Y de la noche a la mañana me vi expatriada en El Cairo, viviendo entre pirámides, gatos resabiados y turbantes blancos...

lunes, 26 de enero de 2009

Una de YOGA en hindinglis.

Ayer y después de varios meses de inactividad, retomé mis clases de yoga. Aunque tenía varias opciones que prometían comodidad y limpieza, decidí elegir la más arriesgada. Así que anteponiendo tradición y autenticidad, llegué hasta el Centro Cultural de la India en El Cairo. Qué lugar podría ser mejor, me dije, al fin y al cabo el yoga es originario del Valle del Indo.

Lo encontré en la misma calle que el edificio Yacoubian, entre tiendas chillonas iluminadas con neón rosa y amarillo, típicas heladerías y locales de comida rápida con sabor a comino. Ya en el portal, no conseguí descubrir ninguna indicación que me guiara a través de los pisos. Así que elegí la primera puerta en la planta baja, junto a una placa sujeta por un único clavo roñoso que indicaba el horario de alguna oficina. Aquel pasillo oscuro no conducía más que a un patio interior por donde me salieron al paso unos gatos hambrientos que parecían vigilar su feudo.

Subí al primer piso con cierto susto pasando entre hojas de periódicos atrasados, cartones y objetos varios. Entonces vi el letrero que decía YOGA. Entré en un amplio salón y me sorprendió la pulcra sencillez y confort del lugar que encontré. Perfectamente alineadas estaban las alfombras individuales con las colchonetas. El profesor, sentado en una tarima, se preocupaba por los achaques que traían los alumnos.

Busqué un lugar libre y como en los tiempos de la universidad, cuando tocaba examen, sólo encontré algo en la primera fila, nariz con nariz con el yogi. Desde allí observé con curiosidad al resto de los compañeros.

Las caras que vi, me resultaron simpáticas y sobre todo me maravilló la indumentaria de la mayoría de ellos. En cuestión de ropa deportiva, uno se encuentra de todo, pero lo que había allí, juro que no lo había visto jamás.

Una mujer guapísima, de pelo cubierto, estaba dispuesta a hacer contorsiones con jersey de cuello alto, pantalón de franela y por encima de todo aquello, un vestido de lana marrón que le cubría las rodillas. Otras llevaban varias piezas superpuestas que colgaban como en jirones hasta el suelo ocultando toda la piel. Había hombres que se disponían a hacer el "pino" con pantalones vaqueros y algún que otro con pana gruesa.

Yo, que me había imaginado algo parecido, decidí dejar en casa los pantalones de deporte para adolescentes que vende Zara y que logran tapar apenas las vergüenzas y me busqué uno que me llegara hasta la cintura-ombligo, de manera que cuando tuviera que saludar al sol, no tuviera que mostrar por escasez de tela, el trasero o la rabadilla, algo que sin duda me hubiera dado popularidad inmediata.

Empezó la clase con solemnidad y desde luego, el hombre sabía lo que hacía. Las explicaciones a cada práctica fueron precisas. Sólo hubo un pequeño detalle con el cual no contaba y es que el hombre tenía un deje "pelín" cerrado y los que habéis oído hablar inglés a un oriundo de la India, me entenderéis lo que digo. Hablan fluidamente, pero con un acento de los mil demonios.

A la orden de "birrrrreiiiiiiitiiiIN" "bereeeeertiOT", no supe qué hacer y acabé guiándome por los gestos y sonidos que emitía el profesor, hasta que comprendí que aquello debía ser "breathe in" "breathe out". Más tarde, tuvimos que cerrar los ojos y seguir su voz y no me quedó más remedio que espiarle sigilosamente con ojos entreabiertos intentando vislumbrar lo que estaba haciendo. Si me descubría en alguna ocasión, me decía "clorousss yarrr aiis" plis (léase close your eyes). Y así fui siguiendo una clase que , a pesar de tanto "erererrrrrr" acabó siendo magnífica.

Llegamos al final y hubo que presentarse. Cada uno fue explicando los motivos por los cuales se había inscrito en el curso. Me sorprendió que la mayoría, entre los que había varios universitarios, buscaban armonía y controlar su estrés y me pareció que cada vez es más joven la gente que necesita un manual de instrucciones para esta vida loca.

Salí caminando y llegué hasta los puentes que conducen a la isla y comprobé aliviada que no me alteraba nada, ni siquiera el barullo enloquecido de esta inmensa ciudad.

11 comentarios:

Marcoiris dijo...

Me alegra mucho que disfrutaras tu clase de Yoga :D

Recuerdo con cariño en India como en unas de las clases a las que fuimos algunas mujeres iban a practicar con el sari. No puedo imaginar nada mas incómodo... Las clases, salvo las que eran preparadas para occidentales, fueron segregadas. Y es que en algunas cosas somos muy diferentes... aunque en esencia seamos tan parecidos.

Mucho ánimo con la práctica. Un besin :o)

JAVIER dijo...

Amiga este post esta super entretenido, me he reido imaginando cada escena, cada momento, digamos que gracias a Ti pude hacer yoga por correspondencia. Le has puesto un buen toque de humor.
Un abrazo.

Saludos desde Japon.

PD: Sabias que en Japon la Virgen de Guadalupe no solo esta en las iglesias? Aca unas fotos.

Celia Ruiz dijo...

Marcoiris,
yo también creí que estas clases estarían segregadas y me sorprendió ver que había muchas egipicias que no tenían pudor en practicar con hombres. Pero ya me pareció que la gente era especial, a pesar de lo púdico de las ropas, gente de miras amplias.

Javier,
me alegra que participaras virtualmente en mi primera experiencia yogi en Cairo, seguiremos practicando.

Un abrazo!!

Anónimo dijo...

Pues ya me imagino como tu dices Celia, que la gente que se decide a prácticar Yoga tiene otras "miras".
Esta tarde cuando acuda a mi clase de Yoga me acordare de lo que he leído y seguro que me surge una sonrisa..., gracias de nuevo como siempre por compartir todo esto con nosotros.
Besitos.

Anónimo dijo...

En estas ciudades tan locas es donde más se necesita la armonía para poder capear con todo lo que venga.Qué la gente joven busque habilidades para enfrentarse a la vida no me parece tan raro, cada vez estamos más confundidos, no hay más que ver como está nuestro mundo.

Un abrazo y a seguir con el saludo al sol.

Noemí Pastor dijo...

Hija, qué envidia me das. Hasta una simple clase de yoga es para ti una aventura.

Celia Ruiz dijo...

Anónima-Amparo, no sabía que practicabas yoga, entonces tienes que probar por aquí, ya te falta poco.

Manuel, bienvenido al blog. Tienes razón, esta ciudad requiere de ánimos templados.

Noemí,aquí todo es una aventura, que requiere mucho gasto de energía, pero una aventura al fin y al cabo, espero que mis ojos no se acostumbren a esto.

Abrazos!

Anónimo dijo...

jijiji, Anonima??? jajajajaj, pues si no me falta nada, practico el Yoga desde hace 3 años...pero sigo siendo una novata.
Besitos.

Anónimo dijo...

cuando yo era pequeñita, todavía no hace 1000 años, haciamos gimnasia en un colegio de pseudomonjas, con una faldita fruncida de mahon azul y debajo unos bombachos de la misma tela (para que al levantar las piernas no se nos vieran los bajos) camisa blanca de manga larga, medias hasta la rodilla. y solo chicas. eso si que era atención a la moral y las buenas costumbres. no como vosotras que sois una lagartas.
besos

Celia Ruiz dijo...

Susanin,
claro que debe hacer mil años que eras pequeñita, porque yo, que fui al mismo colegio que tú, ya llevaba chándal azul!
:-))))))

Anónimo dijo...

No te metas con super Susanita, eh?
Me he muerto de la risa con el acento inglés-indio. El caso es que yo trato con indios hace unos meses y el primer dia pensé "en que idioma habla este tipo!" Luego me di cuenta que era inglés y que, como dices, lo hablaba con fluidez y mucho mejor que yo, por cierto! pero con un acento endiablado! Estuvieron en Bilbao, les llevamos a comer al Guggen y creo que hubieran preferido una patada en los güebos. Si la comida no arde en la boca, les sabe como a mierda a juzgar por las caras que ponian.

Un besazo