
Hace un par de días visité Abu Dhabi. Al igual que Dubai, es un lugar abrumador donde los grifos pueden ser de oro, los coches llevar una cobertura de diamantes y las cremalleras de los jeans zafiros y esmeraldas. Sí, habéis leído bien.
Este emirato, quinto exportador mundial de crudo, ha conseguido captar ingresos importantes de otras fuentes que le aseguran el bienestar a largo plazo sin esperar a que el grifo del oro negro se agote.
Me dicen que el soberano, de talante patriarcal, comparte esta bonanza con sus "súbditos" ocupándose de que no les vaya mal. Los oriundos, que representan tan sólo el 15% de la población total, tienen seguro médico gratuito en cualquier lugar del mundo y disfrutan de ciertas actividades sin pagar un céntimo, como por ejemplo, ver a Plácido Domingo o a Beyoncé.
Así que cuando miras el cielo de Abu Dhabi, tienes la sensación de que todo resplandece bajo un sol que rara vez les abandona y contemplas esos rascacielos acristalados de brillos metálicos, las amplias avenidas salpicadas de Rolls Royce, las colonias residenciales de lujo y los palacios dorados del emir y te preguntas de qué manera les afecta a estos la crisis.
Me cuentan unos expatriados, que este emirato siempre ha sido más conservador y precavido a la hora de invertir su dinero, por lo cual no se han visto muy afectados por esa duna traicionera que se desliza desde occidente. Sin embargo a los vecinos dubaities, su política de inversión y crecimiento desenfrenado, les está costando más de un disgusto. Además de la caída del turismo, muchos de los proyectos de desarrollo, rascacielos de oficinas, hoteles y apartamentos de lujo en construcción se han visto paralizados, no hay liquidez y empiezan a pensar en conseguirla a través de la carga de impuestos, algo que hubiera sido impensable en otros tiempos, así que chicas, adios a las gangas de Channel o de Valentino. Vaya berrinche que tendrán Posh Beckham o Boris Becker que andaban por allí promocionando inversiones inmobiliarias disparatadas.
Aunque disfruté de la visita, el lugar no me pareció especialmente excitante. Cuando a mí vuelta, recorrí El Cairo hasta llegar a casa, pensé como siempre en la suerte que tengo de vivir en esta ciudad horriblemente-maravillosa.