Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

lunes, 1 de diciembre de 2008

Mercados de Doha. El Waqif, blanco y negro con mucho color.

A primera vista, Doha me pareció una hermana de Dubai sólo que más joven y manejable. Una ciudad planeada y levantada en unos pocos años, siguiendo un minucioso plan de crecimiento. Algo así como una magnífica casa nueva, amueblada de un tirón y carente de objetos que puedan contar la historia de sus habitantes.

El Museo de Arte Islámico, obra de Ieoh Ming Pei, no estaba abierto al público. Según lo expertos, cuenta con una colección de arte importantísima atesorada por la familia real qatarí en las grandes casas de subastas internacionales. Para la próxima, visita obligada.

Tomé otro rumbo y decidí echar un vistazo al centro de la ciudad y ver de cerca todos esos deslumbrantes rascacielos que recortan el horizonte y llenan la noche de brillantes parpadeos. Después, una vuelta por la Corniche, siete kilómetros de paseo junto al mar, especialmente concurrido por las noches. Y para terminar, una visita a El Waqif, el zoco original de Doha, que ha sido reconstruido según el aspecto que tenía a principios del siglo XX, cuando era lugar de encuentro de beduinos comerciantes. Y de todos ellos, este fue el lugar que me entusiasmó.

El Waqif ha sido reconstruido y ampliado recientemente, para dar cabida a cientos de comerciantes. Personalmente prefiero los lugares viejos, exóticos, llenos de colores y delicados olores a incienso y cardamomo, pero este, a mi parecer, olía todavía a nuevo. Sin embargo, me fascinó encontrar en aquellas estrechas calles un auténtico ambiente qatarí, ver a su gente, a menudo oculta a nuestros ojos, desenvolviéndose en su quehacer cotidiano, en las tiendas, las plazas, o paseando entre el gentío y las terrazas.

Me asombró cruzarme con tantos hombres y mujeres de porte orgulloso, envueltos en sus elegantes trajes tradicionales, blancos o negros. Era la primera vez que les veía fuera de la privacidad de los hoteles y sentí que me encontraba en un entorno sumamente exótico que me recordó los relatos del antiguo Oriente.

Entre restaurantes, galerías de arte y terrazas había comercios que ofrecían brillantes tejidos, pequeñas sastrerías donde encargar una camisa típica o un traje a medida, tiendas de halcones adiestrados para la cetrería, barreños de exóticas especias, talleres de instrumentos musicales, alfombras, oro y artesanías. Las mujeres beduinas sentadas en el suelo, vestidas de negro y cubiertas con una máscara de bronce, ofrecían comida, pequeñas alfombras artesanales o tatuajes de henna y las menos, se prestaban resignadas a hacerse una foto con algún turista, por suerte escasos.

Para acabar el día, me incliné por un té con menta fresca, en una terraza bien concurrida. El lugar debía ser muy popular porque en pocos minutos se habían ocupado casi todas las mesas. Los asientos preferidos eran unos enormes sillones acojinados que se podían compartir y que estaban ocupados en su mayoría por amigos de cierta edad que charlaban animadamente.

Al frente había un grupo de músicos, sentados en enormes cojines orientales, tocando folclore de la región, mientras los espectadores les jaleaban con palmas. Desde mi silla observé al resto de los clientes, todos tocados y vestidos de blanco inmaculado y es entonces cuanto tuve la sospecha de que estaba sola entre montones de hombres. Buscando alrededor, descubrí que las mujeres estaban sentadas en otra zona destinada a las familias y las más jóvenes, subidas en la terraza del tejado fumando shisha. La idea me puso algo nerviosa, me disgusta saltarme las reglas de otras culturas, pero vi que nadie me miraba, la cuestión parecía no interesarles en absoluto, estaban a lo suyo, felices, así que me relajé y uní a la fiesta haciendo sonar mis palmas al ritmo de los instrumentos.

7 comentarios:

Petrusdom dijo...

Lo importante de un extranjero es pasar desapercibido o que al menos te consideren como un aspecto del paisaje tolerable.

Gracias por tus impresiones, para que no se me olvide te "linkeo".

Saludos cordiales

Anónimo dijo...

Increíble. Narras unos paisajes y unas vistas impresionantes, parece que me sumerjo muchas veces en tus descripciones, llegándolas a notar.
Lo bueno que te ocurrió es que pasaste desapercibida, lo cual es buena señal, es que eres camaleónica :D
No te preocupes, no te vas a saber culturas y costumbres en un mismo día, pero al final, te las terminas aprendiendo.
Lo que daría por tomarme un té como tú... Seguro que estaba buenísimo :D

Anónimo dijo...

Jolín, qué envidia mas buena me das.
No sólo Cairo, Jerusalen, Dubai, Doha, Omar Sharif,etc.etc. te estás recorriendo todo, maja.

Aunque no te comento, te sigo leyendo. Soy la chica que tuvo a los 5 diferentes "Mohammed" en Zamalek.

Saludos y gracias por compartir tus vivencias.

Masriya22

Celia Ruiz dijo...

Petrusdom,
gracias por linkearme, lo ví en unas de mis visitas, me encantas tus dos blogs, son fantásticos.
Un abrazo

Jelens, lo mejor es adaptarse a los ambientes, se disfruta mucho más y se observa sin ser observado.
Un abrazo

Hola Masriya,
pues sí me ha tocado ahora visitar el Medio Oriente y es una maravilla.

Un abrazo desde Zamalek!

Anónimo dijo...

"...se disfruta mucho más y se observa sin ser observado"

Touché!
:D

Unknown dijo...

Celia, casi veo a Jesucristo entre las cosas que describes. Me fascina leer tu bitácora. Describes todo tan bien, que maestra de literatura deberías ser. Gracias por llevarme por calles y rincones del Medio Oriente.

Celia Ruiz dijo...

Alfredo,
ya veo que después de tantas vacaciones mexicanas te estás poniendo al día con el blog.
Siempre es un gusto tenerte por aquí comentando.
Un abrazo