
Las horas que precedieron al partido entre Egipto y Argelia fueron de euforia colectiva.
Las calles se llenaron de hinchas de todas las edades y condiciones. Autobuses con niños que gritaban enloquecidos azuzando a cuantos se encontraban a su paso, mientras ondeaban, con medio cuerpo colgando por la ventanilla, la bandera del país. Conductores febriles, pegados al claxon en una suerte de melodía aguda, repetitiva y jaleadora que enloquecía a medida que se acercaba la hora, viandantes cómplices, todos eran uno.
Pero el escenario cambió radicalmente al inicio del encuentro y todo quedó dormido.
Cuando volví a salir, a eso de la mitad del partido, me encontré las calles desiertas. No había coches, ni gente, todo estaba en un extraño silencio que no había visto ni en época de Ramadán.
Caminé por la calles y en algunas esquinas me encontré con grupos de tenderos, soldados y bauabs, sentados en el suelo, algunos en las pequeñas alfombras que usan para rezar, mirando pasmados una pequeña televisión llena de interferencias, o la diminuta pantalla de un teléfono móvil. Serios, taciturnos, en un extraño silencio. Argelia había metido ya un gol y la cosa no estaba para hacer fiestas.
Fui recorriendo las calles sorprendida por el drástico cambio de humor y el derrotismo. Nunca me hubiera imaginado que en un país con tantos problemas, sobre todo de subsistencia, se pudiera tomar tan a pecho una actividad que despista más que alimenta.
Y así llegó el final del partido, en silencio, sin coches, ni claxones, sin alegrías. Muy diferente a la delirante toma de calles que acompañó al primer encuentro en el que Egipto salió ganador y a la trifulca que se desencadenó entre los seguidores de los equipos rivales que llevan décadas de enfrentamientos violentos.
Y como suele ocurrir en estos casos, de la disputa futbolera, se pasó a la diplomática.
Las relaciones entre ambos países están más que alteradas. Después de la agresión de la semana pasada contra el equipo argelino a su llegada a El Cairo, que se saldó con varios jugadores heridos, llegó la réplica en Argelia donde fanáticos destrozaron empresas egipcias con representación en el país, motivo por el que el embajador argelino ha sido llamado para dar explicaciones.
Esta mañana, en mi paseo matutino, he pasado junto a la embajada de Argelia. El despliegue policial era tremendo, con varios grupos de policías con escudos protegiendo las entradas a la calle. Les he mirado con curiosidad, algunos estaban como de fiesta, otros con cara de susto y la mayoría, mirando al tendido, lo que es habitual.
Está visto que el fútbol desata pasiones y aunque no alimente, ni cubra necesidades, ni evite penurias, las disfraza por un tiempo. Un tiempo, en el que ni siquiera pensamos lo que pasa con nuestro país. Es, sin duda, una poderosa arma de "distracción" masiva.
