Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

martes, 3 de marzo de 2009

El Cairo y sus sorpresas.

La semana pasada estuvo salpicada de compromisos y en una de aquella noches, mientras disfrutaba de una velada con mariachis, tacos y margaritas, en otro lado de la ciudad, no muy lejano del que me encontraba, tenía lugar el desgraciado atentado de Khan el Khalili.

Entraba en casa feliz, todavía con regusto a sal y limón y con el "México lindo y querido" trompeteando en mi cabeza, cuando el telediario de última hora me sorprendió con la noticia. Se me encogió el cuerpo y el mariachi saltó espantado de mi pentagrama cerebral. Sentada en la cama, a medio desvestir, pensé con cierta aprensión en todas las veces que había frecuentado las terrazas de los cafés aledaños a la mezquita de Al Hussein. Y me imaginé el caos producido en aquel lugar, no sólo plagado de turistas, sino de vendedores locales, lisiados, pedigüeños y familias pobres pasando la tarde a la sombra de los muros de la mezquita. Me horrorizó la idea.

Al día siguiente, no saqué el tema con ningún egipcio. Cuestiones de cortesía, porque sé que a la mayoría, este tipo de actos les produce vergüenza. Así que aquella mañana, viajé más bien taciturna en el asiento trasero de mi taxi amarillo, haciendo recuento de todos los obstáculos que una ciudad como esta levanta en el camino y que le dejan a uno, literalmente exhausto.

Pasé por la calle trasera del Hotel Marriott y había un despliegue policial importante que iba seleccionando víctimas para pasar un control rutinario. Los pobres perros, un par de dálmatas, se encargaban de olisquear los bajos de los coches, moviéndose con paso cansino, desganados, seguramente porque esta raza nunca se ha dedicado a semejantes menesteres. Pensé en la preciosa terraza del jardín, siempre tan animada y con personal tan exótico, pero después de las noticias de la noche anterior, no me apeteció entrar.

El tráfico en esa zona era un magnífico caos agravado por la hora en la que todos los escolares terminan su jornada. Miré por la ventanilla derecha y me encontré con un pequeño fragmento del Nilo asomando entre los árboles de aquella avenida.

Allí estaba estancada en aquel taxi amarillo, algo más confortable que los "smp", pero con un conductor nervioso que fumaba demasiado y que de vez en cuando se daba la vuelta con ojos inyectados en sangre y me gritaba, ve? ve por qué odio venir a este barrio? y rezaba acompañándose de una grabación que me tenía aturdida y que de vez en cuando daba órdenes que me hacían saltar sobresaltada en el asiento trasero.

Este es sin duda uno de los suplicios de esta ciudad y un ejercicio que prepara tus nervios para sobrevivir en situaciones extremas. Con ese humor de perros estaba yo cuando de la nada apareció una enorme nube que cubría toda la calle y se arremolinaba entre los coches parados en el atasco. Miré y me costó darme cuenta de que aquello era una nube formada por miles de abejas enloquecidas que no sabían hacia dónde ir. Le grité al taxista que cerrara las ventanas y me aseguré de que ningún animal hubiera entrado. Esto, le dejó tan aturdido que se calmó y me preguntó asustado qué eran aquellos bichos. Y allí estaban a millares, al otro lado de las ventanillas, dándose cabezados desconcertadas. Pensé en los demás taxis sin puertas ni ventanillas y me alegré de que aquel día, la divina providencia me hubiera mandado uno de los modernos. Qué ciudad caprichosa y llena de peligros inesperados y qué vida a merced de las casualidades y de encuentros desafortunados.

Seguimos avanzando por una de las estrechas calles de Zamalek donde hay varias escuelas. En medio de un alboroto tremendo encontramos cientos de niños esperando a sus padres y que en ausencia de aceras lo hacían en mitad de las estrechas calles, entre el tráfico, sorteando como podían los espejos retrovisores que les empujaban al paso. Una niña de unos ocho años se puso en jarras y le increpó con voz aguda a mi taxista algún disparate aprendido, seguramente, de la necesidad de hacerse respetar en medio de aquel tráfico horrendo.

Los más traviesos tocaban los coches y se acercaban retadores, unos dando la cara, otros la espalda, como si se tratara de un preciso juego de habilidad tan arriesgado como el toreo. A todo este desmadre había que añadir las colas de taxis que esperaban por encargo a algunos niños y que paraban en mitad de la calle produciendo aquellos atascos eternos. Mirar dentro de uno de ellos era como meter la cabeza en una casita de muñecas donde se amontonaban hasta 10 niños que gritaban, se mordían o empujaban por hacerse un hueco.

Llegué a casa y me alegró poner pies en tierra firme. Allí me encontré con Mohamed, mi bauab, sentado en su banco, charlando alegremente con un té en la mano y vi que algunos mundos no cambian, que siempre esperan para asegurarse de que tu vida recupere su equilibrio.

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda una ciudad llena de contrates, que provoca asimismo emociones encontadas.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Perdón, corrijo:
contrates por contrastes y encontadas por encontradas.
Debo estar un poco cansada a estas horas, después de una larga jornada de trabajo.

Besos

Unknown dijo...

Caos total con esperanzas. No se si podría yo adaptarme a tales circunstancias. ¿Se vive en la sosobra? Solo en ciertas circunstancias se siente eso. Viva El Cairo con lo caótico y lo bueno. ¿Qué tal las margaritas? ¿Buenas?

Saludos cordiales Celia,

Alfredo.

Mexiñol dijo...

Nunca pensé que pudieras encontrar mariachis en un lugar como el cairo.

Lo de las abejas impresionante, y la gente no termina picoteada??

Lo de los chiquillos no es muy diferente de las salidas de los colegios en méxico, pero con crios de 14-15 años, siendo chabales tan pequeños no se dan casos de desapariciones de crios??

Celia Ruiz dijo...

Nativi, nada, que te he entendido perfectamente...esto de las teclas es así, el día menos pensado nos dormiremos encima.

Alfredo, es difícil adaptarse a un ritmo como este. El tráfico es tremendo y el caos y desbarajuste, total, nunca sabes qué va a pasar...pero las margaritas estaban buenísimas.

Santy, lo de los secuestro por aquí, nada que ver con lo de México,los niños andan solos por la calle sin que pase nada.

y lo de las abejas, peligrosísimo,había miles, si se te meten en el coche, no hay médico que te salve, imagínate el veneno que te pueden inyectar...pero parece ser que no es normal que aparezcan así...

Los mariachis, recién llegados de México para inaugurar la semana gastronómica mexicana. Una maravilla.

Abrazos a toditos, todos.

Marcoiris dijo...

que bonito tu relato... :)

Lo de las abejas a mi también me hubiera asustado.

Un abrazo y mucho animo!

Rachel dijo...

Precioso relato como siempre celia. Yo también estuve en las terrazas del mercado tomando algo y me hago a la idea del caos que tuvo que haber. Lo del los taxis en el Cairo es lo que es, ahora sí, debo reconocer que coger uno era todo una aventura, cuando pensaba que íbamos a chocar ( a menudo) cerraba los ojos ya está jeeje La verdad es que hecho un poco de menos ese caos.
Un beso.

Noemí Pastor dijo...

Es como tú dices: todo sigue igual en medio del caos.

JAVIER dijo...

Lo que nos relatas me parecen situaciones similares de algun pais centro o sudamericano es impresionante, sorprendente e increible el caos y peligro que se puede vivir en una ciudad.
Pero lo mas alucinate me resulto lo de los mariachis.
Interesante el post. Un abrazo.

Saludos desde Japon.

josé javier dijo...

Un afectuoso saludo desde Sevilla, y gracias por compartir este ratito de tu vida en El Cairo que sin duda es diferente a los que vivimos aquí, aunque no peores.
Un abrazo. J.J.

pablini dijo...

El Cairo, qué ciudad más maravillosa. Hace unos años pasé quince días allí y fue una experiencia inolvidable.
Me gusta definir a El Cairo como una ciudad de 16 millones de personas en la que, sin embargo, los amigos te llaman desde la calle dando voces para que te asomes. Una ciudad con miles y miles de coches, sin semáforos y sin atropellos. Ruidosa en extremo y, a la vez, con sus tranquilos callejones en los que tomarse un zumo o un té y jugar al black gammon.
En El Cairo me alojé en el barrio de Zamalek, una zona privilegiada en la que se encontraban algunas embajadas.
De El Cairo me traje unos calzoncillos, una chilaba, un teléfono comprado en la zona de Midam Attaba y un hermano, el increíble Mahmud Fathy, posiblemente la persona que mejor conoce la ciudad.
Un abrazo

Celia Ruiz dijo...

Así es, Pablini, una enorme ciudad que funciona con las costumbres de una barriada. Para mí es una de las mejores cosas de esta ciudad.
Bienvenido al Blog.

ABRAZOS A TODOS!!!!

Asmahan Medinet® dijo...

Una enamorada de Egipto te da las gracias por ver con esa mentalidad abierta y sin ninguna censura el país. Espero que sigas relatandonos tus vivencias con ese toque tan especial.

Un abrazo desde Asturias

Celia Ruiz dijo...

Querida Asmahan,
gracias y bienvenida al blog.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Tengo claro que no podría vivir en una urbe de 20 millones de habitantes. Independientemente a la calidad de vida. Aunque fuese el Edén. Tiene que ser complicado vivir en una ciudad como el Cairo. Lo que si está claro es la de aventuras O desventuras) que uno puede vivir. Sl2

Celia Ruiz dijo...

Albatros,
lo que tiene Cairo es que a pesar de estar tan poblada funciona como un pueblo, por barrios y eso la hace acogedora.

Bienvenido al blog y saludos.

Anónimo dijo...

"el mariachi saltó espantado de mi pentagrama cerebral"
Que buena imagen. Eres una maquina escribiendo tia. Un besazo