La zona es desértica pero deslumbrante. De un lado aparece la montaña, imponente, cincelada en contornos caprichosos y crespos con reflejos colorados, bermejos y del otro, el mar refulgente, cortado en turquesa y cobalto, salpicado de espumas y atravesado por una magnífica barrera de coral, accesible desde la playa y fácil de explorar.
Es, sin duda, un lugar para vivir experiencias únicas. Adentrarse en el desierto de arenas volátiles, salpicado de arbustos y encinas y ver palidecer los atardeceres en algún asentamiento beduino o zambullirse en el mar y compartir jornada con corales, anémonas y las más variopintas especies marinas, enciende el alma y alegra la vida.
Ahora os dejo acompañados de un par de fotos, pero en un suspiro, estaré de vuelta.
