...

Hola!
a mi todo eso me afecta mucho. Somos vegetarianos desde hace unos años y he visto cosas así y no puedo con ellas. Cuando veo tus fotos y tus historias no puedo evitar recordar India. Recuerdo en las calles de Kolkata, por ejemplo, el mercado callejero de pollos. Como los cogían y delante tuyo les partian el pescuezo, los despellejaban, etc. Tambien lo he visto con corderos... El olor de las calles era terrible, esa mezcla de sangre, agua, basura...uf, solo de recordarlo ya se me revuelven las entrañas.
Un saludo :o)

ARSINOE dijo...

En el fondo no hay tantas diferencias entre Oriente y Occidente, en Galicia estamos con las matanzas del cerdo en estas fechas. Cada vez se usa menos el cuchillo y más las pistolas de aire comprimido, por el bien de los animales y de los que no soportamos verles sufrir. Las tradiciones están muy bien, pero hay que cambiarlas cuando de evitar sufrimiento se trata.

josé javier dijo...

Bonito relato, querida amiga... como siempre. Me quedo con las ganas de saber si provastes alguna pata de cordero asado, o a la miel, o de cualquier otra forma.
Un saludo cariñoso desde Sevilla. J.J.

Celia Ruiz dijo...

Me parece que todos pensamos inmediatamente en la matanza del cerdo y se le parece, claro, pero aquí se produce en medio de la calle, en cada esquina, es imposible no verlo y eso es lo que más impresiona y la carne, no la pruebo!

Javier, seguro que a los japoneses se les ha ocurrido algo parecido, a ver si lo descubres.

Marcoiris,por aquí también de ven los pollos vivos, listos para el degüello

Un abrazo a todos

Germán Gómez dijo...

Muy interesante Celia. Es curioso como unimos el perdón de los pecados con la juerga en todos los lugares del mundo; nos lo tendríamos que hacer mirar.
A mi esto me recuerda Carranza, el pueblo de mis abuelos donde sacrifican en diciembre, también en la calle, un cerdo para hacer chorizos, morcilla, ... Estuve hace unos años y es una juerga interesante aunque en peligro de extinción; dentro de unos años seguro que no lo hace nadie, y solo comeremos chorizos del matadero. No se si es bueno o malo perder estas tradiciones, pero lo que si tengo claro que son parte de nuestro pasado, del mismo modo que lo es la mejor música de Mozart.
Saludos

Petrusdom dijo...

La matanza de cualquier animal doméstico siempre es señal de comida, como el humo lo es de calor de hogar.
Gracias por tu relato.

Unknown dijo...

Me ha encantado tu relato. En casa de mis abuelos mataban a los pollos y guajolotes, (pavos para los que no saben el nombre) a los primeros con un jalón de la cabeza y a los segundos con una hacha en el pescuezo. Recuerdo bien como saltaban en agonía. Pobres pero que bien saben. Me pregunto, ¿Las personas hervíboras comen verduras porque éstas no gritan al ser cortadas o arrancadas de raíz de la tierra? Imagínate Celia si gritaran, yo no podría comer. Saludos desde Seattle.

Celia Ruiz dijo...

Germán, me quedo con Mozart y con la morcilla del súper, lo de la matanza me lo puedo ahorrar...

Alfredo, una vez oí que se pueden oir "quejidos" cuando se corta una planta...no sé si será verdad...

Petrusdom,
totalmente de acuerdo, el calor del hogar lo hacen los humos y olores de los cocidos en la cocina.

Un abrazo

Germán Gómez dijo...

La morcilla del super es a la de matanza como la música de Luis Cobos a la de Mozart. Es solo una (mi)opinión.

Celia Ruiz dijo...

Germán, me has arrancado una carcajada, en lo de la música, no puedo estar más de acuerdo contigo.
Saludos!

Noemí Pastor dijo...

Qué interesante. Yo estaba en Canarias y me pareció que en el canal internacional de Televisión Española daban más información que nunca sobre esta celebración. Nueva clientela, supongo. Besitos desde Bilbao otra vez.